POR GERARDO LAMMERS
Camino de prisa por Collins Avenue, una de las vías principales de South Beach, zona de edificios art decó y palmeras; de turistas y no pocos vagabundos. Estoy a escasos metros de la playa, pero me dirijo a una recepción VIP en Collins Park, organizada por Art Basel Miami Beach, la feria de arte más importante del continente. Mientras que en alguna parte del corazón de Estados Unidos Donald Trump realiza su Thank You Tour, aquí en la Florida muchos parecen estar, morbosamente, más al pendiente del recorrido con las cenizas de Fidel Castro en Cuba.
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Encuentro una pequeña fila de invitados para entrar al parque, que permanecerá cerrado al público por lo que resta de la tarde húmeda, algo que ha enfurecido a un tipo vestido con shorts, playera y sandalias, que tiene la pinta de no haber sido requerido, y que insulta al grupo de atractivas edecanes que controlan el acceso. Cruzado el checking point, el champán de la marca Ruinart corre por cuenta de la casa, mientras los asistentes pasean por los jardines y se detienen a mirar las esculturas del programa público, como Miami Mountain, del suizo Ugo Rondinone, una monumental columna de rocas pintadas en arcoiris. Un par de larguiruchos bailarines, enfundados en trajes plateados y gruesas plataformas invitan a pasar a una cueva-discoteca. Afuera, sobre el césped, una limusina ofrece hamburguesas a la parrilla, mientras que, al fondo del parque, sobre la distinguida y alcoholizada multitud, en la parte superior de la fachada del Museo Bass, un edificio horizontal y macizo como un templo, un delicado neón que dice: “Eternity now”.
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Al día siguiente, comienzo a recorrer la feria, fundada originalmente en Basilea, Suiza, hace 46 años, y que ahora cuenta también con una tercera sede en Hong Kong. Aquí se encuentran las galerías más prestigiadas, anglosajonas la mayoría (aunque chinas como Leo Xu Projects son ya protagonistas), como Gagosian, Paula Cooper, Marian Goodman, White Cube —Kurimanzutto, entre las mexicanas—, pero para un espectador despistado que acuda a la feria con la intención de tomarle el pulso al arte contemporáneo, la labor sería extenuante y puede que los cuatro días que dura Art Basel Miami no sean suficientes para revisar con atención todo lo que se presenta sin el contexto ni la información que un museo ofrece.
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La feria tiene lugar en el Miami Convention Center, una fortaleza capaz de albergar cientos de obras valuadas en demasiados millones de dólares, euros, libras esterlinas, distribuidas en 269 galerías de 29 países, y en donde, salvo en los accesos, no es visible el personal de seguridad. La imperceptible red de cámaras de vigilancia debe ser, por descontado, la obra más apreciada por los organizadores. Simon Warren, integrante del equipo que maneja la comunicación de Art Basel, agencia con sede en Nueva York, me hace saber que el primer día es clave: marca tendencias en los negocios que se hacen en la feria, pues se trata del momento en que todas las obras están disponibles para su venta. Un dato curioso es que, según el propio Warren, los organizadores se propusieron que para esta edición acudiera un 10% menos de visitantes. En 2015 recibieron 77 mil visitantes. ¿Será que menos es más?
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No faltan, por supuesto, obras alusivas al momento político que se vive en el mundo con el ascenso de Donald Trump, algo que al mercado del arte no le ha quitado precisamente el apetito. Una de ellas es una fotografía del estadounidense Jonathan Horowitz que presenta la galería londinense Sadie Coles, en la que el hoy presidente de Estados Unidos aparece de espaldas haciendo el swing golfista ante un cielo infernal. El título de la obra, Does she have a good body? No. Does she have a fat ass? Absolutely [¿Tiene ella un buen cuerpo? No. ¿Tiene ella un gordo trasero? Absolutamente] alude a un comentario que hizo el magnate sobre Kim Kardashian en 2013. La angelina Blum & Poe exhibe a manera de anuncio luminoso una obra con la frase: End White Supremacy [Fin a la supremacía blanca] del estadounidense Sam Durant. Mientras que en una serie de tres acrílicos sobre hojas de periódico —en realidad la edición completa del New York Times publicada al día siguiente de las elecciones en Estados Unidos—, montados sobre lino, presentadas por la neoyorquina Gavin Brown’s Enterprise, el tailandés nacido en Buenos Aires Rirkrit Tiravanija informa que “la tiranía del sentido común ha llegado a su etapa final”.
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Ya en la rueda de prensa de esta mañana, Marc Spiegler, director global de Art Basel, hablaba sobre ello. “Este es un tiempo de grandes cambios. ¿Es relevante el arte?”, preguntó retóricamente. “Más que nunca”, dijo en un acto en el que estuvieron presentes el alcalde de Miami Philipe Levin y Norman Braman, representante de la cámara de comercio (millonario ex propietario de las Águilas de Filadelfia), para hablar del renacimiento de Miami que ha detonada la feria, desde su establecimiento hace 15 años: Art Basel Miami se ha convertido en un planeta alrededor del cual giran 25 ferias satélite (como Untitled, Pulse, Nada), convirtiendo —al menos por una semana— a esta ciudad en el epicentro del mercado del arte.
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En el stand de White Cube (Londres-Sao Paulo-Hong Kong), me encuentro con un Damien Hirst. Si bien la galería no transportó en esta ocasión un tiburón, sí decidió traerse 94 pescaditos, encerrados en hexaedros de cristal, dispuestos todos en una repisa cuadrangular de varios niveles. La obra lleva por título Where Will it End? [¿Dónde terminará?]. Cuando le pregunto a uno de los galeristas por el precio (1.4 millones de libras), éste me contestó que la obra se encontraba “on hold”, es decir, que el comprador interesado se había dado unos minutos para pensarlo. Hace un gesto de disgusto cuando le pregunto por la obra más barata.
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Junto a la pieza de Hirst, se encuentra una escultura sin título de la colombiana Doris Salcedo elaborada con silla, concreto y metal, a un precio de 700 mil dólares; y contra esquina, expuesto en el piso, una especie de mecano de madera, autoría del mexicano Damián Ortega, a sólo 40 mil dólares.
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“Coleccionistas y entusiastas del arte han acudido en menor cantidad que lo usual en este primer día de Art Basel”, consigna el diario Miami Herald en una nota de portada el jueves 1 de diciembre. “Pero el público VIP vino acompañado de sus carteras y anduvo de ánimo para comprar”. La nota cita a Glenn Scott Wright, director de la galería londinense Victoria Miro. Scott Wright señala que a tan sólo 90 minutos de haberse abierto la feria ellos ya habían realizado ventas de 7 dígitos. “Podríamos empacar y regresar ahora mismo”, dice el galerista.
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Algo que ha consolidado a Art Basel, además del respaldo del banco suizo UBS, son sus comités de selección para cada una de sus secciones: Galleries, Nova, Positions, Edition, Survey, Kabinett. En principio ninguna galería tiene garantizado su lugar, sino que depende del proyecto presentado para cada edición, lo que abre posibilidades tanto a galerías emergentes como a otras muy clásicas, como la italiana Maggiore, galería incluida en Survey —dedicada a proyectos de arte históricos— que trae en esta ocasión varias de las naturalezas muertas que pintó Giorgio Morandi (1890-1964) e incluso un paisaje de su natal Bologna, a un precio de 1.6 millones de euros.
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En Positions, sección dedicada a presentar el trabajo de un artista en particular, me fijo en el proyecto An ability to both create and destroy [una habilidad para crear y destruir] del brasileño Beto Shwafaty, presentado por la Prometeogallery de Milán.
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Se trata de un conjunto compuesto por mapas, videos y una cortina de playa hecha, entre otros materiales, con casquillos de bala, cuya temática gira en torno a la destrucción de la Amazonia.
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“La Amazonia no está bien porque hablemos de ella”, dice el artista de 40 años, originario de Sao Paulo. “Y para mí cuando hablamos del Amazonia estamos reforzando su exploración, pero no la estamos preservando. Uno de los trabajos que presento, como proposición conceptual, es un mapa [en donde la selva ya no aparece]. Para mí el único modo de preservar la Amazonia sería si todos nosotros la olvidáramos. Una vez que tú no conoces, no existe; y si no existe, está protegido. Y no lo explotas. Porque todas las iniciativas para proteger a esta selva han resultado fallidas”.
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An ability to both create and destroy tiene un precio de 45 mil dólares. Ida Pisani, la directora de la galería, confía que alguna institución de corte artístico o educativo puede interesarle.
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Miro un Picasso en el stand de la galería madrileña Leandro Navarro: Le miroir [El espejo] (2.5 millones de dólares), encantado por la soltura de su trazo. Imagino a Picasso pintando ese cuadro en cuestión de segundos. Sentados en un escritorio de cristal, de traje y corbata, están dos hombres, Íñigo Navarro y su hijo, los galeristas. Me acerco a conversar con ellos sobre el resto de las obras que han traído, como por ejemplo La rencontre, una tinta y gouache sobre papel de Paul Delvaux, que cuesta 60 mil dólares y, entre otros objetos, un par juguetes de madera, gato y perro, del uruguayo Joaquín Torres-García (1874-1949), el creador del constructivismo universal, a sólo 35 mil dólares cada uno.
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Le pregunto al hijo del galerista por uno de los varios Alexander Calder que ahí exhiben: un muñequito de alambre y tuerca no mayor a los 5 centímetros de altura. Cuesta 90 mil dólares.
—¿Y me lo puedo llevar en el bolsillo de mi saco?
—Si lo paga primero, sí.
Más tarde vería a un hombre, atravesando el torniquete de seguridad para salir del recinto, cargando una caja de cartón que me hizo pensar en una pizza gigante.
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Le pido al chileno Cristián Silva, que participa en la sección Nova —enfocada a obras realizadas en los últimos tres años hasta por tres artistas—, representado por la galería madrileña Maisterravalbuena, una opinión sobre la feria.
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“No he alcanzado a ver mucho”, responde. “Pero he venido antes y es una muestra increíble de lo más sofisticado, de lo más selecto, pero también resulta un poco chocante que las galerías se abran tanto el escote. No hay ni una pizca de misterio, pues obviamente en una feria, como en un tianguis, no vas poner un producto medio tapadito, así como pa’ que no lo vean, sino que está todo abiertamente expuesto: el vendedor sabe que el producto está listo para venderse y el coleccionista, el comprador, sabe que esto está listo para ser comprado. Es un acuerdo muy limpio, pero que a mí me resulta un poco obsceno”.
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Silva y yo tomamos una cerveza en uno de los comedores de la feria. El chileno, profesor de arte en la Universidad de Chile, vivió una década en Guadalajara, de ahí su léxico y muchos materiales que usa para sus piezas. En esta ocasión expone unas maracas verdes de vidrio soplado que recuerdan, en su técnica, a una artesanía de Tlaquepaque. Una maraca está cargada con arroz y la otra con frijoles. Otra pieza, Horizonte de chapopote, cuelga del techo: es una jarra, similar a la que aparece en Bacanal en la isla de Andrios, una pintura clásica de Tiziano, en donde, en medio de una orgía, un personaje levanta una jarra de vino, marcando el horizonte.
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En lugar de vino, Silva vertió chapopote en su jarra.
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“El chapopote es una especie de condensación de vegetación. Mi fantasía es que en ese poquito de chapopote está contenido todo el paisaje”.
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Cambiamos de tema. Hablamos sobe el perfil del coleccionista que viene a esta feria. Para Silva no se trata para nada del millonario cultivado que tiene todo el tiempo del mundo para sumergirse en el mundo del arte.
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“Lo que hay ahora es un empresario joven que anda en chinga, que no tiene tiempo para nada, que quiere hacer una buena inversión, y que le concede 10 segundos al galerista para que lo convenza. Eso genera un tipo de pieza hecha para ese tipo de comprador. Y a mí me resulta chocante porque yo trabajo para un espectador que tiene mucho tiempo, que se va a involucrar afectiva o emocionalmente con la pieza y con la obra en general, pero no para un tipo al que quiera apantallar en 10 segundos. Y esta feria lamentablemente está dirigida estratégicamente a ese comprador, que es muy listo, que ya checó todo antes de venir a la feria, en el avión, en su teléfono”.
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¿Qué es arte para ti?, le pregunto a Marc Spiegler, el director global de Art Basel.
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Pulcramente vestido con un traje ajustado y un delicado arete en su oreja izquierda, este nativo de Chicago, que alguna vez fue periodista, contesta amablemente en uno de los privados del Collectors Lounge.
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“En el debate sobre qué es y qué no es arte”, dice, “yo decidí que lo más conveniente es hablar sobre el gran arte. El gran arte es el que nos cambia. Puede cambiar la noción de cómo es nuestra sociedad. Puede cambiar nuestras nociones estéticas e intelectuales. Puede cambiar nuestro entendimiento del mundo o de nosotros mismos. Por definición, un gran artista es el que nos provoca un cambio cuando interactuamos con su trabajo. Y yo pienso que casi todos los grandes artistas son gente que tiene un fascinante mundo interior y un punto de vista específico, y son capaces de transmitírnoslo en una manera no-lineal. Entonces para mí lo que es interesante sobre los grandes artistas es que trabajan en maneras líricas. Esto es muy importante en este momento que vivimos. Su trabajo está comprometido con la sociedad y es por eso que se vuelve político. El mercado (del arte) en tiempos recientes está experimentando con nuevas formas”.
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¿Cómo ha evolucionado la figura del coleccionista de arte en estos últimos años? Recuerdo cuando la academia y la crítica eran importantes para el mercado, le digo.
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“Claramente el rol del crítico está subestimado grandemente en las redes sociales. Y el rol de la academia… Yo no sé si la academia fue alguna vez tan importante para el mercado. Pienso que las instituciones siguen siendo importantes para el mercado. Los coleccionistas y los galeristas pueden moldear el mercado, hablando de los jóvenes artistas, más fácilmente que las instituciones por la manera en que estas últimas trabajan. Pero, por otra parte, un artista que ha sido aceptado por los curadores, que ha tenido la oportunidad de tener exposiciones en museos, tiene un mercado mucho más estable que un artista que es puramente un producto de coleccionistas. Una subasta organizada por un coleccionista puede hacer hot a un artista, pero eso no lo convierte en un artista. Muy pocos coleccionistas están a nivel de un museo público. Sólo un museo puede canonizar a un artista. Ésa es la razón por la cual los galeristas más inteligentes venden con descuento a museos públicos y privados”.
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Además de coleccionistas, curadores, directores de museos y artistas, a esta feria han acudido celebridades como Leonardo DiCaprio, Barbra Streisand, Bon Jovi, Elle Macpherson y Courtney Love, según reporta la organización. También otro tipo de personajes, como este hombre de negro que viene caminando por un pasillo. Porta una corbata tiesa y retorcida como un remolino que se eleva. Su nombre es Lynx Alexander, neoyorquino de 55 años.
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—¿A qué te dedicas?
—Soy arte público. Camino por las calles y los museos de Nueva York, portando las piezas que hago a diario. Corbatas, de hecho.
—¿Eres sujeto y objeto?
—Absolutamente. En la mañana soy el artista y durante el resto del día, soy el arte. Voy a los museos: al de Historia Natural, al MoMA, al Whitney, de manera que tú puedes ver mi arte en todos estos museos de Nueva York —se ríe.
—¿Y estás vendiendo esta pieza? —le pregunto, refiriéndome a su corbata.
—Se trata de regalos corporativos. Me comisionan banqueros para llevárselos a sus clientes.
—¿Podría obtener una de ellas?
—Sólo si eres cliente del banco. Trabajo principalmente para Wall Street.
—¿Y qué significa para ti este lugar?
—Diversidad. Quién te imagines está aquí. Es un microcosmos del mundo entero. Lo amo. Es como estar en Europa, Asia, los Estados Unidos, Sudamérica, Norteamérica. Todo en uno.
Alexander cuenta que estudió arte cuando tenía 49 años.
—También pinto pianos. Hago arte abstracto. Soy el artista oficial en residencia para los pianos Stanley & Sons, en Nueva York.
Acepta que le tome una foto gratis con mi teléfono. Cuando apunto hacia él, se lleva una mano a la frente, fingiendo que piensa.
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El informe final indica que, no importando turbulencias políticas y económicas, la feria resultó un éxito comercial. Hablando de clásicos modernos, obras de Picabia, Morandi, Baselitz, Dubuffet, Miró y Mapplethorpe fueron vendidas en una suma superior a los 5 millones de dólares; y entre los contemporáneos, los organizadores reportaron ventas de obras de James Turrell, Jeff Koons, Tracey Emin, Paul McCarthy, Marina Abramovic, Alex Katz, Antony Gormley, Bill Viola, Anish Kapoor, David Shrigley, Yoshitomo Nara, Jose Dávila, aaajiao, Cui Jie y Liu Shiyuan —jóvenes artistas chinos estos tres últimos—, entre muchos otros. De la fotografía de Donald Trump jugando al golf, de Horowitz, se vendieron 4 de 5 ediciones en 12 mil dólares cada una.
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“El mercado para mí es otro lenguaje”, me dijo el brasileño Shwafaty. “Aprendemos a escribir como también aprendemos a cambiar. Para mí el mercado es muy importante porque es una forma humana de relación. Me interesa lo que el mercado hace con las cosas y las relaciones que existen dentro del mercado. Por otra parte, el mercado de arte hoy en todo el mundo es muy potente, es una plataforma de visibilidad muy grande. Es en este sentido que me permito traer esta obra acá [su proyecto sobre la Amazonia]. Tal vez no lo venda, pero es importante que esté aquí porque muestra que nuestras instituciones de cultura y de arte tienen problemas y están fallando. Porque si el mercado es así de poderoso y las instituciones no consiguen tener la misma visibilidad, algo está fuera de lugar, ¿no?”
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FOTO: Art Basel 2016, celebrada en Miami, reunió a 269 galerías de 29 países. En la imagen, un par de visitantes se toma una fotografía frente a una obra de Oliver Osborne. En primer plano, una instalación de Nathalie Djurberg & Hans Berg.
Crédito de foto: Cortesía Art Basel
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