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domingo, 27 de abril de 2014

La gran estafa americana del gallego Bergantiños




  • Salió de su pueblo de Lugo con lo puesto y al poco vivía en una mansión en Long Island

  • Su fórmula: un chino le falsificaba cuadros de célebres pintores que él vendía por millones

  • Pudo reunir una fortuna que rondaría 90 millones de dólares

  • EEUU le pide 114 años de cárcel. Su fuga terminó en Sevilla


La Interestatal 95 que lleva a un un puerto de Maine desde Manhattan, 675 kilómetros tirando al noreste, se había convertido en el camino más corto hacia el sueño americano de Carlos Bergantiños. Al alba, tres o cuatro veces por semana, el gallego enfilaba la autopista, una de las más transitadas de Estados Unidos, y le pisaba todo lo que podía. No bajaba de los 140. Pero jamás lo multaron por la velocidad, cosa rara en un país donde los excesos al volante suelen pagarse con la cárcel, ni siquiera por ir a toda pastilla por la ciudad o por saltarse un semáforo.
Lo cierto es que a Carlos, pese a su repetida temeridad, nunca pudieron llevarle tras las rejas. Hasta hoy, que las vislumbra más cerca. Y claro está no por acelerar demasiado. Tres días antes de Semana Santa la Policía le echaba el guante en el Hotel NH Viapol de Sevilla. Cumplía una orden de busca y captura internacional del FBI, que lo acusa de 11 delitos -estafa, delito fiscal, falsedad documental, entre otros-, y de ser, según los federales americanos, uno de los mayores falsificadores de cuadros de la historia. Si al final es extraditado, su gran estafa americana podría costarle 114 años de prisión.
Y es que desde su llegada a Nueva York en 1984, el Maletilla, como así lo apodaron de niño sus vecinos tras verlo «torear con gracia» un toro de juguete en las fiestas de Parga, su aldea natal de Lugo,llevaba años arrastrando una vida de farsa. «Un refinado embaucador, ostentoso y divertido maestro del engaño», lo retrataba el miércoles un pintor gallego con el que tiempo atrás mantuvo trato en la Gran Manzana.
Su primer gran golpe allí anda estos días en boca de galeristas y celebrities, alarmados todos por la detención de uno de los más influyentes marchantes de arte de la capital neoyorquina. «¿Me habrá colocado un andy warhol falso?». «¿Será mi pollock otro timo suyo?», se comenta en las tertulias de coleccionistas. Y no sólo eso.

La ambulancia

¿A cuántos supuestos expertos en arte habrá engañado el avispado gallego, que llegó al país de las oportunidades con lo puesto, triunfó en los negocios de la pintura, creó una fundación humanitaria y hasta fue llamado héroe de los más desfavorecidos? De hasta donde era capaz el tal Bergantiños habla una historia que sólo a un nacido en esa tierra preñada de realismo mágico, la Galicia de Álvaro Cunqueiro y de los antepasados de García Márquez, podría ocurrírsele. La tierra donde a menudo el ingenio o lo extraordinario roza el disparate, si no la carcajada. Veamos...
Para evitar ser detenido por saltarse todas las normas de tráfico en la I-95, Bergantiños se valía de una ambulancia que él conducía, vestido con la ropa de los sanitarios, para así no levantar sospechas. Lo tenía calculado al detalle. Sabía que para vivir un poco mejor y sacarse un dinero que le permitiera dejar las pensiones de mala muerte, tendría que ser más rápido y llegar antes que los veteranos distribuidores de alimentos a bares y restaurantes. O eso o la vuelta, por un puñado de dólares, a los mugrientos fregaderos de chiringuitos en Queens.
Fue entonces cuando a Bergantiños, un tipo bajito [1,60], entrado en los 30 [hoy con 59 años], con pocos estudios pero provisto de una inteligencia y una labia fuera de lo común, se le ocurrió lo de ambulancia. Compró una de segunda mano que ya no circulaba,la puso a punto y a los pocos días de despedirse de El Pote Español, uno de los muchos locales de comidas donde ofició de camarero mucho antes de acumular fama, puso por primera vez rumbo al océano.
De Manhattan a un puerto atlántico de Maine, ida y vuelta, 1.350 kilómetros, madrugada sí, madrugada no. En la ambulancia, en vez de enfermos, llevaba pescados y mariscos. Nadie sospechaba. Por la autopista apuraba todo lo que podía. Además jugaba con otra ventaja. En las retenciones enchufaba la sirena y las luces para que le abrieran paso. Y lo mismo hacía para sortear los atascos a la entrada de la ciudad. Sus langostas, llegadas a los restaurantes en apenas seis horas, eran las más madrugadoras y frescas de Manhattan.
«Contado así, aunque cierto, parece increíble», dice el prestigioso marchante de obras de arte Eduardo Fernández Rivas, quien también supo de Carlos Bergantiños en Nueva York, allá por 1999, cuando las penurias eran ya sólo del pasado. «Él sabía que repartiendo pescado, por muy bien que se le diera, no iba a ser famoso. Carlos era un autodidacta, sabía más de expresionismo abstracto que de vender marisco». Acertó. El cambio de las langostas por los cuadros había hecho de él una estrella del arte.
Para envejecer los lienzos les aplicaba un brebaje a base de té. Luego los secaba con un secador de pelo corriente
De la humilde casa familiar de la aldea de Lugo pasó en 15 años a ocupar una mansión en Long Island, valorada en 10 millones de dólares. Un exclusivo refugio de los super ricos de Manhattan, donde los jardineros más veteranos aún recuerdan el paso por allí de uno de los inquilinos más ilustres del lugar. Scott Fitzgerald, cuya novela El Gran Gastby, interpretado en el cine por Robert Redford, tiene como escenario las mansiones y jardines con más glamour del mundo. La de Bergantiños, aunque de un porte mucho menor, tampoco desmerece. En una de las estancias había un enorme piano de cola flanqueado por una mesa camilla. Y sobre la mesa, dos fotografías: una de su única hija, Noa, tocando el violín nada menos que para Bill Clinton en la Casa Blanca, y la otra con el Papa Juan Pablo II, tras dar un concierto con una orquesta de niños en el Vaticano.
«Impresionaba ver aquella casa», cuenta a Crónica un comerciante de arte español. Recibía una de las sirvientas tocada con cofia. «Era toda de cristal y aluminio, con tres enormes salones por los que entra una luz impresionante». En una de las paredes había colgadas cuatro joyas. «Una era un lienzo del expresionista abstracto Jackson Pollock, valorado a día de hoy en 58 millones de dólares. También un basquiat, neo expresionista, estimado en 46 millones. Y un andy warhol, su artista fetiche, del que incluso hablaba con cierta familiaridad porque, decía, llegó a conocerle poco antes de su muerte en 1987 [tres años más tarde de que Bergantiños aterrizara en Nueva York]. Era una composición preciosa, con nueve caras de Mao coloreadas en verde, azul, granate y amarillo. Valía 798.000 dólares». Y la cuarta, A donde va el fantasma, del surrealista español Eugenio Granell, estimada en 22.000 dólares.
De ser todos estos cuadros auténticos, el presunto timador lucencehabría acumulado 104.820.000 dólares, toda una fortuna en una sola pared de su casa. «Doy por hecho que este último es auténtico, pero no pondría la mano en el fuego por los otros cuadros», explica nuestro confidente. «De hecho, Pollock es uno de los pintores cuyas obras Bergantiños habría falsificado y luego vendido a galeristas».
Verdaderos o no, las primeras indagaciones del FBI y de la Fiscalía de Nueva York dibujan una trama de venta de cuadros falsos que podría haberle reportado al marchante lucense, excluida la mordida a los galeristas, una riqueza que rondaría los 90 millones de dólares.

El 'manitas' chino

Fue a raíz de un encuentro fortuito en una calle de Queens, a principios de los 90, cuando la vida Carlos Bergantiños Díaz viró definitivamente en farsa. Para entonces, él ya se había pateado las principales galerías de arte, como la mítica Knoedler [ahora implicada de lleno en el multimillonario fraude], las tiendas de antigüedades, las casas de subastas, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), el Metropolitan, el Guggenheim... Había cumplido una parte del sueño con el que salió de Parga para hacer las Américas: llegar a ser una autoridad en pintura, concretamente en expresionismo abstracto. Puso despacho en Broadway y comenzó a montar exposiciones y a promocionar pintores, previo pago, claro. Ya no iba en ambulancia sino en todoterreno.
Pero Bergantiños quería más. Y aquel chino flacucho con el que se había topado en una esquina de Queens, uno de los barrios con más inmigrantes de la ciudad, vendiendo sus cuadros por 10 dólares, iba a convertirse en talismán, el hombre-lotería del ambicioso gallego. Pei Shen Qian, que así se llamaba, no tardó en aceptar la oferta artística. El tipo era capaz de reproducir con asombrosa similitud esos cuadros salpicados de borrones y garabatos aparentemente sin sentido, y las pinceladas de mil colores, tan del gusto de los expresionistas abstractos. Luego, serían presentados, como nuevas obras, hasta entonces desconocidas, de esos grandes maestros.
Por cada cuadro que reproducía, Bergantiños le daba entre 50 y 100 dólares. Luego el gallego los colocaba en galerías de arte y casas de subastas donde los lienzos pintados por Qian, como uno de Jackson Pollock -vendido por 17 millones de euros en 2007, el más caro de los cuadros fraudulentos colocados en el mercado por Bergantiños-, eran adquiridos por coleccionistas de medio mundo, como si fueran auténticos.
Pierre Lagrange, el coleccionista belga que remató el precio, se lo había comprado a la galería neoyorquina Knoedler & Company,compinchada con el timador. Cuando este año quiso subastarla en Christie's, la obra fue rechazada por no ser auténtica.

Las bolsas de té

Siguiendo el manual del falsificador, que el propio Bergantiños se había inventado para engañar a lo grande, una vez que el chino terminaba las pinturas -cosa que hacía en un garaje de Queens, donde a menudo pernoctaba por la cantidad de encargos que le hacía el marchante de Parga-, las obras eran trasladadas a un loft de 800 metros cuadrados, en Union Square, histórica plaza de Manhattan. Era el centro de operaciones de Bergantiños. No sólo guardaba allí el grueso de sus cuadros falsos. También los remataba y, a veces, incluso reproducía la firma original de los autores.
Valiéndose de bolsitas de té, previamente hervidas y enfriadas, pasaba la infusión por cada lienzo para darles pátina de antigüedad. Luego los secaba con un secador de pelo y los mantenía alejados de la luz. Prueba de que el brebaje funcionaba era el pego que daban sus cuadros a los más entendidos. A todos menos, por supuesto, a él. De hecho, cuando alguien le pedía opinión sobre una obra, lo primero que Bergantiños hacia era oler bien el lienzo. Si la tela cantaba a té sabía que era falsa. Otras veces compraba cuadros de baratijas a anticuarios de poca monta y utilizaba sus lienzos viejos. Un fabulador, también dicen de él, con mucho olfato...

Sucursales españolas

Traje azul marino y gafas oscuras. Así se presentó Bergantiños el jueves en los juzgados de Lugo. Hasta llegar allí, ha sido largo su periplo judicial. Detenido en Sevilla, fue trasladado a la Audiencia Nacional, en Madrid, donde se le tomó declaración, se le retiró el pasaporte y se le puso en libertad a la espera de la decisión sobre su extradición. No ha estado exenta de polémica la venia que se le ha dado para que pueda cumplir con la obligación de presentarse todos los días en un juzgado en su tierra, Lugo, en lugar de en la Audiencia. No habla a no ser con el abogado José Antonio Sánchez Goñi, paisano suyo y a quien ha encargado su defensa en España.
«Yo no he visto nunca un timo así. Es tan gordo que, como lo extraditen, no sale de la cárcel en lo que le resta de vida», añade el pintor Xermán Refojo, otro de los artistas españoles que lo vio en su salsa en Nueva York. «Allí conoció a un marchante judío y a otro libanés que lo introdujeron en el mundo del arte. No recuerdo sus nombres», lamenta Refojo.
Al chino que le pintaba las obras le daba 100 dólares por cuadro. Bergantiños los vendía por millones
Lo que sí ha podido saber Crónica es que el primero regentaba una tienda de antigüedades y el libanés, de nombre Gary Nader, estaba al frente de una galería en Miami. En esa ciudad Bergantiños, según el informe de la Fiscalía de Nueva York al que ha tenido acceso este suplemento, trabajaba con una sucursal del banco español BBVA. Del volumen de dinero que manejaba, de acuerdo con la misma fuente, da fe el registro de ingreso de un millón de dólares, transferidos a una cuenta de esa oficina el 19 de diciembre de 2005.
Hay más. En España trabajaba con tres bancos desde los que hacía diversas operaciones. Entre otras, pagarle al chino Qian. Y no ya 50 o 100 dólares por cuadro. Cuando entró en una galería de Nueva York y descubrió que una de aquella pintura era suya y que rondaba los 10.000 dólares, Qian pidió a Bergantiños un aumento. Y a partir de ese momento el chino recibía el dinero desde España. Lo hizo entre el 29 de diciembre de 2005 y el 8 de febrero de 2008. El 9 de enero de 2007 le transfiere desde una cuenta suya en Caja Madrid de Lugo 15.000 euros. Sumados todos los pagos, Qian se embolsó 50.000 dólares que le llegaron desde tres entidades en España con las que Bergantiños operaba. Y, al parecer, sin que al fisco americano le constara.

Los compinches

La trama de fraude de la que se le acusa no sólo era cosa del gallego. Su pareja, la mexicana Glafira Rosales, dos años menor que él y madre de su única hija, Noa, era la que se encargaba de mover el dinero y de tratar los detalles con los potenciales compradores. Mientras, Bergantiños lucía sus trajes de Armani y de Versace en reuniones con embajadores de México y República Dominicana, donde, además de tener negocios, frecuentaba sus saraos frente al Caribe. La Fiscalía de Nueva York ha pedido 90 años de cárcel para Grafira, 24 menos de los que pide para Carlos, como principal cabecilla del fraudulento negocio.
Lo que ahora buscan el FBI y la Policía española es cómo dar con los otros compinches, repartidos entre EEUU, Suiza y España. Bergantinos aportaba a cada obra una ficha completa en la que, entre otros datos, aparecían los nombres de supuestos dueños de los lienzos, incluso el año que las habían adquirido. Daba un punto más de verdad a la farsa. Así, si las víctimas llamaban para cerciorarse de la procedencia de los cuadros, los falsos propietarios aportaban todo lujo de detalles. Pero todo era mentira.
De las denuncias no se ha librado ni siquiera la histórica galería neoyorquina Knoedler, 167 años abierta. Tuvo que cerrar en 2011 al ver que el escándalo terminaría salpicándola de lleno. «Creo que la directora de la galería, la señora Ann Fredman, y el dueño de la misma, padre del actor Army Hammer, participaron en la trama de venta de obras falsas, llevándose decenas de millones de dólares», declaró públicamente el abogado de algunas de la víctimas, Jon Cahill.

La familia gallega

Poco se le veía paseando por la aldea. Dos o tres veces al año, Bergantiños cruzaba el charco para visitar a sus padres, ya fallecidos, y disfrutar de un cocido y unas almejas en el Restaurante Galicia de Bahamonde, no lejos de su casa en Parga, o del queso y el vino en el bar de Víctor Corral, afamado escultor. Casi siempre con su hermano Jesús, constructor, y dicen que arquitecto, también implicado en el millonario fregado.
Lo que no perdonaba era pavonearse por los pueblos en un flamante Mercedes descapotable, que por supuesto sólo sacaba del garaje los días soleados. «Era un tipo muy amable, pequeñito, y con un pico de oro que embobaba a cualquiera», recuerda Luis, un vecino ya entrado en los 70 del cercano Guitiriz. «No me extraña que haya embaucado a los listos esos. Que no estudien tanto y que aprendan, ¡hos...!».
El Bergantiños del delito, el estrambótico y exagerado; el canalla capaz de colársela al amigo, también luce otra cara. Es la cabeza visible de Amor y Vida, fundación creada en memoria de su difunta madre, doña Isolina. Cuando el terremoto de Haití, en 2010, fue elevado a héroe tras rescatar a una niña, y llevar médicos y camiones de medicinas.
Ahora el Maletilla por lo que lucha es por salvarse él. Nadie sabe donde vive pero ha de presentarse a diario en los Juzgados de Lugo. Al otro lado del Atlántico piden para él 114 años. El juez Fernando Andreu, de la Audiencia Nacional, decidirá su extradición.
Fuente
http://www.elmundo.es/cronica

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