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lunes, 19 de abril de 2021

¿De verdad vale todo?


«No puedo menos de pensar en el horror que sentiría Felipe II o su nieto Felipe IV, Tiziano o Velázquez al ver así mostradas las obras»


 Es una constante en los últimos tiempos la preocupación del museo, como institución, por la búsqueda de nuevos públicos. Y no hablamos solo del museo de arte, aunque este sea el primero que viene a la cabeza cuando se enuncia la palabra 'museo'. También es cuestión principal los modelos de gestión que se proponen para sacar adelante estos 'archivos' donde se encuentra conservado y protegido aquella parte del patrimonio en el que nos reconocemos a diferentes niveles, desde el más local —el museo municipal—, hasta el más universal —el museo enciclopédico. Hay que tener en cuenta, que la búsqueda de nuevos públicos está vinculada cada vez con más frecuencia a la búsqueda de fuentes de ingresos económicos.

El patrocinio privado y la optimización de los recursos —'dinamización' de espacios y colecciones—, se han constituido en una de las claves de actuación de los gestores. Este fenómeno implica igualmente a la ética institucional, una problemática que no interesa mucho por aquí, pero que está en el corazón mismo de la concepción del museo como servicio público. Es más, esta es una de las cuestiones que progresivamente más ha preocupado al ICOM —International Council of Museums/Consejo Internacional de Museos—, creado en 1946, cuya dedicación se centra en la promoción y protección del patrimonio cultural y natural, material e inmaterial.

En este contexto, y basta ver cómo ha evolucionado el ICOM —en 1946 nadie pensaba en la existencia de un patrimonio inmaterial, apenas si se había conceptualizado el patrimonio etnológico y etnográfico—, se entiende que el museo tiene que ir de la mano de la sociedad porque de lo contrario muere de inanición: un museo que da la espalda a la comunidad en la que está radicado no tiene viabilidad de futuro por más empeño que pongan en ello los dirigentes políticos a golpe de 'cheque'. Y esto, lamentablemente, es fácilmente demostrable en España: un breve recorrido por los museos y centros de arte contemporáneo inaugurados a bombo y platillo en tiempos de euforia desvelaría la desaparición de unos y la languidez de otros.

La página inicial del reportaje de «¡Hola!»
La página inicial del reportaje de «¡Hola!»

En ese devenir se encuentra la disyuntiva del equilibrio en la actuación del museo. Nos movemos realmente entre tres parámetros: la búsqueda de público, la allegada de recursos económicos, y la nueva sensibilidad e intereses de la sociedad. Podrían ser otros los parámetros, por ejemplo: la investigación, la educación y la sensibilización de la sociedad sobre la necesidad de establecer un presupuesto digno para el sostenimiento de las instituciones culturales. A estos me apuntaría sin duda, pero en seguida llegaría la crítica de falta de modernidad en los planteamientos y de ser una visión caduca que busca justificar el elitismo y la supuesta inactividad a costa del erario público.

«¿Pretende el museo que de verdad nos creamos que respeta a las mujeres y asume su nuevo lugar y papel en la sociedad actual? »

Aceptados entonces esos parámetros de 'modernidad' la cuestión es si de verdad todo vale. Me parece que ya se ha intuido mi respuesta, pienso que no. Pero, más allá de mi opinión, lo que parece necesario es un debate serio sobre este tema al menos en aquellas instituciones donde es el presupuesto del Estado y las facilidades que se dan al patrocinio para desgravar impuestos (a la postre otro modo de financiación pública pues que no vaya a la caja común no quiere decir que tenga otra naturaleza). ¿De verdad aporta algo a la sociedad el reportaje publicado por la revista Hola de la 'top model' posando «ante algunos de los cuadros de los principales pintores del Renacimiento y el Barroco»? ¿Es posible que los responsables del museo piensen que con esa representación de mujer objeto —cosificado motivo de deseo con tópico floral incluido— logrará más público la exposición de 'Pasiones mitológicas'? Es más, apenas apagados los rescoldos de la polémica sobre la exposición 'Invitadas' y la adquisición de un María Blanchard que lógicamente tendría que estar en el Museo Reina Sofía ¿pretende el museo que de verdad nos creamos que respeta a las mujeres y asume su nuevo lugar y papel en la sociedad actual?

Solo ver el contraste que provoca la rotundidad de las carnes de las Tres Gracias de Rubens y la delgadez inexpresiva, estereotipada y cursi (eso si, púdicamente vestida de Dior con complementos de marca), de la modelo bastan para desmentirlo. Pero es que más allá de esas imágenes banales de una mujer florero, el texto del director y el conservador son un cúmulo de tópicos y palabras vacías que nada aportan salvo la perplejidad. Como historiadora del arte me abochorna mirar al contexto en el que nacieron y fueron contempladas esas pinturas y el que se ofrece desde la cúpula del museo actualmente. No puedo menos de pensar en el horror que sentiría Felipe II o su nieto Felipe IV, Tiziano o Velázquez al ver así mostradas las obras.

Trabajar contra la banalización del arte es una de las ocupaciones principales del historiador. La búsqueda del contexto histórico y la explicación de la complejidad del pasado son objetivos prioritarios, y nada de ello hay en el reportaje de Hola. Lo ocurrido nos lleva, a los que tenemos una edad, a otros contextos similares que como este movieron a escándalo: el desfile de moda en el Museo de Arte contemporáneo en 1984 y, la exhibición de sillas en el mismo escenario, en el Museo del Prado justo una década más tarde. En ambos casos les costó el cargo a los responsables.

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Jesusa Vega

Catedrática de Historia del Arte de la UAM

Fuente

https://www.abc.es


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