Este pequeño trabajo recopilatorio está dedicado a Manuel Barrón y Carrillo (Sevilla, 1814 – 1884). Máximo exponente y, posiblemente, mejor representante del paisajismo romántico andaluz y sevillano.
Barrón estudiaría en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, así como en la escuela de Antonio Cabral Bejarano (1798-1861), donde además ejercería posteriormente la docencia, siendo un insigne profesor para las asignaturas de dibujo del yeso, perspectiva y paisaje.
Su vida se desarrolla en Sevilla, donde ocupó varios cargos importantes relacionados con la pintura. Fue director de la escuela de Bellas Artes, miembro fundador del Liceo Artístico (fundado en 1838) y miembro de la sociedad económica de amigos del país. Su obra fue ampliamente expuesta, siendo siempre bien acogida por el público, por lo que participó con asiduidad en numerosas exposiciones de instituciones, e incluso en exposiciones regionales y nacionales de Bellas Artes.
Sus destacables paisajes le dieron notoria fama. Por ellos Barrón ostenta un importante reconocimiento, siendo considerado por tanto un excelente paisajista. Famosos son aquellos que dedica a los entornos urbanos, paisajes en los que pinta figuras humanas dando a estas obras un toque escenográfico y costumbrista. Además de sus innumerables obras paisajísticas, Barrón también cultivaría otros géneros, como bien puede ser el bodegón.
Su obra se conserva en mayor o menor medida, sobre todo la que pertenece al periodo 1852-1869, época en la que incluso la reina de España, Isabel II, adquirió su lienzo Vista general de Sevilla, el cual es conservado hoy día en el Palacio de Riofrío de Segovia.
Principales obras de Manuel Barrón:
- Contrabandistas en la serranía de Ronda (1852) Museo de Bellas Artes de Sevilla
- La Batalla de Bailén (1844). Óleo sobre lienzo, 100 x 144 cm. Museo Romántico. Madrid
- La cueva del gato (1860) Museo de Bellas Artes de Sevilla
- Vista de Sevilla con el Puente de Triana (1860). Palacio de Riofrío. Segovia
- Alrededores de Alcalá de Guadaíra (1860). Colección privada
- Paisaje de Isbor, el río Guadalfeo y la ermita de Nuestra Señora de las Angustias. Colección privada
- La Batalla de Bailén (1844). Museo Romántico, Madrid
- Paisaje fluvial con figuras (1850). Museo del Prado, Madrid
- Paisaje fluvial con figuras y ganado (1850). Museo del Prado, Madrid
- Vista del Guadalquivir (1854). Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
- Puerto de Málaga (1847). Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
- Vista de Cádiz (1854). Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
- Fiesta popular en los alrededores de Sevilla, c. 1845-1850. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
- Vista del puerto de Miravete, camino antiguo de Madrid (1869). Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
- Emboscada a unos bandoleros en la cueva del Gato (1869). Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
ESCUELA SEVILLANA
En el reinado de Fernando VII se advierte en Sevilla la actividad de un modesto grupo de pintores neoclásicos, entre los cuales destaca Juan de Hermida (al que se cita, pero no he encontrado obra), no precisamente por su clasicismo sino por ser el primero que, con discreta técnica practicó una pintura de carácter costumbrista. Además también se pueden incluir a los siguientes, con obras importantes:
Degollación del Bautista, de Antonio Cabral Bejarano (Real Academia de Bellas Artes
• Antonio Cabral Bejarano (1798-1861). Figura dominante en el panorama de la pintura romántica sevillana. En su taller de pintura se formaron numerosos pintores, como sus propios hijos: Francisco Cabral y Aguado Bejarano y Manuel Cabral y Aguado Bejarano, los hermanos Gustavo Adolfo Bécquer y Valeriano Bécquer o Manuel Barrón, entre otros.
José Domínguez Bécquer
• José Domínguez Bécquer (1805-1841). Representó diferentes escenas de carácter popular, también practicó el retrato, la pintura religiosa, el dibujo y la acuarela. Fue padre del célebre poeta Gustavo Adolfo Bécquer y el pintor Valeriano Domínguez Bécquer y también primo Joaquín Domínguez Bécquer reconocido pintor costumbrista.
• José Domínguez Bécquer (1805-1841). Representó diferentes escenas de carácter popular, también practicó el retrato, la pintura religiosa, el dibujo y la acuarela. Fue padre del célebre poeta Gustavo Adolfo Bécquer y el pintor Valeriano Domínguez Bécquer y también primo Joaquín Domínguez Bécquer reconocido pintor costumbrista.
Joaquín Domínguez Bécquer
• Joaquín Domínguez Bécquer (1811-1871), pintor costumbrista. Fue el tío del poeta Gustavo Adolfo Bécquer y del pintor Valeriano Domínguez Bécquer así como primo del también pintor costumbrista José Domínguez Bécquer, con quién colaboró en muchas obras.
Valeriano Domínguez Bécquer
• Valeriano Domínguez Bécquer (1833-1870). Pintó escenas costumbristas y retratos. Estudió con su tío el pintor Joaquín Domínguez Bécquer. Pese a su escasa obra, es uno de los pintores más característicos del costumbrismo romántico. Fue hijo del pintor José Domínguez Bécquer, sobrino del también pintor Joaquín Domínguez Bécquer y hermano del famoso poeta Gustavo Adolfo Bécquer. También pintó notables retratos y caricaturas e ilustraciones junto a su hermano Gustavo Adolfo que también hizo sus pinitos en la pintura.
• Valeriano Domínguez Bécquer (1833-1870). Pintó escenas costumbristas y retratos. Estudió con su tío el pintor Joaquín Domínguez Bécquer. Pese a su escasa obra, es uno de los pintores más característicos del costumbrismo romántico. Fue hijo del pintor José Domínguez Bécquer, sobrino del también pintor Joaquín Domínguez Bécquer y hermano del famoso poeta Gustavo Adolfo Bécquer. También pintó notables retratos y caricaturas e ilustraciones junto a su hermano Gustavo Adolfo que también hizo sus pinitos en la pintura.
José Roldán y Martínez
• José Roldán y Martínez (1808-1871), es considerado uno de los pintores más representativos del romanticismo sevillano. Su obra está dedica principalmente a la realización de retratos y a la pintura de temas costumbristas. Su arte estuvo muy influenciado por la figura deMurillo, tanto en la selección de temas como en la técnica pictórica y el colorido. Representó con frecuencia en sus lienzos niños de la calle, mendigos y pilluelos, tal como ocurría en la pintura española del siglo XVII.
Andrés Cortés y Aguilar
• Andrés Cortés y Aguilar (1815-1879), pintor fundamentalmente costumbrista. Fue alumno de la Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal y perteneció a la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Fue un pintor versátil en todo, su obra abarca desde el paisaje al bodegón, desde el retrato al paisaje de género. A pesar de ser un trabajador incansable, actualmente es poco conocido a nivel popular.
José María Romero y López
• José María Romero y López (1815-1880), fue un pintor romántico que desarrolló su actividad artística en la ciudad de Sevilla, en la que se cree que nació y murió, aunque no existe constancia documental. Destacó como retratista, especialmente de niños, aunque también realizó obras de temática religiosa, campo en el que se le considera un continuador de Murillo.
• José María Romero y López (1815-1880), fue un pintor romántico que desarrolló su actividad artística en la ciudad de Sevilla, en la que se cree que nació y murió, aunque no existe constancia documental. Destacó como retratista, especialmente de niños, aunque también realizó obras de temática religiosa, campo en el que se le considera un continuador de Murillo.
Manuel Barrón y Carrillo
• Manuel Barrón y Carrillo (1814-1884). Máximo exponente y, posiblemente, mejor representante del paisajismo romántico andaluz y sevillano. Sus destacables paisajes le dieron notoria fama. Por ellos Barrón ostenta un importante reconocimiento, siendo considerado por tanto un excelente paisajista. Famosos son aquellos que dedica a los entornos urbanos, paisajes en los que pinta figuras humanas dando a estas obras un toque escenográfico y costumbrista. Estudiaría en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, así como en la escuela de Antonio Cabral Bejarano, donde además ejercería posteriormente la docencia, siendo un insigne profesor para las asignaturas de dibujo del yeso, perspectiva y paisaje.
Francisco Cabral
• Francisco Cabral y Aguado Bejarano (1824-1890). Su producción artística está compuesta principalmente por temas costumbristas andaluces, retratos, temas religiosos y copias de las obras de Murillo. Hijo del pintor Antonio Cabral Bejarano y hermano del también pintor Manuel Cabral y Aguado Bejarano.
Manuel Cabral y Aguado Bejarano
• Manuel Cabral y Aguado Bejarano (1827-1891). Es uno de los mejores representantes del costumbrismo andaluz dentro del romanticismo español. Hijo del pintor Antonio Cabral Bejarano y hermano del también pintor Francisco Cabral y Aguado Bejarano.
José Jiménez Aranda
• José Jiménez Aranda (Sevilla 1837-1903). Es uno de los más destacados representantes de la pintura andaluza del siglo XIX. Sus escena costumbristas y retratos son de verdadero mérito. Su formación transcurre en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y sus primeras creaciones se identifican con el costumbrismo de la época, aunque pronto destaca por sus cualidades como dibujante. En 1871 se instaló en Roma, donde conoció a Fortuny. Fue amigo de Joaquín Sorolla, al que influyó en su obra.
Luis Jiménez y Aranda
• Luis Jiménez y Aranda (1845-1928). Pintor costumbrista, hermano de los también pintores artísticos José y Manuel Jiménez Aranda, este último poco conocido. Se especializó en la pintura histórica, aunque también cultivó la costumbrista, ambas con un estilo verista y de gran acento dibujístico que revela la gran influencia de su hermano José.
• Luis Jiménez y Aranda (1845-1928). Pintor costumbrista, hermano de los también pintores artísticos José y Manuel Jiménez Aranda, este último poco conocido. Se especializó en la pintura histórica, aunque también cultivó la costumbrista, ambas con un estilo verista y de gran acento dibujístico que revela la gran influencia de su hermano José.
José Villegas Cordero
• José Villegas Cordero (1848-1921). Se dedicó a la pintura de historia, costumbrista y de casacones. Formado primero en el taller sevillano del pintor José María Romero, y en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, completó su aprendizaje junto a Eduardo Cano de la Peña. Una vez concluidos sus estudios, el joven artista viajó a Madrid, donde conoció personalmente a Fortuny, lo que le hizo interesarse por la pintura de género.
• José Villegas Cordero (1848-1921). Se dedicó a la pintura de historia, costumbrista y de casacones. Formado primero en el taller sevillano del pintor José María Romero, y en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, completó su aprendizaje junto a Eduardo Cano de la Peña. Una vez concluidos sus estudios, el joven artista viajó a Madrid, donde conoció personalmente a Fortuny, lo que le hizo interesarse por la pintura de género.
José García Ramos
• José García Ramos, (1852-1912). Se trata de un pintor costumbrista perteneciente a la escuela decimonónica sevillana y uno de sus máximos exponentes. Su dibujo es grácil y su pincelada colorista. La mayoría de sus obras reflejan la vida diaria de la Sevilla de finales del siglo XIX. Fue discípulo de José Jiménez Aranda. También influyo en su obra Fortuny.
Gonzalo Bilbao Martínez
• Gonzalo Bilbao Martínez (1860-1938), considerado como uno de los mejores pintores impresionistas sevillanos, también practicó durante años el costumbrismo y la la temática de historia principalmente. Se inicia desde niño en el dibujo alentado por José Jiménez Aranda. Fue maestro de Alfonso Grosso Sánchez.
Espero que la recopilación que he conseguido de este pintor sevillano, sea del interés de los aficionados al arte que frecuentan esta sección, y contribuya en su divulgación.
Algunas obras
Manuel Barrón es considerado el gran maestro del paisaje romántico andaluz. Inició su primera formación artística como discípulo del pintor costumbrista Antonio Cabral Bejarano (1798-1861), además de cursar estudios desde 1828 a 1835 en la Escuela de ¬Bellas Artes de Sevilla, institución en la que ocuparía en 1841 el puesto de ayudante y en 1844 el de teniente en la sección de Pintura.
Especializado desde su juventud en el género de paisaje, fundamentalmente de la ciudad de Sevilla y sus alrededores, participó en la fundación del Liceo Artístico de la capital hispalense en 1838, siendo nombrado en 1851 miembro de la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal.
Fue participante asiduo en las exposiciones públicas del Liceo desde su creación, obteniendo una medalla de plata en la Exposición de Jerez de la Frontera de 1862 por su cuadro Ganados vadeando un río. Además, envió a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864 las obras tituladas Una posada del Huesúa, junto a la fábrica del Pedroso y Vista de la campiña de Córdoba, firmando en 1862 su espléndida Vista de Sevilla desde el puente de Triana (Patrimonio Nacional), una de sus obras más conocidas, adquirida ese mismo año por la reina Isabel II en su visita a la ciudad.
En 1872 fue nombrado director de la Escuela de Bellas Artes sevillana, cargo que ostentó hasta su muerte, ocurrida el 15 de enero de 1884.
La obra paisajística de Barrón es, además de fecunda, muy elocuente de la evolución estilística experimentada por el artista a lo largo de su carrera. Formado todavía en el rigor dibujístico y descriptivo del paisaje de raíz clasicista, de composición clara y ordenada, en su etapa plenamente romántica se muestra claramente influido por el paisaje flamenco del siglo XVII. Utiliza grandes masas de boscaje en los primeros términos junto a diáfanas leja¬nías, resueltas a base de delicadísimas transparencias, en vistas de tono bucólico pobladas generalmente por pastores y ganado, mostrando a la vez una interpretación espectacular y caprichosa de la naturaleza en obras como La cueva del Gato, realizada en 1860 (Sevilla, Museo de Bellas Artes), aprendida de grandes paisajistas románticos que visitaron Sevilla, como Genaro Pérez Villaamil (1807-1854) y David Roberts (1796-1864), a los que hubo de conocer en su juventud. En su producción última deriva hacia un tímido realismo, más objetivo pero menos sugerente, mostrando siempre un especial gusto por el detalle anecdótico en la representación de las pintorescas figurillas que pueblan sus paisajes, además de una absoluta fidelidad documental en la descripción de sus vistas de edificios y monumentos, aderezado todo ello con un especial instinto decorativo en el uso del color, rico y brillante; ingredientes todos ellos que explican en buena medida el éxito que Barrón alcanzó entre la clientela de su tiempo.
Barrón fue además pintor de algunas escenas costumbristas, y cultivó también, aunque con menor éxito y facultades, géneros como el retrato y el bodegón.
Puerto de Málaga. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1847. Óleo sobre lienzo, 45 x 84 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Por formato y características este paisaje entra dentro de las pautas de la típica pintura de gabinete del siglo XIX. El lienzo recoge una panorámica de la ciudad de Málaga con una vista desde una orientación suroeste, en el final de una tarde sombría animada por vientos del interior. Una visión con luces de ocaso en una atmósfera muy del gusto romántico, pero en contradicción con la orientación real del poniente, en el lado contrario al del lienzo; a no ser que se tratara de una vista al amanecer, cosa que consideramos improbable en el caso de Barrón. Más bien hemos de pensar que el artista partió de una imagen previa, realizada con esa iluminación, y que desarrolla con sus propias soluciones plásticas, por lo que con seguridad se trata de un paisaje elaborado a partir de una estampa o iconografía previa de la ciudad.
Todo ello añade un sentido enfático y teatral que aquí se hace evidente, en especial en las zonas en penumbra alternando con las iluminadas; un recurso de hecho muy utilizado en las obras de Barrón. Muy expresivas son las luces sobre la montaña de Gibralfaro y los lienzos de las murallas árabes de la Alcazaba, el conjunto de las velas de los navíos concentrados en su puerto, el perfil lejano del faro de San Nicolás y las chimeneas de algún vapor, así como las mecidas olas que, de manera un tanto artificial, chocan con las rocas en el primer plano. Recordemos la importancia del desarrollo de una nueva sociedad en la España del siglo XIX, en donde las ciudades españolas de la periferia cobran una nueva pujanza. En el marco andaluz en concreto, serán Málaga y muy especialmente Cádiz, con sus activos puertos de mar, las ciudades que cobran una especial relevancia social y un destacado desarrollo económico, político y cultural. Por ello no es de extrañar, en el caso de la producción de un artista paisajista como Barrón este tipo de obras, productos de encargos y consecuencia de la identificación de cierta burguesía local con la imagen de un territorio en la que se enmarcan sus actividades comerciales y culturales.
En consecuencia este tipo de paisajes con su puerto, sus monumentos y sus alrededores, son un nuevo producto cultural, en parte debido a la ratificación que algunos artistas andaluces como Barrón hacen de las imágenes que otros artistas extranjeros gestaron con anterioridad. En este sentido cabría hablar de la iconografía en la que se basa esta pintura respetando muchos de sus elementos y distribuciones. Concretamente está realizada a partir de un grabado de Alexandre de Laborde perteneciente al Voyage pittoresque et historique de l’Espagne, editado en París en 1806.
carmenthyssenmalaga.org / Juan Fernández Lacomba
Vista del Guadalquivir. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1854. Óleo sobre lienzo, 92 x 125 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Muy característica de la producción del pintor sevillano Manuel Barrón y Carrillo es esta pintura de la ciudad hispalense con el cauce del Guadalquivir en primer plano tomada desde el sur. Se trata de una vista un tanto monumental, posible desde un punto cercano a la Punta del Verde.
El encuadre está tomado concretamente a la altura de los aledaños de paseo de las Delicias de Arjona, un lugar urbanizado y de recreo en Sevilla desde época ilustrada y que en realidad obedece a la primera visión que tuvieron muchos de los viajeros extranjeros a su llegada a la ciudad. En especial los viajeros de la época romántica, por lo general llegados a la ciudad por barco, remontando el cauce desde Cádiz; una visión inesperada, que debió ser sorprendente y monumental y que de hecho permaneció enfatizada en la memoria de muchos visitantes. El cuadro obedece a un concepto de paisaje topográfico, urbano, descriptivo y monumental, donde de manera escenográfica y un tanto teatral aparecen recortados e iluminados por la luz del ocaso el convento de los Remedios, la Torre del Oro, el palacio de San Telmo, y la gran fábrica de la catedral con la Giralda despuntando sobre el perfil del horizonte.
En la obra de Barrón pinturas como esta probablemente respondan a una serie de encuadres del Guadalquivir, de versiones dedicadas a distintos tramos y lugares pintorescos del río. El lienzo está realizado a partir de notas y detalles tomados directamente en el lugar y ejecutados posteriormente en el estudio, incorporando detalles compositivos y tipos: como las barcas y veleros, o los personajes populares situados en las orillas en primer plano, con tradicionales artes de pesca de ribera. Otros detalles en el puerto a lo lejos y la presencia junto a la Torre del Oro de un navío de rueda a vapor (emblema de una incipiente revolución industrial en la ciudad), o la comitiva dominical del paseo de personajes de la burguesía local ataviados con trajes de época isabelina en las cercanías del Salón de Cristina, otorgan a la composición cierto sentido de crónica, haciendo empleo de una ejecución un poco rígida y de una atmósfera un tanto atemporal y congelada.
Algunos elementos datables, coherentes con la fecha de ejecución del lienzo, hacen pensar en la relación directa de esta escena con las fiestas que tuvieron lugar dos años antes, con motivo del nacimiento de la infanta María Cristina de Orleans, celebradas en las inmediaciones de palacio de San Telmo (acontecimiento que quedó reflejado en la litografía editada a partir de pioneras fotografías de Leygonier), que quedarían posiblemente en la memoria del artista. En este caso se trata de una versión menos ajustada y pormenorizada que otros lienzos muy cercanos a éste, como El Guadalquivir a su paso por Sevilla del Museo de La Habana (1851), o bien el lienzo titulado Vista de Sevilla desde la Punta del Verde (1856), muy cercano a éste en su disposición y en sus elementos, y perteneciente a la antigua colección Ybarra de Sevilla; paisajes todos ellos de similares características y formato muy próximo, hecho que revela una producción de obras en distintas versiones de taller y también diferentes niveles de ejecución.
Por otro lado, desde el punto de vista estilístico, en este lienzo están aún muy presentes los ecos compositivos de obras románticas precedentes, tanto de Roberts como de Villaamil, ejecutadas en décadas anteriores y dedicadas a la Torre del Oro con un interés monumental y evocaciones con justificación de asunto histórico. Aunque en este caso Barrón adopte un modo más descriptivo y ¬panorámico, se evidencian puntos de partida simi¬lares, debidos a encuadres muy difundidos a través de estampas publicadas en los libros de viajes, aquí también, a la manera romántica, magnificados con contraluces de ocaso.
carmenthyssenmalaga.org / Juan Fernández Lacomba
Fiesta popular en los alrededores de Sevilla. Obra de Manuel Barrón y Carrillo, c. 1845-1850. Óleo sobre lienzo, 56 x 72 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Fue Joaquín Domínguez Bécquer el primer pintor sevillano en incorporar vistas pintorescas de los alrededores de la capital andaluza, coexistentes con vistas monumentales y rincones históricos, siguiendo las influencias de la llamada pintura topográfica de paisaje cultivada en la tercera década del siglo XIX, por viajeros ingleses como David Roberts. A esta tendencia y actitud ante el paisaje, tampoco se sustrajo Manuel Barrón, profesor de la asignatura de Paisaje en la escuela sevillana, constituida en el convento desamortizado de la Merced, sede a su vez del Museo de Pinturas de reciente constitución en pleno período liberal.
De composición un tanto esquemática y rígida, por lo centrado de la poco naturalista palmera, la presente pintura da idea del concepto memorizado del paisaje romántico cultivado por esas fechas en Sevilla. Un paisajismo que poco a poco se iría acercando hacia acentos realistas, en el caso de Barrón después de 1850, fecha esta sin duda posterior a la que podemos dar para esta pintura, que se emparenta con otras producciones tempranas del artista dedicadas a rincones pintorescos y vistas de las riberas del río Guadaira en la localidad cercana a Sevilla de Alcalá. Un lugar por cierto también visitado por Roberts, y que, andando el tiempo, se convertiría en un lugar emblemático y de referencia del paisaje sevillano desarrollado, en especial, en las últimas décadas del siglo XIX.
En esta pintura de amplio y sereno celaje, de la que se conocen otras versiones y variantes, Barrón nos sitúa en los alrededores de Sevilla desde una orientación norte, con un punto de vista sobre la vega del Guadalquivir en donde se divisa escueto su cauce y aparece el perfil de torres y murallas de la ciudad en el horizonte. A la izquierda de la composición sitúa un núcleo urbano o cortijada, que puede aludir a las inmediaciones del convento de San Jerónimo o tal vez a los alrededores de la población de la Algaba, en cuya vega parece querer situarse el encuadre. Una composición sin duda resultado de la conjunción de elementos memorizados y escenificados con posterioridad en la pintura, a la que el artista ha añadido, como justificación temática, un animado grupo de tipos con trajes tradicionales (el mismo esquema que se repite en otras obras del autor con ligeras variantes) que acompañados a la guitarra danzan en el primer plano en una fiesta improvisada. Una escena iluminada dentro de un sombrío primer plano, en lo que puede ser una imprevista venta popular o acampada de gitanos o feriantes, y en la que una pareja cercana –él de uniforme militar– conversa a contraluz en el ángulo izquierdo.
La obra podía situarse cronológicamente en torno a fechas de mediados del siglo pasado, una vez Barrón estuviera asentado como profesor y miembro de la Academia sevillana a partir de 1845.
carmenthyssenmalaga.org / Juan Fernández Lacomba
Vista de Cádiz. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1854. Óleo sobre lienzo, 58,5 x 93 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
En esta vista de Cádiz tomada desde el lugar extramuros de Punta de Vaca es de destacar el aire de veduta napolitana, en la que el amplio plano de mar desempeña un papel fundamental en la composición. Presenta un perfil en perspectiva de la ciudad en una animada escena con personajes en primer plano, con trajes policromos y tipos populares de pescadores cercanos al espectador. Un hecho frecuente en esta clase de vistas, donde siempre se incorporan unos modelos de personajes que se identifican con un país; así tipo y paisaje –en este caso ciudad– quedan asociados como dos expresiones fundamentales del carácter cultural de un lugar y su sociedad. De hecho se convierten en elementos significativos de paisajes, muy en consonancia con la tradición romántica de valoración e interés hacia los tipos populares, que identifican culturas y territorios; muy utilizados en las pinturas de vistas cultivadas por Barrón.
Cádiz fue, con su activo puerto y con sus inexpugnables defensas del siglo XVIII, no sólo metrópoli de las colonias americanas, sino también ciudad de referencia de modernización, lugar del desarrollo de una nueva sociedad y cuna, en muchos sentidos, de las nuevas ideologías que cambiaron el devenir histórico a todo lo largo del siglo XIX. El papel desempeñado por la ciudad y su importante burguesía es en ese sentido indiscutible, especialmente en relación a la aparición y difusión de la ideología liberal.
Con toda probabilidad el lienzo obedezca a un encargo de algún hacendado, comerciante o alto funcionario de tradición ilustrada, o de alguna sociedad del tipo de las, entonces muy dinámicas, Sociedades Económicas de Amigos del País. Este paisaje de Cádiz se debe, como Puerto de Málaga (cat. 3), otra ciudad de semejantes características y con una sociedad similar a la de Cádiz, a una demanda local consecuencia de la identificación de significados elementos de la burguesía local con la ciudad: es decir, con el paisaje y los escenarios en que se desenvuelve su actividad económica y social. Por otro lado, la composición de Barrón se basa, muy al pie de la letra, en la vista litografiada de Cádiz por Chapuy, editada en 1830 en París como Vue d’optique, siguiendo una empresa de representación geográfica muy propia de la Ilustración, y perteneciente a L’Espagne. Vues des principales villes de ce royaume.
carmenthyssenmalaga.org / Juan Fernández Lacomba
Vista del puerto de Miravete, camino antiguo de Madrid. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1869. Óleo sobre lienzo, 72 x 105 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
La personalidad artística del paisajista sevillano Manuel Barrón es bien conocida a través de sus obras más características, generalmente vistas reales o fantaseadas de alrededores de poblaciones andaluzas, dispuestas desde perspectivas panorámicas de campo abierto y horizonte bajo, con masas de arboleda y lejanías urbanas, pobladas siempre de pequeños personajes y fechadas casi todas en la década de 1850.
Sin embargo, apenas se tienen testimonios de su producción final, habida cuenta de la longevidad de este artista, que murió en 1884, a los setenta años. Así, algunos autores han señalado un progresivo abandono de los postulados románticos tan característicos de los paisajes de Barrón, hacia un tímido clasicismo descriptivo en obras de la década siguiente, como su interesante (Vista de Sevilla con el Guadalquivir y el puente de Triana, 1862), adquirida por la reina Isabel II. Dos años después participaría por única vez en una Exposición Nacional de Bellas Artes con Una posada del Huesúa junto a la fábrica del Pedroso y Vista de la campiña de Córdoba, sin que casi se tenga noticia de su obra posterior.
Por esta razón, resulta de un interés muy especial el presente lienzo firmado en 1869, uno de los más tardíos conocidos hasta ahora de su autor y en el que, a pesar de su fecha avanzada, Barrón sorprende con su rendida fidelidad a los postulados más genuinos del romanticismo pintoresco puestos de moda treinta años antes, radicalmente opuestos a cualquier indicio clasicista, e incluso resuelto con una capacidad imaginativa y anecdótica más acentuada que en sus paisajes anteriores, varios de ellos protagonizados también por bandoleros y contrabandistas.
En esta ocasión Barrón concibe su paisaje desde un punto de horizonte alto, desde el que se despliega una amplia panorámica montañosa del abrupto puerto de Miravete, en cuyo valle serpentea el «camino antiguo de Madrid», que comunicaba Extremadura con la capital, y que atravesaba los peligrosos parajes de la sierra cacereña del mismo nombre, que, era entonces terror de viajeros y escondrijo predilecto de bandoleros.
Así, en el primer término de la composición, Barrón describe, con bastante comicidad y eficacia narrativa, el asalto a una diligencia por un grupo de bandidos, concediendo a los personajes un protagonismo realmente inusual en las obras de este artista. El carruaje ha sido detenido por los bandoleros, que han hecho bajar a sus ocupantes. Apenas repuesta del sobresalto, una mujer tendida en el suelo, en medio del camino, es atendida por su acompañante. En el recodo, otra dama se lleva las manos a la cabeza ante el despojo que los asaltantes hacen de sus baúles. Tal atropello provoca el llanto de otra mujer, al fondo, y la rendida desolación de un viajero, sentado sobre su maltrecho equipaje.
Tanto la carga anecdótica infundida por Barrón a la escena de pillaje como la concepción grandiosa y potente de los diferentes elementos de la naturaleza, visible sobre todo en las imponentes montañas y subrayada también por las nubes rasgadas del cielo crepuscular, hacen recordar de inmediato el paisajismo pintoresco del primer romanticismo, puesto en boga tanto por los vedutistas extranjeros que viajaron a España en el primer tercio del siglo, como por los más grandes maestros españoles de este género, como Eugenio Lucas y, sobre todo, Genaro Pérez Villaamil.
Por otra parte, en esta obra de madurez se advierte la evolución de Barrón en el tratamiento del color, ahora más tamizado, así como en el manejo de la luz, siempre caprichosa, pero resuelta aquí con sutiles juegos de transparencias y claroscuros, a través de los que da profundidad al paisaje y conduce la mirada del espectador hasta las lejanías.
Como testimonia la etiqueta que el cuadro conserva al dorso, fue regalado en 1875 por un desconocido Gerónimo S. Couder a su hijo Gerardo.
carmenthyssenmalaga.org / José Luis Díez
Emboscada a unos bandoleros en la cueva del Gato. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1869. Óleo sobre lienzo, 72 x 105 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Bajo la imponente bóveda de la entrada de la cueva, una partida de bandoleros hace frente a la emboscada que les tienden varios guardias civiles, que se aproximan desde un cerro cercano disparando sus fusiles. Sobre las rocas de pedregal, los bandidos se defienden con sus trabucos del ataque de la Benemérita. Uno de ellos ha sido herido y reposa tendido en el suelo, mientras un chicuelo lloroso ante el ruido de los disparos se refugia en las faldas de su madre, que suplica a gritos el cese del fuego.
La cueva del Gato, localizada muy cerca de Benaoján, es uno de los parajes más conocidos de la serranía de Ronda como escondrijo de bandoleros y contrabandistas de Sierra Morena durante el siglo XIX. Situada a unos diez kilómetros de la ciudad rondeña, se trata de una enorme concavidad de tierra caliza, próxima al río Guadalevín. Por su interior corre el río Guadares o Campobuche, que sale por la boca opuesta de la cueva para desembocar en el Guadiaro. Con un recorrido interior de 4.480 metros, por sus dimensiones y situación abrigada de la intemperie fue habitada desde el Paleolítico, siendo también por ello importante yacimiento arqueológico, al ser utilizada igualmente como lugar de enterramiento, además de ser hoy paraje natural de gran belleza e interés espeleológico.
Entre los numerosos paisajes de la ciudad malagueña de Ronda y sus alrededores pintados por Barrón a lo largo de toda su vida, fue sin duda el pintoresco paraje de la famosa cueva del Gato lugar predilecto del artista, a juzgar por las varias versiones conocidas pintadas por el artista sevillano de esta impresionante gruta. La más conocida de ellas es la firmada por Barrón en 1860 y conservada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, formando una pequeña serie con otros dos lienzos de idénticas medidas, que representan respectivamente unas Lavanderas al pie de la ciudad de Ronda y Contrabandistas en la serranía de Ronda.
El lienzo sevillano, analizado hace años por Reina Palazón, es extremadamente semejante a la presente versión, hasta ahora inédita, tanto en la descripción de la embocadura de la cueva como en los personajes del primer término, algunos de los cuales se repiten literalmente (aunque en lugar del hombre herido en el suelo y el que acecha en el extremo derecho, aparecen dos contrabandistas que se agachan para protegerse de los disparos). Sin embargo, lo que más llama la atención entre ambos ejemplares son las diferencias en la propia orografía del terreno, precisamente aquello que en principio resulta más inmutable. Así, el sereno paisaje que se despliega al fondo del presente lienzo, rematado por suaves montañas en una panorámica abierta y despejada, en el ejemplar sevillano se convierte en un paraje mucho más abrupto, coronado en la lejanía por un elevado peñasco que centra la visión del espectador; muestra una vez más de la absoluta libertad creativa del paisajista romántico, que se permite transformar con su personal fantasía la visión real de la naturaleza, que reelabora en su estudio caprichosamente, para subrayar sus aspectos más llamativos o pintorescos. Este matiz un tanto sobrecogedor y dramático del paisaje rocoso, enmarcado por la espectacular entrada de la cueva, que parece poner inconscientemente a Barrón en contacto con el paisaje romántico alemán, se ve aún más reforzado por el tratamiento escenográfico del encuadre del paraje, resuelto con un planteamiento eminentemente teatral, como si de bambalinas de un escenario se tratara, disponiendo los planos en estricta horizontalidad con el borde del lienzo, marcando con gran efectismo las zonas de luces y sombras hasta conducir la vista a la claridad de la lejanía, con un especial instinto decorativo en el tratamiento del paisaje pintoresco, aderezado por un hilo argumental protagonizado por las figurillas que siempre pueblan las vistas de este artista, y con una paleta de colores vivos pero no estridentes; características todas ellas que marcan la obra de Barrón, de la que la colección de la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza guarda algún otro interesante ejemplo, y en la que residió gran parte del atractivo y del éxito que gozaron sus paisajes entre la clientela de su tiempo.
Todavía se conoce una tercera versión de esta vista, dada a conocer hace algunos años por Arias Anglés, algo más simple aún en su composición y encuadre, también transformada en el paisaje que asoma por la boca de la gruta, y en la que los contrabandistas aparecen reunidos en un plano muy próximo al espectador, mientras uno de ellos vigila a la entrada del escondite, por lo que, como sugiere este autor, parece seguirse una secuencia narrativa en las diferentes escenas de bandoleros de este mismo paisaje. Finalmente, la existencia de un cuadro de composición virtualmente idéntica a esta última versión de Barrón, de perfil ovalado y firmado por el discreto pintor Juan Pérez Villaamil en 1858, confirma la existencia de un primer modelo compositivo en fecha más temprana a los tres ejemplares de Barrón conocidos hasta ahora, aunque no es descartable que existiera aún una primera versión no conocida del paisajista sevillano que fuera referente para Villaamil, ya que, teniendo en cuenta el perfil y la capacidad creativa de ambos pintores, no parece que pueda pensarse lo contrario.
Estas repeticiones con pequeñas variantes de un mismo paisaje también son prueba de la especial atracción que para los paisajistas románticos europeos y españoles tuvieron las cuevas naturales por su componente de naturaleza sobrecogedora y algo misteriosa, que tantas veces despertó la fantasía de los pintores, escritores y escenógrafos teatrales a lo largo del siglo XIX. Eso hace que, incluso en el tímido campo de la pintura romántica española, puedan encontrarse algunos otros ejemplos de estética y pretensiones extremadamente parecidos a la presente composición, aunque su semejanza sea seguramente casual. Es el caso de un lienzo del poco conocido paisajista cordobés Juan Belmonte y Vacas (1828-1864), que representa la Cueva de las Palomas. Valencia, pintado en 1864 y, por tanto, estrictamente contemporáneo a estos cuadros de Barrón, resuelto con idénticos planteamientos estéticos y escenográficos.
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La cueva del gato. 1860. Óleo sobre lienzo, 67 x 117cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. Barrón es uno de los máximos representantes del costumbrismo sevillano, desarrollando una muy personal aportación al género del paisaje. Su obra la dedicó fundamentalmente a este género en el que participa de las características generales del paisajismo romántico español. Vistas rurales o urbanas adornadas con figurillas populares que proporcionan al paisaje un sabor costumbrista, mediante la introducción de una nota o anécdota popular y pintoresca. Dentro de una serie de cuatro obras de igual formato, se incluye este lienzo donde el artista nos muestra una gran cueva con abertura en la zona central alta, a través de la cual se vislumbra el exterior. En la zona baja de la izquierda un grupo de bandoleros, con una mujer y un niño, es sorprendido por la Guardia Civil que se encuentra en el exterior de la cueva. La pequeñez de las figuras resalta la grandiosidad del paisaje abrupto de la cueva, realizado a base de grandes manchas de color.
Paisaje de Isbor, el río Guadalfeo y la ermita de Nuestra Señora de las Angustias. Óleo sobre lienzo, 62 x 82 cm. Colección privada. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
El pintor Manuel Barrón es uno de los representantes más destacados del paisaje romántico andaluz. Nació en Sevilla en 1814, estudió en Escuela de Bellas Artes de la ciudad y tuvo como maestro a Antonio Cabral Bejarano. De éste heredó el gusto por el paisaje costumbrista y pintó numerosas vistas de Sevilla y de sus monumentos, en las que incluyó figuras o personajes populares. Su vida se desarrolló por completo en Sevilla, allí fue también profesor de dibujo, de perspectiva y de paisaje. Ocupó el cargo de director de la escuela de Bellas Artes y fue miembro fundador del Liceo Artístico.
Paisaje con campesinas. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. Barrón a lo largo de su trayectoria artística se dedicó principalmente al paisaje, aunque también cultivó otros géneros como el bodegón. Sus obras reflejan las características generales del paisajismo romántico español. Entre sus temas destacan las vistas rurales y los entornos urbanos, en los que pinta figuras populares y pintorescas que proporcionan a estas obras un toque escenográfico y costumbrista. Sus paisajes alcanzaron gran fama durante la época, por lo que ha sido considerado un excelente paisajista. La mayor parte de las obras que se conservan pertenecen al periodo de 1852-1869, no conociendo apenas las etapas inicial y final de su producción.
Vista de Sevilla con el Puente de Triana o Vista general de Sevilla. 1860. Palacio de Riofrío. Segovia. Obra de Manuel Barrón y Carrillo (Sevilla, 1814-1884). Pintor español. Estudió con Antonio Cabral Bejarano en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, de la que llegaría a ser profesor y director. Fue uno de los fundadores del Liceo Artístico de Sevilla, creado en 1838, miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de su ciudad natal y académico correspondiente de la Academia de Santa Isabel de Hungría. Fue el máximo representante del paisajismo romántico andaluz, con escenas costumbristas al estilo de su maestro y de David Roberts, con quien coincidió una temporada en Sevilla en 1833. Aunque ya en 1838 presentó unos paisajes a las exposiciones del Liceo y de la Sociedad Económica sevillana, su primera obra conocida no está fechada hasta 1852. Se dedicó fundamentalmente al paisaje, pero también cultivó otros géneros, como el retrato, el bodegón o la pintura de costumbres, especialmente de la vida cotidiana sevillana. Concurrió a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, y en 1862 la reina Isabel II adquirió Vista general de Sevilla, que se encuentra en el palacio de Riofrío, en Segovia.
La Batalla de Bailén. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1844. Óleo sobre lienzo, 100 x 144 cm. Museo Romántico. Madrid. Aquí Barrón presenta un tema histórico, poco conocido en su carrera. Se trata de la entrada de las tropas napoleónicas al territorio español, gracias al Tratado de Fontainebleau, con el propósito de invadir Portugal. Sobresale la minuciosidad y el detallismo de las figuras, de los soldados, las armas y los cañones, y la grandiosidad y dureza del paisaje abrupto y nevado.
Contrabandistas en la serranía de Ronda. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1859. Museo de Bellas Artes de Sevilla. La composición escenográfica sigue el estilo romántico, sitúa a los personajes con los animales de carga en primer término, sobre un fondo paisajístico a modo de escenario. A pesar de que los personajes ocupan el primer plano, el elemento principal o el protagonista de la obra es el paisaje agreste de la serranía de Ronda, que delimita el cuadro y está cargado de emotividad.
Alrededores de Alcalá de Guadaíra. 1860. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. Colección privada
Paisaje fluvial con figuras (1850) óleo sobre lienzo, 79,5 x 141 cm. Museo del Prado, Madrid. Obra de Manuel Barron y Carrillo
Río Guadalqivir. Aún navegaban por el Guadalquivir los bellísimos veleros que viajaban a Las Indias Occidentales, cuando fue pintado este artístico cuadro al óleo, que representa una vista parcial de Sevilla desde el Sur. Al fondo, aparecen las siluetas de la Torre del Oro y la Giralda. Fué pintado por Manuel Barron Carrillo en 1.851.
Guadalquivir, Torre del oro y catedral. Esta preciosa vista sevillana, en cuadro pintado al óleo, represnta el Rio Gadalquivir, la Torre del Oro, las Atarazanas, la Catedral y la Giralda. Fue realizada por Manual Barron y Carrillo en 1.841.
Abrevando el ganado. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Campesinos en un paisaje montañoso español. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Fiesta goyesca en Sevilla. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Vista de Sevilla, desde el puente de Triana. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Fiesta popular en los alrededores de Sevilla al atardecer. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Vista de Sevilla desde la Punta del Verde. Colección Durán, Madrid. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Vista del río Guadalquivir a su paso por Sevilla. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Paisaje Andaluz. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Pues esto es todo amigos, espero que os haya gustado el trabajo recopilatorio dedicado al pintor sevillano Manuel Barrón y Carrillo, es uno de los representantes más destacados del paisaje romántico andaluz. Barrón estudiaría en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, así como en la escuela de Antonio Cabral Bejarano (1798-1861), donde además ejercería posteriormente la docencia, siendo un insigne profesor para las asignaturas de dibujo del yeso, perspectiva y paisaje.
Fuentes y agradecimientos a: carmenthyssenmalaga.org, juntadeandalucia.es, patrimonioartistico.us.es, es.wikipedia.org, reprodart.com, pintura.aut.org, museodelprado.es, leyendasdesevilla.blogspot.com.es, pintorescatalanes.blogspot.com.es, caleidoscopiodealcaladeguadaira.blogspot.com.es, lembranzas-ines.blogspot.com.es, usuarios.multimania.esarteespana.com, publico.es, elsobrino.files.wordpress.com y otras de Internet.
• Gonzalo Bilbao Martínez (1860-1938), considerado como uno de los mejores pintores impresionistas sevillanos, también practicó durante años el costumbrismo y la la temática de historia principalmente. Se inicia desde niño en el dibujo alentado por José Jiménez Aranda. Fue maestro de Alfonso Grosso Sánchez.
Espero que la recopilación que he conseguido de este pintor sevillano, sea del interés de los aficionados al arte que frecuentan esta sección, y contribuya en su divulgación.
Algunas obras
Manuel Barrón es considerado el gran maestro del paisaje romántico andaluz. Inició su primera formación artística como discípulo del pintor costumbrista Antonio Cabral Bejarano (1798-1861), además de cursar estudios desde 1828 a 1835 en la Escuela de ¬Bellas Artes de Sevilla, institución en la que ocuparía en 1841 el puesto de ayudante y en 1844 el de teniente en la sección de Pintura.
Especializado desde su juventud en el género de paisaje, fundamentalmente de la ciudad de Sevilla y sus alrededores, participó en la fundación del Liceo Artístico de la capital hispalense en 1838, siendo nombrado en 1851 miembro de la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal.
Fue participante asiduo en las exposiciones públicas del Liceo desde su creación, obteniendo una medalla de plata en la Exposición de Jerez de la Frontera de 1862 por su cuadro Ganados vadeando un río. Además, envió a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864 las obras tituladas Una posada del Huesúa, junto a la fábrica del Pedroso y Vista de la campiña de Córdoba, firmando en 1862 su espléndida Vista de Sevilla desde el puente de Triana (Patrimonio Nacional), una de sus obras más conocidas, adquirida ese mismo año por la reina Isabel II en su visita a la ciudad.
En 1872 fue nombrado director de la Escuela de Bellas Artes sevillana, cargo que ostentó hasta su muerte, ocurrida el 15 de enero de 1884.
La obra paisajística de Barrón es, además de fecunda, muy elocuente de la evolución estilística experimentada por el artista a lo largo de su carrera. Formado todavía en el rigor dibujístico y descriptivo del paisaje de raíz clasicista, de composición clara y ordenada, en su etapa plenamente romántica se muestra claramente influido por el paisaje flamenco del siglo XVII. Utiliza grandes masas de boscaje en los primeros términos junto a diáfanas leja¬nías, resueltas a base de delicadísimas transparencias, en vistas de tono bucólico pobladas generalmente por pastores y ganado, mostrando a la vez una interpretación espectacular y caprichosa de la naturaleza en obras como La cueva del Gato, realizada en 1860 (Sevilla, Museo de Bellas Artes), aprendida de grandes paisajistas románticos que visitaron Sevilla, como Genaro Pérez Villaamil (1807-1854) y David Roberts (1796-1864), a los que hubo de conocer en su juventud. En su producción última deriva hacia un tímido realismo, más objetivo pero menos sugerente, mostrando siempre un especial gusto por el detalle anecdótico en la representación de las pintorescas figurillas que pueblan sus paisajes, además de una absoluta fidelidad documental en la descripción de sus vistas de edificios y monumentos, aderezado todo ello con un especial instinto decorativo en el uso del color, rico y brillante; ingredientes todos ellos que explican en buena medida el éxito que Barrón alcanzó entre la clientela de su tiempo.
Barrón fue además pintor de algunas escenas costumbristas, y cultivó también, aunque con menor éxito y facultades, géneros como el retrato y el bodegón.
Puerto de Málaga. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1847. Óleo sobre lienzo, 45 x 84 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Por formato y características este paisaje entra dentro de las pautas de la típica pintura de gabinete del siglo XIX. El lienzo recoge una panorámica de la ciudad de Málaga con una vista desde una orientación suroeste, en el final de una tarde sombría animada por vientos del interior. Una visión con luces de ocaso en una atmósfera muy del gusto romántico, pero en contradicción con la orientación real del poniente, en el lado contrario al del lienzo; a no ser que se tratara de una vista al amanecer, cosa que consideramos improbable en el caso de Barrón. Más bien hemos de pensar que el artista partió de una imagen previa, realizada con esa iluminación, y que desarrolla con sus propias soluciones plásticas, por lo que con seguridad se trata de un paisaje elaborado a partir de una estampa o iconografía previa de la ciudad.
Todo ello añade un sentido enfático y teatral que aquí se hace evidente, en especial en las zonas en penumbra alternando con las iluminadas; un recurso de hecho muy utilizado en las obras de Barrón. Muy expresivas son las luces sobre la montaña de Gibralfaro y los lienzos de las murallas árabes de la Alcazaba, el conjunto de las velas de los navíos concentrados en su puerto, el perfil lejano del faro de San Nicolás y las chimeneas de algún vapor, así como las mecidas olas que, de manera un tanto artificial, chocan con las rocas en el primer plano. Recordemos la importancia del desarrollo de una nueva sociedad en la España del siglo XIX, en donde las ciudades españolas de la periferia cobran una nueva pujanza. En el marco andaluz en concreto, serán Málaga y muy especialmente Cádiz, con sus activos puertos de mar, las ciudades que cobran una especial relevancia social y un destacado desarrollo económico, político y cultural. Por ello no es de extrañar, en el caso de la producción de un artista paisajista como Barrón este tipo de obras, productos de encargos y consecuencia de la identificación de cierta burguesía local con la imagen de un territorio en la que se enmarcan sus actividades comerciales y culturales.
En consecuencia este tipo de paisajes con su puerto, sus monumentos y sus alrededores, son un nuevo producto cultural, en parte debido a la ratificación que algunos artistas andaluces como Barrón hacen de las imágenes que otros artistas extranjeros gestaron con anterioridad. En este sentido cabría hablar de la iconografía en la que se basa esta pintura respetando muchos de sus elementos y distribuciones. Concretamente está realizada a partir de un grabado de Alexandre de Laborde perteneciente al Voyage pittoresque et historique de l’Espagne, editado en París en 1806.
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Vista del Guadalquivir. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1854. Óleo sobre lienzo, 92 x 125 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Muy característica de la producción del pintor sevillano Manuel Barrón y Carrillo es esta pintura de la ciudad hispalense con el cauce del Guadalquivir en primer plano tomada desde el sur. Se trata de una vista un tanto monumental, posible desde un punto cercano a la Punta del Verde.
El encuadre está tomado concretamente a la altura de los aledaños de paseo de las Delicias de Arjona, un lugar urbanizado y de recreo en Sevilla desde época ilustrada y que en realidad obedece a la primera visión que tuvieron muchos de los viajeros extranjeros a su llegada a la ciudad. En especial los viajeros de la época romántica, por lo general llegados a la ciudad por barco, remontando el cauce desde Cádiz; una visión inesperada, que debió ser sorprendente y monumental y que de hecho permaneció enfatizada en la memoria de muchos visitantes. El cuadro obedece a un concepto de paisaje topográfico, urbano, descriptivo y monumental, donde de manera escenográfica y un tanto teatral aparecen recortados e iluminados por la luz del ocaso el convento de los Remedios, la Torre del Oro, el palacio de San Telmo, y la gran fábrica de la catedral con la Giralda despuntando sobre el perfil del horizonte.
En la obra de Barrón pinturas como esta probablemente respondan a una serie de encuadres del Guadalquivir, de versiones dedicadas a distintos tramos y lugares pintorescos del río. El lienzo está realizado a partir de notas y detalles tomados directamente en el lugar y ejecutados posteriormente en el estudio, incorporando detalles compositivos y tipos: como las barcas y veleros, o los personajes populares situados en las orillas en primer plano, con tradicionales artes de pesca de ribera. Otros detalles en el puerto a lo lejos y la presencia junto a la Torre del Oro de un navío de rueda a vapor (emblema de una incipiente revolución industrial en la ciudad), o la comitiva dominical del paseo de personajes de la burguesía local ataviados con trajes de época isabelina en las cercanías del Salón de Cristina, otorgan a la composición cierto sentido de crónica, haciendo empleo de una ejecución un poco rígida y de una atmósfera un tanto atemporal y congelada.
Algunos elementos datables, coherentes con la fecha de ejecución del lienzo, hacen pensar en la relación directa de esta escena con las fiestas que tuvieron lugar dos años antes, con motivo del nacimiento de la infanta María Cristina de Orleans, celebradas en las inmediaciones de palacio de San Telmo (acontecimiento que quedó reflejado en la litografía editada a partir de pioneras fotografías de Leygonier), que quedarían posiblemente en la memoria del artista. En este caso se trata de una versión menos ajustada y pormenorizada que otros lienzos muy cercanos a éste, como El Guadalquivir a su paso por Sevilla del Museo de La Habana (1851), o bien el lienzo titulado Vista de Sevilla desde la Punta del Verde (1856), muy cercano a éste en su disposición y en sus elementos, y perteneciente a la antigua colección Ybarra de Sevilla; paisajes todos ellos de similares características y formato muy próximo, hecho que revela una producción de obras en distintas versiones de taller y también diferentes niveles de ejecución.
Por otro lado, desde el punto de vista estilístico, en este lienzo están aún muy presentes los ecos compositivos de obras románticas precedentes, tanto de Roberts como de Villaamil, ejecutadas en décadas anteriores y dedicadas a la Torre del Oro con un interés monumental y evocaciones con justificación de asunto histórico. Aunque en este caso Barrón adopte un modo más descriptivo y ¬panorámico, se evidencian puntos de partida simi¬lares, debidos a encuadres muy difundidos a través de estampas publicadas en los libros de viajes, aquí también, a la manera romántica, magnificados con contraluces de ocaso.
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Fiesta popular en los alrededores de Sevilla. Obra de Manuel Barrón y Carrillo, c. 1845-1850. Óleo sobre lienzo, 56 x 72 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Fue Joaquín Domínguez Bécquer el primer pintor sevillano en incorporar vistas pintorescas de los alrededores de la capital andaluza, coexistentes con vistas monumentales y rincones históricos, siguiendo las influencias de la llamada pintura topográfica de paisaje cultivada en la tercera década del siglo XIX, por viajeros ingleses como David Roberts. A esta tendencia y actitud ante el paisaje, tampoco se sustrajo Manuel Barrón, profesor de la asignatura de Paisaje en la escuela sevillana, constituida en el convento desamortizado de la Merced, sede a su vez del Museo de Pinturas de reciente constitución en pleno período liberal.
De composición un tanto esquemática y rígida, por lo centrado de la poco naturalista palmera, la presente pintura da idea del concepto memorizado del paisaje romántico cultivado por esas fechas en Sevilla. Un paisajismo que poco a poco se iría acercando hacia acentos realistas, en el caso de Barrón después de 1850, fecha esta sin duda posterior a la que podemos dar para esta pintura, que se emparenta con otras producciones tempranas del artista dedicadas a rincones pintorescos y vistas de las riberas del río Guadaira en la localidad cercana a Sevilla de Alcalá. Un lugar por cierto también visitado por Roberts, y que, andando el tiempo, se convertiría en un lugar emblemático y de referencia del paisaje sevillano desarrollado, en especial, en las últimas décadas del siglo XIX.
En esta pintura de amplio y sereno celaje, de la que se conocen otras versiones y variantes, Barrón nos sitúa en los alrededores de Sevilla desde una orientación norte, con un punto de vista sobre la vega del Guadalquivir en donde se divisa escueto su cauce y aparece el perfil de torres y murallas de la ciudad en el horizonte. A la izquierda de la composición sitúa un núcleo urbano o cortijada, que puede aludir a las inmediaciones del convento de San Jerónimo o tal vez a los alrededores de la población de la Algaba, en cuya vega parece querer situarse el encuadre. Una composición sin duda resultado de la conjunción de elementos memorizados y escenificados con posterioridad en la pintura, a la que el artista ha añadido, como justificación temática, un animado grupo de tipos con trajes tradicionales (el mismo esquema que se repite en otras obras del autor con ligeras variantes) que acompañados a la guitarra danzan en el primer plano en una fiesta improvisada. Una escena iluminada dentro de un sombrío primer plano, en lo que puede ser una imprevista venta popular o acampada de gitanos o feriantes, y en la que una pareja cercana –él de uniforme militar– conversa a contraluz en el ángulo izquierdo.
La obra podía situarse cronológicamente en torno a fechas de mediados del siglo pasado, una vez Barrón estuviera asentado como profesor y miembro de la Academia sevillana a partir de 1845.
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Vista de Cádiz. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1854. Óleo sobre lienzo, 58,5 x 93 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
En esta vista de Cádiz tomada desde el lugar extramuros de Punta de Vaca es de destacar el aire de veduta napolitana, en la que el amplio plano de mar desempeña un papel fundamental en la composición. Presenta un perfil en perspectiva de la ciudad en una animada escena con personajes en primer plano, con trajes policromos y tipos populares de pescadores cercanos al espectador. Un hecho frecuente en esta clase de vistas, donde siempre se incorporan unos modelos de personajes que se identifican con un país; así tipo y paisaje –en este caso ciudad– quedan asociados como dos expresiones fundamentales del carácter cultural de un lugar y su sociedad. De hecho se convierten en elementos significativos de paisajes, muy en consonancia con la tradición romántica de valoración e interés hacia los tipos populares, que identifican culturas y territorios; muy utilizados en las pinturas de vistas cultivadas por Barrón.
Cádiz fue, con su activo puerto y con sus inexpugnables defensas del siglo XVIII, no sólo metrópoli de las colonias americanas, sino también ciudad de referencia de modernización, lugar del desarrollo de una nueva sociedad y cuna, en muchos sentidos, de las nuevas ideologías que cambiaron el devenir histórico a todo lo largo del siglo XIX. El papel desempeñado por la ciudad y su importante burguesía es en ese sentido indiscutible, especialmente en relación a la aparición y difusión de la ideología liberal.
Con toda probabilidad el lienzo obedezca a un encargo de algún hacendado, comerciante o alto funcionario de tradición ilustrada, o de alguna sociedad del tipo de las, entonces muy dinámicas, Sociedades Económicas de Amigos del País. Este paisaje de Cádiz se debe, como Puerto de Málaga (cat. 3), otra ciudad de semejantes características y con una sociedad similar a la de Cádiz, a una demanda local consecuencia de la identificación de significados elementos de la burguesía local con la ciudad: es decir, con el paisaje y los escenarios en que se desenvuelve su actividad económica y social. Por otro lado, la composición de Barrón se basa, muy al pie de la letra, en la vista litografiada de Cádiz por Chapuy, editada en 1830 en París como Vue d’optique, siguiendo una empresa de representación geográfica muy propia de la Ilustración, y perteneciente a L’Espagne. Vues des principales villes de ce royaume.
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Vista del puerto de Miravete, camino antiguo de Madrid. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1869. Óleo sobre lienzo, 72 x 105 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
La personalidad artística del paisajista sevillano Manuel Barrón es bien conocida a través de sus obras más características, generalmente vistas reales o fantaseadas de alrededores de poblaciones andaluzas, dispuestas desde perspectivas panorámicas de campo abierto y horizonte bajo, con masas de arboleda y lejanías urbanas, pobladas siempre de pequeños personajes y fechadas casi todas en la década de 1850.
Sin embargo, apenas se tienen testimonios de su producción final, habida cuenta de la longevidad de este artista, que murió en 1884, a los setenta años. Así, algunos autores han señalado un progresivo abandono de los postulados románticos tan característicos de los paisajes de Barrón, hacia un tímido clasicismo descriptivo en obras de la década siguiente, como su interesante (Vista de Sevilla con el Guadalquivir y el puente de Triana, 1862), adquirida por la reina Isabel II. Dos años después participaría por única vez en una Exposición Nacional de Bellas Artes con Una posada del Huesúa junto a la fábrica del Pedroso y Vista de la campiña de Córdoba, sin que casi se tenga noticia de su obra posterior.
Por esta razón, resulta de un interés muy especial el presente lienzo firmado en 1869, uno de los más tardíos conocidos hasta ahora de su autor y en el que, a pesar de su fecha avanzada, Barrón sorprende con su rendida fidelidad a los postulados más genuinos del romanticismo pintoresco puestos de moda treinta años antes, radicalmente opuestos a cualquier indicio clasicista, e incluso resuelto con una capacidad imaginativa y anecdótica más acentuada que en sus paisajes anteriores, varios de ellos protagonizados también por bandoleros y contrabandistas.
En esta ocasión Barrón concibe su paisaje desde un punto de horizonte alto, desde el que se despliega una amplia panorámica montañosa del abrupto puerto de Miravete, en cuyo valle serpentea el «camino antiguo de Madrid», que comunicaba Extremadura con la capital, y que atravesaba los peligrosos parajes de la sierra cacereña del mismo nombre, que, era entonces terror de viajeros y escondrijo predilecto de bandoleros.
Así, en el primer término de la composición, Barrón describe, con bastante comicidad y eficacia narrativa, el asalto a una diligencia por un grupo de bandidos, concediendo a los personajes un protagonismo realmente inusual en las obras de este artista. El carruaje ha sido detenido por los bandoleros, que han hecho bajar a sus ocupantes. Apenas repuesta del sobresalto, una mujer tendida en el suelo, en medio del camino, es atendida por su acompañante. En el recodo, otra dama se lleva las manos a la cabeza ante el despojo que los asaltantes hacen de sus baúles. Tal atropello provoca el llanto de otra mujer, al fondo, y la rendida desolación de un viajero, sentado sobre su maltrecho equipaje.
Tanto la carga anecdótica infundida por Barrón a la escena de pillaje como la concepción grandiosa y potente de los diferentes elementos de la naturaleza, visible sobre todo en las imponentes montañas y subrayada también por las nubes rasgadas del cielo crepuscular, hacen recordar de inmediato el paisajismo pintoresco del primer romanticismo, puesto en boga tanto por los vedutistas extranjeros que viajaron a España en el primer tercio del siglo, como por los más grandes maestros españoles de este género, como Eugenio Lucas y, sobre todo, Genaro Pérez Villaamil.
Por otra parte, en esta obra de madurez se advierte la evolución de Barrón en el tratamiento del color, ahora más tamizado, así como en el manejo de la luz, siempre caprichosa, pero resuelta aquí con sutiles juegos de transparencias y claroscuros, a través de los que da profundidad al paisaje y conduce la mirada del espectador hasta las lejanías.
Como testimonia la etiqueta que el cuadro conserva al dorso, fue regalado en 1875 por un desconocido Gerónimo S. Couder a su hijo Gerardo.
carmenthyssenmalaga.org / José Luis Díez
Emboscada a unos bandoleros en la cueva del Gato. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1869. Óleo sobre lienzo, 72 x 105 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Bajo la imponente bóveda de la entrada de la cueva, una partida de bandoleros hace frente a la emboscada que les tienden varios guardias civiles, que se aproximan desde un cerro cercano disparando sus fusiles. Sobre las rocas de pedregal, los bandidos se defienden con sus trabucos del ataque de la Benemérita. Uno de ellos ha sido herido y reposa tendido en el suelo, mientras un chicuelo lloroso ante el ruido de los disparos se refugia en las faldas de su madre, que suplica a gritos el cese del fuego.
La cueva del Gato, localizada muy cerca de Benaoján, es uno de los parajes más conocidos de la serranía de Ronda como escondrijo de bandoleros y contrabandistas de Sierra Morena durante el siglo XIX. Situada a unos diez kilómetros de la ciudad rondeña, se trata de una enorme concavidad de tierra caliza, próxima al río Guadalevín. Por su interior corre el río Guadares o Campobuche, que sale por la boca opuesta de la cueva para desembocar en el Guadiaro. Con un recorrido interior de 4.480 metros, por sus dimensiones y situación abrigada de la intemperie fue habitada desde el Paleolítico, siendo también por ello importante yacimiento arqueológico, al ser utilizada igualmente como lugar de enterramiento, además de ser hoy paraje natural de gran belleza e interés espeleológico.
Entre los numerosos paisajes de la ciudad malagueña de Ronda y sus alrededores pintados por Barrón a lo largo de toda su vida, fue sin duda el pintoresco paraje de la famosa cueva del Gato lugar predilecto del artista, a juzgar por las varias versiones conocidas pintadas por el artista sevillano de esta impresionante gruta. La más conocida de ellas es la firmada por Barrón en 1860 y conservada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, formando una pequeña serie con otros dos lienzos de idénticas medidas, que representan respectivamente unas Lavanderas al pie de la ciudad de Ronda y Contrabandistas en la serranía de Ronda.
El lienzo sevillano, analizado hace años por Reina Palazón, es extremadamente semejante a la presente versión, hasta ahora inédita, tanto en la descripción de la embocadura de la cueva como en los personajes del primer término, algunos de los cuales se repiten literalmente (aunque en lugar del hombre herido en el suelo y el que acecha en el extremo derecho, aparecen dos contrabandistas que se agachan para protegerse de los disparos). Sin embargo, lo que más llama la atención entre ambos ejemplares son las diferencias en la propia orografía del terreno, precisamente aquello que en principio resulta más inmutable. Así, el sereno paisaje que se despliega al fondo del presente lienzo, rematado por suaves montañas en una panorámica abierta y despejada, en el ejemplar sevillano se convierte en un paraje mucho más abrupto, coronado en la lejanía por un elevado peñasco que centra la visión del espectador; muestra una vez más de la absoluta libertad creativa del paisajista romántico, que se permite transformar con su personal fantasía la visión real de la naturaleza, que reelabora en su estudio caprichosamente, para subrayar sus aspectos más llamativos o pintorescos. Este matiz un tanto sobrecogedor y dramático del paisaje rocoso, enmarcado por la espectacular entrada de la cueva, que parece poner inconscientemente a Barrón en contacto con el paisaje romántico alemán, se ve aún más reforzado por el tratamiento escenográfico del encuadre del paraje, resuelto con un planteamiento eminentemente teatral, como si de bambalinas de un escenario se tratara, disponiendo los planos en estricta horizontalidad con el borde del lienzo, marcando con gran efectismo las zonas de luces y sombras hasta conducir la vista a la claridad de la lejanía, con un especial instinto decorativo en el tratamiento del paisaje pintoresco, aderezado por un hilo argumental protagonizado por las figurillas que siempre pueblan las vistas de este artista, y con una paleta de colores vivos pero no estridentes; características todas ellas que marcan la obra de Barrón, de la que la colección de la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza guarda algún otro interesante ejemplo, y en la que residió gran parte del atractivo y del éxito que gozaron sus paisajes entre la clientela de su tiempo.
Todavía se conoce una tercera versión de esta vista, dada a conocer hace algunos años por Arias Anglés, algo más simple aún en su composición y encuadre, también transformada en el paisaje que asoma por la boca de la gruta, y en la que los contrabandistas aparecen reunidos en un plano muy próximo al espectador, mientras uno de ellos vigila a la entrada del escondite, por lo que, como sugiere este autor, parece seguirse una secuencia narrativa en las diferentes escenas de bandoleros de este mismo paisaje. Finalmente, la existencia de un cuadro de composición virtualmente idéntica a esta última versión de Barrón, de perfil ovalado y firmado por el discreto pintor Juan Pérez Villaamil en 1858, confirma la existencia de un primer modelo compositivo en fecha más temprana a los tres ejemplares de Barrón conocidos hasta ahora, aunque no es descartable que existiera aún una primera versión no conocida del paisajista sevillano que fuera referente para Villaamil, ya que, teniendo en cuenta el perfil y la capacidad creativa de ambos pintores, no parece que pueda pensarse lo contrario.
Estas repeticiones con pequeñas variantes de un mismo paisaje también son prueba de la especial atracción que para los paisajistas románticos europeos y españoles tuvieron las cuevas naturales por su componente de naturaleza sobrecogedora y algo misteriosa, que tantas veces despertó la fantasía de los pintores, escritores y escenógrafos teatrales a lo largo del siglo XIX. Eso hace que, incluso en el tímido campo de la pintura romántica española, puedan encontrarse algunos otros ejemplos de estética y pretensiones extremadamente parecidos a la presente composición, aunque su semejanza sea seguramente casual. Es el caso de un lienzo del poco conocido paisajista cordobés Juan Belmonte y Vacas (1828-1864), que representa la Cueva de las Palomas. Valencia, pintado en 1864 y, por tanto, estrictamente contemporáneo a estos cuadros de Barrón, resuelto con idénticos planteamientos estéticos y escenográficos.
carmenthyssenmalaga.org / José Luis Díez
La cueva del gato. 1860. Óleo sobre lienzo, 67 x 117cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. Barrón es uno de los máximos representantes del costumbrismo sevillano, desarrollando una muy personal aportación al género del paisaje. Su obra la dedicó fundamentalmente a este género en el que participa de las características generales del paisajismo romántico español. Vistas rurales o urbanas adornadas con figurillas populares que proporcionan al paisaje un sabor costumbrista, mediante la introducción de una nota o anécdota popular y pintoresca. Dentro de una serie de cuatro obras de igual formato, se incluye este lienzo donde el artista nos muestra una gran cueva con abertura en la zona central alta, a través de la cual se vislumbra el exterior. En la zona baja de la izquierda un grupo de bandoleros, con una mujer y un niño, es sorprendido por la Guardia Civil que se encuentra en el exterior de la cueva. La pequeñez de las figuras resalta la grandiosidad del paisaje abrupto de la cueva, realizado a base de grandes manchas de color.
Paisaje de Isbor, el río Guadalfeo y la ermita de Nuestra Señora de las Angustias. Óleo sobre lienzo, 62 x 82 cm. Colección privada. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
El pintor Manuel Barrón es uno de los representantes más destacados del paisaje romántico andaluz. Nació en Sevilla en 1814, estudió en Escuela de Bellas Artes de la ciudad y tuvo como maestro a Antonio Cabral Bejarano. De éste heredó el gusto por el paisaje costumbrista y pintó numerosas vistas de Sevilla y de sus monumentos, en las que incluyó figuras o personajes populares. Su vida se desarrolló por completo en Sevilla, allí fue también profesor de dibujo, de perspectiva y de paisaje. Ocupó el cargo de director de la escuela de Bellas Artes y fue miembro fundador del Liceo Artístico.
Paisaje con campesinas. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. Barrón a lo largo de su trayectoria artística se dedicó principalmente al paisaje, aunque también cultivó otros géneros como el bodegón. Sus obras reflejan las características generales del paisajismo romántico español. Entre sus temas destacan las vistas rurales y los entornos urbanos, en los que pinta figuras populares y pintorescas que proporcionan a estas obras un toque escenográfico y costumbrista. Sus paisajes alcanzaron gran fama durante la época, por lo que ha sido considerado un excelente paisajista. La mayor parte de las obras que se conservan pertenecen al periodo de 1852-1869, no conociendo apenas las etapas inicial y final de su producción.
Vista de Sevilla con el Puente de Triana o Vista general de Sevilla. 1860. Palacio de Riofrío. Segovia. Obra de Manuel Barrón y Carrillo (Sevilla, 1814-1884). Pintor español. Estudió con Antonio Cabral Bejarano en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, de la que llegaría a ser profesor y director. Fue uno de los fundadores del Liceo Artístico de Sevilla, creado en 1838, miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de su ciudad natal y académico correspondiente de la Academia de Santa Isabel de Hungría. Fue el máximo representante del paisajismo romántico andaluz, con escenas costumbristas al estilo de su maestro y de David Roberts, con quien coincidió una temporada en Sevilla en 1833. Aunque ya en 1838 presentó unos paisajes a las exposiciones del Liceo y de la Sociedad Económica sevillana, su primera obra conocida no está fechada hasta 1852. Se dedicó fundamentalmente al paisaje, pero también cultivó otros géneros, como el retrato, el bodegón o la pintura de costumbres, especialmente de la vida cotidiana sevillana. Concurrió a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, y en 1862 la reina Isabel II adquirió Vista general de Sevilla, que se encuentra en el palacio de Riofrío, en Segovia.
La Batalla de Bailén. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1844. Óleo sobre lienzo, 100 x 144 cm. Museo Romántico. Madrid. Aquí Barrón presenta un tema histórico, poco conocido en su carrera. Se trata de la entrada de las tropas napoleónicas al territorio español, gracias al Tratado de Fontainebleau, con el propósito de invadir Portugal. Sobresale la minuciosidad y el detallismo de las figuras, de los soldados, las armas y los cañones, y la grandiosidad y dureza del paisaje abrupto y nevado.
Contrabandistas en la serranía de Ronda. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. 1859. Museo de Bellas Artes de Sevilla. La composición escenográfica sigue el estilo romántico, sitúa a los personajes con los animales de carga en primer término, sobre un fondo paisajístico a modo de escenario. A pesar de que los personajes ocupan el primer plano, el elemento principal o el protagonista de la obra es el paisaje agreste de la serranía de Ronda, que delimita el cuadro y está cargado de emotividad.
Alrededores de Alcalá de Guadaíra. 1860. Obra de Manuel Barrón y Carrillo. Colección privada
Paisaje fluvial con figuras (1850) óleo sobre lienzo, 79,5 x 141 cm. Museo del Prado, Madrid. Obra de Manuel Barron y Carrillo
Río Guadalqivir. Aún navegaban por el Guadalquivir los bellísimos veleros que viajaban a Las Indias Occidentales, cuando fue pintado este artístico cuadro al óleo, que representa una vista parcial de Sevilla desde el Sur. Al fondo, aparecen las siluetas de la Torre del Oro y la Giralda. Fué pintado por Manuel Barron Carrillo en 1.851.
Guadalquivir, Torre del oro y catedral. Esta preciosa vista sevillana, en cuadro pintado al óleo, represnta el Rio Gadalquivir, la Torre del Oro, las Atarazanas, la Catedral y la Giralda. Fue realizada por Manual Barron y Carrillo en 1.841.
Abrevando el ganado. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Campesinos en un paisaje montañoso español. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Fiesta goyesca en Sevilla. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Vista de Sevilla, desde el puente de Triana. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Fiesta popular en los alrededores de Sevilla al atardecer. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Vista de Sevilla desde la Punta del Verde. Colección Durán, Madrid. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Vista del río Guadalquivir a su paso por Sevilla. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Paisaje Andaluz. Obra de Manuel Barrón y Carrillo
Pues esto es todo amigos, espero que os haya gustado el trabajo recopilatorio dedicado al pintor sevillano Manuel Barrón y Carrillo, es uno de los representantes más destacados del paisaje romántico andaluz. Barrón estudiaría en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, así como en la escuela de Antonio Cabral Bejarano (1798-1861), donde además ejercería posteriormente la docencia, siendo un insigne profesor para las asignaturas de dibujo del yeso, perspectiva y paisaje.
Fuentes y agradecimientos a: carmenthyssenmalaga.org, juntadeandalucia.es, patrimonioartistico.us.es, es.wikipedia.org, reprodart.com, pintura.aut.org, museodelprado.es, leyendasdesevilla.blogspot.com.es, pintorescatalanes.blogspot.com.es, caleidoscopiodealcaladeguadaira.blogspot.com.es, lembranzas-ines.blogspot.com.es, usuarios.multimania.esarteespana.com, publico.es, elsobrino.files.wordpress.com y otras de Internet.
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