Un ambiente permeado de una buena actitud hacia el arte produce mejores ciudadanos.
Por: Amalia Chaverri
El editorial que publicó este medio el domingo 31 de diciembre, titulado “El arte en los programas educativos”, me abrió la puerta para retomar una propuesta similar que compartí hace un tiempo con los lectores y que se titulaba “Saber educar es educar con arte”. Por ser dos propuestas complementarias vale la pena volver a ellas.
El editorial se remonta a la Grecia clásica para destacar la importancia que, desde esos lejanos tiempos, se le concede a la enseñanza de las artes. Enfatiza en la función que ellas cumplen en el desarrollo de la personalidad y de las vivencias personales. Dice: “El arte es una jornada de autoconocimiento y de conocimiento mutuo en tanto permiten expresar una dimensión de nuestro ser que no puede ser expresada de ninguna otra manera”.
Plantea como prioritaria la necesidad de que el sistema educativo imparta disciplinas artísticas como materia del currículo correspondiente y no como disciplinas “relleno” o de importancia secundaria. Y enfatiza: “Más que una mera destreza, representa una forma superior de la inteligencia, una manera de vincularse al mundo”.
El otro caso que nos ocupa es un congreso titulado La Educación Artística: Construyendo Capacidad Creativa para el Siglo XXI, celebrado en Lisboa con la asistencia de alrededor de mil personas entre ministros, viceministros y técnicos en educación y cultura (asiáticos, occidentales, orientales, islámicos), y convocados por la Unesco.
Como invitados y oradores especiales, personalidades de alto nivel académico de universidades de Canadá, Europa, Asia, Estados Unidos, así como representantes de las ONG que propiciaron el encuentro.
Momento crítico. El congreso respondía a un momento crítico de la historia de la humanidad que se enfrentaba a la fragmentación social, la violencia urbana y ecológica, los grupos migratorios, la intolerancia sin freno, entre otros problemas. Se argumentó que las sociedades de hoy requieren ciudadanos con capacidad para pensar crítica e “imaginativamente”, y con entendimiento de las diversidades y de las relaciones interculturales.
¿Cómo se logra? La argumentación se inicia tomando conciencia del desajuste que se da entre los dos hemisferios del cerebro que —equivocadamente— se plantean como opuestos y no complementarios: el hemisferio de lo cognitivo/racional vs. el hemisferio emocional/ sensitivo. Se llega a la conclusión de que se le ha dedicado más tiempo y recursos al estudio de la ciencia y la tecnología, que pondera el hemisferio de lo cognoscitivo, lo cual va en detrimento del desarrollo del hemisferio de lo sensitivo, espacio del crecimiento de la educación artística y humanística.
Gran cantidad de ejemplos, experiencias y estadísticas llevadas a cabo en países de latitudes y culturas harto diferentes, demostraron la necesidad de un currículo balanceado, con materias que apelen a un adecuado desarrollo y empatía tanto del hemisferio de lo sensitivo/emocional como al de lo cognitivo/racional, todo lo cual contribuye al logro de excelentes resultados.
Equilibrio. En síntesis, en ambas propuestas surge la necesidad de recuperar el necesario equilibrio entre ambos hemisferios, que si bien funcionan con ritmos y dinámicas diferentes, ambos deben trabajar conjuntamente para ser vehículos idóneos de conocimiento. Aún más, el desarrollo idóneo de un buen balance entre estos dos espacios en juego coadyuva al desarrollo de la creatividad, un imperativo en el desarrollo cultural contemporáneo.
Sin embargo, la educación artística no debe concebirse como la panacea, sino que debe entenderse en su doble función: como forma de despertar la mente de los niños y jóvenes hacia las humanidades y las artes y, como consecuencia, generar en ellos destrezas y calidad de vida para su futuro.
Una observación final: cuanto más estrecha sea la relación de los estudiantes con las artes y con la educación artística, y cuanto más permeado esté el ambiente familiar de una actitud positiva hacia el quehacer artístico, se logra, no solo mejores estudiantes en todas las materias, sino también mejores ciudadanos.
Y no menos importante, se les da a las artes el honor que merecen y se les devuelve el digno lugar que tuvieron en la cultura griega.
La autora es filóloga.
Fuente
https://www.nacion.com
El editorial que publicó este medio el domingo 31 de diciembre, titulado “El arte en los programas educativos”, me abrió la puerta para retomar una propuesta similar que compartí hace un tiempo con los lectores y que se titulaba “Saber educar es educar con arte”. Por ser dos propuestas complementarias vale la pena volver a ellas.
El editorial se remonta a la Grecia clásica para destacar la importancia que, desde esos lejanos tiempos, se le concede a la enseñanza de las artes. Enfatiza en la función que ellas cumplen en el desarrollo de la personalidad y de las vivencias personales. Dice: “El arte es una jornada de autoconocimiento y de conocimiento mutuo en tanto permiten expresar una dimensión de nuestro ser que no puede ser expresada de ninguna otra manera”.
Plantea como prioritaria la necesidad de que el sistema educativo imparta disciplinas artísticas como materia del currículo correspondiente y no como disciplinas “relleno” o de importancia secundaria. Y enfatiza: “Más que una mera destreza, representa una forma superior de la inteligencia, una manera de vincularse al mundo”.
El otro caso que nos ocupa es un congreso titulado La Educación Artística: Construyendo Capacidad Creativa para el Siglo XXI, celebrado en Lisboa con la asistencia de alrededor de mil personas entre ministros, viceministros y técnicos en educación y cultura (asiáticos, occidentales, orientales, islámicos), y convocados por la Unesco.
Como invitados y oradores especiales, personalidades de alto nivel académico de universidades de Canadá, Europa, Asia, Estados Unidos, así como representantes de las ONG que propiciaron el encuentro.
Momento crítico. El congreso respondía a un momento crítico de la historia de la humanidad que se enfrentaba a la fragmentación social, la violencia urbana y ecológica, los grupos migratorios, la intolerancia sin freno, entre otros problemas. Se argumentó que las sociedades de hoy requieren ciudadanos con capacidad para pensar crítica e “imaginativamente”, y con entendimiento de las diversidades y de las relaciones interculturales.
¿Cómo se logra? La argumentación se inicia tomando conciencia del desajuste que se da entre los dos hemisferios del cerebro que —equivocadamente— se plantean como opuestos y no complementarios: el hemisferio de lo cognitivo/racional vs. el hemisferio emocional/ sensitivo. Se llega a la conclusión de que se le ha dedicado más tiempo y recursos al estudio de la ciencia y la tecnología, que pondera el hemisferio de lo cognoscitivo, lo cual va en detrimento del desarrollo del hemisferio de lo sensitivo, espacio del crecimiento de la educación artística y humanística.
Gran cantidad de ejemplos, experiencias y estadísticas llevadas a cabo en países de latitudes y culturas harto diferentes, demostraron la necesidad de un currículo balanceado, con materias que apelen a un adecuado desarrollo y empatía tanto del hemisferio de lo sensitivo/emocional como al de lo cognitivo/racional, todo lo cual contribuye al logro de excelentes resultados.
Equilibrio. En síntesis, en ambas propuestas surge la necesidad de recuperar el necesario equilibrio entre ambos hemisferios, que si bien funcionan con ritmos y dinámicas diferentes, ambos deben trabajar conjuntamente para ser vehículos idóneos de conocimiento. Aún más, el desarrollo idóneo de un buen balance entre estos dos espacios en juego coadyuva al desarrollo de la creatividad, un imperativo en el desarrollo cultural contemporáneo.
Sin embargo, la educación artística no debe concebirse como la panacea, sino que debe entenderse en su doble función: como forma de despertar la mente de los niños y jóvenes hacia las humanidades y las artes y, como consecuencia, generar en ellos destrezas y calidad de vida para su futuro.
Una observación final: cuanto más estrecha sea la relación de los estudiantes con las artes y con la educación artística, y cuanto más permeado esté el ambiente familiar de una actitud positiva hacia el quehacer artístico, se logra, no solo mejores estudiantes en todas las materias, sino también mejores ciudadanos.
Y no menos importante, se les da a las artes el honor que merecen y se les devuelve el digno lugar que tuvieron en la cultura griega.
La autora es filóloga.
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https://www.nacion.com
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