El artista, investido doctor «honoris causa» por la Universidad Complutense «por sus excepcionales méritos»
¿Estoy guapo?, pregunta con coquetería Antonio López, luciendo toga y muceta blanca en una sala contigua al Paraninfo de la Universidad Complutense. Atiende a la prensa minutos antes de ser investido doctor «honoris causa», a propuesta de la Facultad de Bellas Artes, por «sus excepcionales méritos y en reconocimiento a su intensa trayectoria profesional en el ámbito de las artes, contribuyendo de manera determinante a la consolidación de la corriente realista en España y a su proyección internacional». Es uno de los artistas españoles más queridos y de los más cotizados.
Confiesa sentirse «muy impresionado, porque el espacio donde se celebra el acto es verdaderamente un templo, un lugar maravilloso. No estoy nervioso. Sí muy satisfecho de que mis compañeros me quieran. Yo quiero mucho a la Universidad, a las Escuelas de Bellas Artes. Forma parte de nuestra vida. Es un lugar sagrado». A sus 82 años, Antonio López (Tomelloso, 1936) «ingresa» en la Universidad. «Es algo nuevo para mí. Cuando hice Bellas Artes los estudios no eran universitarios todavía. Aunque sea un poco tarde, entro en la Universidad por la puerta grande».
Siempre ha compaginado su trabajo artístico con su labor docente en cursos, talleres... ¿Qué le aporta estar rodeado de jóvenes artistas?
Me gusta mucho pintar, pero también el mundo de la pintura, ver lo que hacen los demás artistas. Los talleres son una forma de estar con ellos, de verlos trabajar. Para mí es muy emocionante. Hoy (por ayer) es el último día de un taller que he impartido en Albacete. Es estupendo ver a toda esa gente que no conoces; es un pretexto para hablar de pintura, de ese mundo tan laberíntico que es el arte de nuestra época.
Actualmente expone en una colectiva en el Cervantes de Praga. ¿En qué otros proyectos anda metido? Creo que pergeña con Guillermo Solana una nueva propuesta en el Thyssen.
Hace un año y medio hice allí una exposición con mi mujer, mis amigos... Quedamos tres de los siete [el año pasado se murieron Francisco López Hernández y su mujer, Isabel Quintanilla]. A lo mejor hacemos un proyecto distinto. Siempre hay cosas. Lo importante es el trabajo y no distraerte demasiado. Una vez que la obra sale, va adonde tiene que ir.
Albert Boadella, siempre provocador, dice que el Reina Sofía es un tanatorio. ¿Le gusta ese museo?
Sí.
¿Se siente allí bien tratado?
(Lo piensa unos segundos). Yo no me siento maltratado. El Reina Sofía es un espacio, pero hay otros muchos. El mundo del arte contemporáneo es muy diverso, hay muchas familias. Y no todas están contigo. Me siento bien tratado desde siempre. Yo vivo de la pintura. ¿Qué más se puede pedir? Aquí estoy, me van a hacer doctor «honoris causa».
Volviendo a Boadella y sus «boutades», dice que tres cuartas partes de la producción dePicasso son, y cito textualmente, «una mierda». ¿Qué opina?
Las mierdas no están mal tampoco. Y, si queda una parte buena de cuatro, ya es mucho. Hay incluso gente que no tiene ninguna.
¿Hay que defender a Picasso?
No, no hace falta, Picasso se defiende solo. Se esforzó por ser Picasso y tuvo que marcharse fuera. Ahora no nos vamos a poner fantásticos. Es un gran pintor que ha dejado una huella enorme. Hizo miles de trabajos. Todos no pueden ser buenos, ni siquiera los de Velázquez. No tienen todos el mismo nivel. Ni tampoco los que yo pueda hacer, para nada. Si haces una cuarta parte de obra válida, es algo importantísimo. No se puede pedir más.
¿Es de los que reconoce cuando no está satisfecho con su trabajo?
Sí, sí, claro.
¿Ha visto la exposición de Cai Guo-Qiang en el Prado? ¿Le gusta ver arte contemporáneo en ese museo?
No he ido, no porque haya decidido no verlo. Tampoco he ido a ver otras cosas. A mí no me gusta ver eso en el Prado. Ya es algo muy grande, lo más grande en España en el mundo del arte. Esas cosas deben estar en los espacios de nuestra época. Ese hombre debía hacer eso en el Thyssen o en el Reina Sofía. Ese es su espacio natural. Y lo otro es un juego. A mí no me va eso mucho. Me gustó mucho ver en el Prado a Bacon, porque es un clásico ya. Aquello era muy majestuoso. Un buen final de todo lo que hay en el Prado. Lo de la pólvora no me va mucho.
¿Se le acumulan los encargos en el estudio?
Alterno unos temas con otros. No trabajo en una sola obra, porque me fatigo. Mi forma de trabajar va unida al mundo real y éste no siempre está disponible. El modelo no llega, el paisaje no tiene la luz debida... Estoy haciendo un paisaje de Sevilla, otro de Bilbao. Me gustaría hacer uno de Barcelona. Estoy pintando el mar en el Cabo de Gata. Para salir un poco de Madrid.
¿Va a ser infiel a Madrid?
Hay que ser un poco infiel de vez en cuando.
El mercado del arte está un poco loco. Pagaron por un supuesto Leonardo 450 millones de dólares. ¿Qué opina?
Que hay gente que tiene un dinero que le ha costado muy poco ganarlo y que no conoce ni entiende demasiado el mundo de la pintura. Si juntas las dos cosas, pasa eso. Pero es mejor eso que la nada. Lo peor es la nada.
No hay tiempo para más preguntas. El Paraninfo está a rebosar. No han faltado amigos como Julio López Hernández, Rafael Moneo, Íñigo Navarro... Antes de recibir los atributos doctorales (el birrete, el libro, el anillo, los guantes), toma la palabra Tomás Bañuelos, escultor y profesor de Escultura en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense. Ejerce de padrino en la ceremonia y, por tanto, ha de hacer su laudatio. Lo conoce bien. Ha colaborado con él en algunos proyectos. «Este doctorado se le debía desde hace tiempo. Fue un alumno brillante hace 50 años en la Escuela de Bellas Artes. Hoy es reconocido en todo el mundo. Es una persona tan popular como extraordinaria; austero y transparente». Recuerda que, mientras pintaba el retrato de la Familia Real, pidió asistir, con su esposa, María Moreno, a clases en la Facultad de Bellas Artes, para modelar unas cabezas, como si fueran unos alumnos más. «Aquello fue un auténtico lujo. No lo olvidaré jamás. Nunca ha ejercido de maestro». Sobre su trabajo, advierte Bañuelos que «tiene el rigor de un científico o un investigador. Pinta como esculpe y esculpe como pinta. Posee un talento innato que ha enriquecido con los años».
Emocionado y nostálgico
En su discurso, un emocionado y nostálgico Antonio López recordó Tomelloso, su ciudad natal: «Nunca he visto un lugar más precioso. Me siento privilegiado por haber nacido y pasado mi infancia allí». También recordó a su mentor, su tío el pintor Antonio López Torres, «que me enseñó el camino»; a sus colegas y amigosEnrique Gran, Lucio Muñoz, Paco y Julio López Hernández, Isabel Quintanilla, María Moreno, su querida Mari... Volvió ayer la memoria a sus años en la Escuela de Bellas Artes, a sus clases, a sus profesores, a las obras que realizó... «Regreso con frecuencia por el placer de volver a ese lugar que tiene un significado tan especial para mí». Dice Antonio López que el aprendizaje, el camino del arte, «puede pasar de ser un jardín amable a una selva peligrosa. Puede ser las dos cosas a la vez». Pese a las dudas e inseguridades, no lo cambiaría por nada: «Mi vida mejora con el trabajo. Me siento afortunado. Ha merecido la pena». Palabras que fueron recibidas con una larga ovación. En efecto, Antonio López entra en la Universidad por la puerta grande.
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