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lunes, 12 de abril de 2021

Centenario del barón Thyssen: el holandés errante que amó el arte por encima de todo

El barón, en el Museo Thyssen, durante los preparativos para su inauguración en 1992. Tras él, ‘Santa Catalina de Alejandría’ de Caravaggio, una de sus obras favoritas

El barón, en el Museo Thyssen, durante los preparativos para su inauguración en 1992. Tras él, ‘Santa Catalina de Alejandría’ de Caravaggio, una de sus obras favoritas - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA


Familiares, amigos y expertos evocan la figura de uno de los mejores coleccionistas del siglo XX, cuya conmemoración se celebra el martes


 Su vida fue «tan dulce unas veces, tan difícil otras, y tan apasionante siempre», escribe Carmen Thyssen, su quinta y última esposa, en la presentación de ‘Yo, el barón Thyssen’, memorias póstumas de su marido. Vivió rodeado de arte, de belleza, de lujo, de mujeres, pero, como rezaba el culebrón mexicano, los ricos también lloran. Tuvo pleitos con sus hermanos, con sus esposas, con sus hijos, siempre por culpa de su fortuna. ‘Thyssen contra Thyssen’, lo bautizó la prensa. No tuvo suerte en el amor: matrimonios de conveniencia, continuas infidelidades, pruebas de paternidad, despilfarro en moda y joyas, cobros de comisiones, excentricidades... Tras su boda en la antigua Ceilán con Nina Dyer, compraron una pantera y un leopardo, que paseaban por el Bois de Boulogne de París. Para colmo, su tío Fritz fue miembro del partido nazi.

El barón Thyssen de niño, con sus padres, su hermana Gaby y su abuelo August
El barón Thyssen de niño, con sus padres, su hermana Gaby y su abuelo August - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA

Pero sus 81 años de vida fueron, ciertamente, apasionantes. Este «holandés errante con alma magiar», como se autodefinía, estudió Derecho y Filosofía en Friburgo, adoraba el mar (tuvo dos barcos, el Hanse y el Mata Mua), le fascinaban los trenes, dribló varias veces la muerte (a los 4 años estuvo a punto de electrocutarse, tuvo un grave accidente de coche y un cambio de última hora evitó que cogiese un avión que se estrelló)... Su padre le contagió «la bendita fiebre incurable del coleccionismo». «Mi pasión por el arte me ha ayudado a superar momentos difíciles tanto en mi vida privada como profesional. Esa pasión es más importante que cualquier otra cosa», confesaba.

Heini, de niño, subido a la verja de su casa en Scheveningen
Heini, de niño, subido a la verja de su casa en Scheveningen - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA

Hans Heinrich (Heini) Thyssen-Bornemisza (1921-2002) nació hace cien años en Scheveningen, La Haya. El museo que lleva su nombre celebra su centenario con jornadas de puertas abiertas, conciertos, conferencias y varias exposiciones con obras de su colección: a la de expresionismo alemán, que ya se clausuró, se suman 'Tesoros de la colección de la familia Thyssen-Bornemisza' (reúne, desde mañana hasta el 23 de enero, 20 piezas de orfebrería, escultura, pintura, tallas en cristal de roca y un baúl de viaje del siglo XVIII); 'Pintura italiana de los siglos XVI al XVIII' (desde el 25 de octubre) y 'Arte americano' (desde el 13 de diciembre).

El barón era un consumado esquiador
El barón era un consumado esquiador - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA

Su abuelo August Thyssen (1842-1926) fue el fundador del imperio familiar centrado en la industria siderúrgica. Encargó a Rodin siete esculturas en mármol: cuatro de ellas, hoy propiedad de la baronesa, lucen en el vestíbulo del Museo Thyssen. Su padre, Heinrich Thyssen-Bornemisza (1875-1947), se casó con la hija de un barón húngaro, Gabor Bornemisza de Kászon, y unió sus dos apellidos. Destacado coleccionista, compró Villa Favorita en Lugano (antigua residencia del Príncipe Federico Leopoldo de Prusia) con el dinero obtenido con la compra de un Watteau. En una galería colgaba su colección. Pero solo tenían acceso sus amistades y expertos en arte. Fue su hijo Hans Heinrich, un año después de su muerte, quien la abrió al público en 1948. Con la asesoría de Rudolf J. Heinemann, Heinrich Thyssen-Bornemisza adquirió obras maestras como ‘La Anunciación’ de Van Eyck, ‘Joven caballero en un paisaje’ de Carpaccio, ‘Santa Catalina de Alejandría’ de Caravaggio, el ‘Retrato de Enrique VIII de Inglaterra’ de Hans Holbein (se lo compró al abuelo de Diana de Gales) o el ‘Retrato de Giovanna Tornabuoni’ de Ghirlandaio, una de las obras favoritas del barón Thyssen, junto con el Caravaggio, el Carpaccio y un Frans Hals, dice Juan Ángel López-Manzanares, comisario de la conmemoración de su centenario, que llevó a cabo una exhaustiva investigación en el Archivo Thyssen en Duisburgo junto con Leticia de Cos.

Boda del barón Thyssen con la princesa Teresa de Lippe, en agosto de 1946 en Villa Favorita
Boda del barón Thyssen con la princesa Teresa de Lippe, en agosto de 1946 en Villa Favorita - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA

Pese a no ser el primogénito, su padre legó a Heini la mayor parte de su fortuna y el grueso de su colección: 363 de sus 532 pinturas (él le superaría, con más de 1.500 obras). Uno de sus grandes empeños fue reunir de nuevo la colección familiar, dispersa tras la muerte de su padre. Y así, compró obras que sus hermanos (Stephan, Margit y Gabrielle) sacaron a la venta. Al principio, siguió los pasos de su padre: compraba solo arte antiguo y mantuvo a Heinemann como asesor. Su primera compra, en 1954, fue ‘La Anunciación’, del Greco. Pero pronto le picó el gusanillo del arte moderno. Influyeron en ese cambio de rumbo sus amigos los magnates y coleccionistas Stavros Niarchos y David Rockefeller. También, el marchante Roman Norbert Ketterer, albacea testamentario de Kirchner, al que adquirió obras muy significativas de expresionismo alemán.

«Mi padre me había lavado el cerebro para que pensara que el arte se acababa en el siglo XVIII, que el arte del siglo XX tenía poco interés. Durante mucho tiempo le creí», se lamentaba el barón. De hecho, durante quince años solo coleccionaría arte antiguo. Se vengó de su padre formando una espléndida colección de arte moderno. También atesoró una importante colección de arte norteamericano. Sus primeras compras, obras de Pollock y Tobey. En ello influyeron tres mujeres: su abuela materna, que era de Delawere; Barbara Novak y su libro ‘Nature and Culture’, y la marchante Edith Halpert.

Conoció a artistas como Lucian Freud, que le pintó dos retratos: uno se halla en la Colección Thyssen y otro está en manos de la familia. Desde el 26 de julio de 1981, y durante casi dos años, acudió religiosamente a su estudio, cerca de Notting Hill, en Londres. Confiesa el barón que, fruto de aquellas sesiones, nació «una larga y fructífera complicidad». A Francis Bacon le compró un retrato de su amante George Dyer. En vez de hacerle un descuento, le subió el precio.

El barón Thyssen a salida del registro civil de Colombo (Ceilán) el día de su boda con Nina Dyer, el 23 de junio de 1954
El barón Thyssen a salida del registro civil de Colombo (Ceilán) el día de su boda con Nina Dyer, el 23 de junio de 1954 - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA

Dandi, de un trato exquisito, cosmopolita, culto, mujeriego, deportista, religioso... ¿Qué retrato hace del barón Thyssen? «Un poco de todo eso, lo que le daba un ‘charm’ impresionante. Su gran estilo y su elegancia de movimientos», dice a ABC la baronesa. ¿Compraba más con la cabeza o con el corazón? «A la hora de coleccionar, Heini sabía muy bien lo que hacía, no era impulsivo. Sabía antes perfectamente la bibliografía de la obra, en qué estado de conservación se encontraba y conectaba con la obra que quería comprar», advierte Carmen Thyssen. «Cuando me gusta un cuadro, siento un shock especial, como si me recorriera un impulso eléctrico que me empujara a adquirirlo. Compro las obras que me hacen vibrar en lo más íntimo», decía el barón. Aprendió a valorar la procedencia de cada obra de arte, su pedigrí. Le interesaban las historias detrás de cada obra que adquiría.

Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, subraya su «enorme generosidad y confianza en España. Es de justicia cuidar de su memoria. Tanto él como su padre coleccionaban no para su propio disfrute sino con mentalidad de museo; pensaban en el público. El barón era un coleccionista de coleccionistas, buscaba las mejores colecciones y a los mejores expertos».

El barón con Fiona Campbell, su tercera esposa y madre de Francesca y Lorne
El barón con Fiona Campbell, su tercera esposa y madre de Francesca y Lorne - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA

López-Manzanares añade que fue un coleccionista «con muy buen ojo y una gran intuición; pasional, nada dogmático». Cuenta que compró dos Canalettos, de cuya autoría dudaban expertos en el pintor y el director de la National Gallery de Londres. Años después el museo británico quiso comprarlos. Explica que sacaba a la venta obras menos relevantes de artistas de su colección para comprar las mejores de esos mismos artistas. Lo hizo con cuadros de Pechstein, Balthus... «El arte, la gran pasión de su vida, fue modelándolo. Fue refinando su gusto y depurando su colección poco a poco. Tenía una sensibilidad muy pictoricista». Relata situaciones muy curiosas. Un día los barones estaban en París, cenando en la embajada de Estados Unidos, a la hora que se subastaba en Nueva York un Mondrian que querían. Se fue la luz y la escena era cómica: el barón, pujando por teléfono a la luz de una vela que sujetaba Tita. Lo consiguió. En otra ocasión compraron un Goya en Nueva York (hoy propiedad de Borja Thyssen), que colgaron en su suite del hotel Pierre. Adquirió el ‘Mata Mua’ de Gauguin a medias con Jaime Ortiz Patiño. Cada uno lo tuvo consigo dos años y medio. Cinco años después tenían que decidir quién compraba la parte del otro o volvían a sacarlo a subasta. Se escogió esto último y el barón lo compró, esta vez en solitario y por mucho más dinero. Fue un gran mecenas y filántropo: ayudó a restaurar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y los de Fra Angelico en el convento de San Marcos de Florencia. Gracias a su donación, Gran Bretaña logró comprar ‘Las tres Gracias’ de Canova.

Heini y Denise Shorto, su cuarta esposa, el día de su boda, el 13 de diciembre de 1967 en Lugano
Heini y Denise Shorto, su cuarta esposa, el día de su boda, el 13 de diciembre de 1967 en Lugano - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA

Francesca Thyssen-Bornemisza, hija del barón, fundadora y presidenta de TBA21 (Thyssen-Bornemisza Art Contemporary), recuerda así a su padre: «El centenario de mi padre es una magnífica oportunidad para reconocer sus extraordinarias cualidades. Era una persona muy apasionada, que se implicaba personalmente en todas las actividades que emprendía. Fue un gran defensor de la Iglesia católica en Hungría y Transilvania, donde tenía profundas raíces familiares. Y durante el apogeo de la Guerra Fría quiso contribuir a fomentar la paz mundial, llevando la diplomacia cultural a un nivel totalmente nuevo. Tenía un gran sentido del legado que quería dejar detrás y pasó la mayor parte de su vida creando una de las colecciones privadas más importantes del mundo y, en un acto de gran generosidad, la abrió al público para que todos pudieran disfrutarla. Era un hombre de fuerte voluntad y enorme carisma, divertido, entretenido y querido y admirado por muchos. Aprendí mucho de él, teníamos una relación muy especial que guardo como mi mejor recuerdo. Sigue siendo mi mentor, mi inspiración y mi guía».

La idea del barón era ampliar Villa Favorita para que su colección se quedase allí, pero las autoridades suizas no apoyaron el proyecto y decidió llevarla al extranjero. Hubo ofertas muy golosas, como la de la Fundación Getty de Los Ángeles y el Reino Unido. Margaret Thatcher se lamentaba amargamente en sus memorias por no haber logrado la colección Thyssen para su país. Fue España quien se llevó el gato al agua. Tita jugó un papel decisivo. La colección fue adquirida por el Estado español en 1993, un año después de la apertura del Museo Thyssen en el Palacio de Villahermosa, cerca del Prado. La venta se hizo por 350 millones de dólares, destinados a compensar a los herederos. Apenas un puñado de esas 775 obras valdrían ese precio. Sotheby’s las tasó en 1.200 millones de dólares.

Los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, con los barones Thyssen y Jordi Solé Tura, en la inauguración del Museo Thyssen en 1992
Los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, con los barones Thyssen y Jordi Solé Tura, en la inauguración del Museo Thyssen en 1992 - ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA

Javier Solana, siendo ministro de Cultura, conoció al barón Thyssen en Madrid a través de Luis Gómez-Acebo, duque de Badajoz. «Me dijo que había posibilidad de tratar con el barón sobre su colección. Hablé con el presidente [Felipe González], que me dio luz verde para empezar a hablar. Me pareció un hombre educado, con una enorme dignidad. Me dijo lo que tenía en mente, todavía todo muy vago. Me causó una impresión seria. Tuvimos una relación muy franca. Para mí, todo fue relativamente fácil. Las dos partes tenían buena voluntad y querían resolverlo. Tengo buen recuerdo de él como persona. Cuando quería era hablador y contaba muchas cosas de su vida. Tuvo una vida bastante densa, digamos. Hubo dos personas que me ayudaron: Miguel Satrústegui, mi subsecretario, un abogado muy fino y un hombre muy culto. Y Rodrigo Uría, como abogado intermediador, que también lo hizo muy bien».

Tomás Llorens, durante años conservador jefe del Museo Thyssen, guarda un buen recuerdo del barón: «Tuvo una vida muy complicada. Era un hombre con una gran sensibilidad estética y una ética romántica, como un personaje de la literatura alemana del XIX. Vivió en un mundo bastante agresivo. Aunque de familia muy rica, heredó más bien deudas. Aprovechó el ‘boom’ económico de la reconstrucción tras la guerra y ganó muchísimo dinero. Tuvo éxito en los negocios, le dio seguridad y se codeó con las mayores fortunas: Niarchos, Agnelli, Rockefeller... Se sintió forzado a continuar el legado de su padre. Me llevaba bien con el barón, coincidíamos en gusto pictórico. En los últimos años, después de sufrir el accidente vascular, viajaba poco. Compraba por teléfono. Me solía llamar, hablábamos, comentábamos los catálogos. Le gustaba decir que no sabía de arte, pero sabía más de lo que decía. Tenía muy buen ojo, mejor que su padre. Descubrió lo turbio que era el mundo de los asesores artísticos. Tuvo malas experiencias con galeristas norteamericanos y se alejó de las galerías para comprar siempre en subastas. Quedó encantado con el museo cuando se inauguró en 1992. Pita Andrade empezó la instalación de la colección, separada por escuelas nacionales, como en Lugano. A mí no me gustaba y lo cambié: las obras se reunieron por periodos. Al barón le entusiasmó».

El barón falleció, a los 81 años, en 2002 en Sant Feliu de Guíxols (Gerona), poco después de firmar la ansiada paz familiar: el llamado Pacto de Basilea, tras años de litigio en Bermudas. Sus restos reposan en el Castillo de Landsberg (Alemania).

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