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jueves, 19 de marzo de 2015

El mercado del arte no existe

Imagen de mabel
Por Mabel Machado
19 Mar 2015 - 3:14am
Subasta en Christie's
No en Cuba. No por ahora. No en los términos en que funciona a nivel internacional. Aunque el arte cubano provoca el interés de coleccionistas y marchantes. Aunque los artistas se han convertido en un modelo seductor de hombre de éxito en medio de las oportunidades que se abren en el país para el emprendimiento privado. Aunque la inversión en obras de arte es una de las más seguras en coyunturas de crisis económica.
El mercado del arte se configura a partir del establecimiento de relaciones de compra-venta entre agentes privados e instituciones del campo cultural que se dedican en lo fundamental a la explotación de las obras como mercancías. Sabemos que existe desde hace siglos y que se rige por la ley fundamental de la oferta y la demanda, pero el resto de sus operaciones son bastante confusas y oscuras.
Hoy se estima que la mayoría de las ventas en subastas y galerías del mundo provienen de coleccionistas de clase media. Algunos expertos afirman que solamente en las sociedades de clase media consolidada, acceso a la educación y riqueza extendida en un amplio sector de la sociedad, es posible el establecimiento de un mercado nacional de arte contemporáneo. No es el caso de Cuba.
El arte producido desde 1945 hasta la fecha provoca las mayores oscilaciones en el plano comercial dentro de este sector en el mundo, no solo porque se produce en grandes cantidades (y una de sus principales características es la serialización), sino porque permite también niveles de acumulación imposibles de alcanzar con las creaciones artísticas de otras épocas.
Aunque una pintura de Van Gogh puede venderse a precios millonarios en las subastas, es muy difícil que su rotación de un dueño a otro tenga lugar con la rapidez con que circulan las piezas de “artistas marca” contemporáneos como Andy Warhol y Demian Hirst. “El arte contemporáneo es el sector más caliente del mercado”, decía en 2008 el crítico británico Ben Lewis en un documental sobre el inside de este entramado económico.
Subasta en Sotheby's“Los precios son absurdos y obscenos. Los multimillonarios lo habían convertido en un juego en el que solo ellos podían jugar”, continuaba el investigador en aquel audiovisual que reseñó el colapso de la burbuja financiera más resistente en el contexto de la Gran Recesión, y estimaba que la especulación en torno al arte contemporáneo debía disminuir en los próximos años.
La realidad, sin embargo, no ha cambiado de manera sustancial a pesar de que entre 2009 y 2010 los precios cayeron 48%. Ello se debe en gran medida a la incorporación de nuevos millonarios -árabes y asiáticos en su mayoría- al escuadrón de coleccionistas que ha estado históricamente dominado por los profesionales, mecenas y comerciantes occidentales, y a la readaptación de los operadores al nuevo contexto que permitió la recuperación de la confianza en este mercado.
En 2014 la obra de artistas como Georgia O´Keefe experimentó una subida drástica de precios (multiplicando su valor alrededor de siete veces). El reporte anual de Artprice asegura que en el mismo período tuvieron lugar las mejores subastas de la historia de Christie's y Sotheby's, que recaudaron 751 y 370 millones de dólares, respectivamente. 
Más de 245 subastas millonarias se celebraron el pasado año, lo que representó una subida de alrededor del 55% en el índice de precios de la última década, según reveló el citado informe, para el que colaboró el Art Market Monitor of Artron.

Cubano-contemporáneo

En consonancia con lo que sucede a escala global, el arte contemporáneo cubano es el segmento de la producción nacional que más salidas ha encontrado hasta ahora, pero permanece todavía distante de establecerse como tendencia en Sotheby's, Christie's o Phillips, las casas de subasta que regentean en los predios de las artes plásticas.
Además, sus precios se consideran “discretos” en comparación con los que logran artistas de otras nacionalidades. Los cubanos todavía se encuentran distantes del mercado de “alta gama”, que funciona con obras que sobrepasan el medio millón de dólares. Para ofrecer una idea: en las subastas de este otoño las dos obras de Carlos Garaicoa y Carlos Estévez que se subastaron en Philips se vendieron a 30 000 y 12 500 dólares.
A pesar de que algunos nombres de autores vanguardistas aparecen como constantes en las auctions de arte latinoamericano, y aun cuando obras de Wifredo Lam, Cundo Bermúdez y Mario Carreño han alcanzado récords de ventas públicas en escenarios como estos, el arte producido a partir de 1960 no ha logrado posicionarse en estos circuitos en correspondencia con su vigor y calidad.
La cualidad de “controversial” y la “novedad” de las obras de muchos cubanos, así como las condiciones de aislamiento político y dificultades económicas del país han representado un plus importante desde los años 90 para que el trabajo de creadores nacidos y formados en la Isla se difunda y se comercialice en el exterior.
Tomás Sánchez, Llegada del caminante a la laguna (1999)
En la subasta de arte latinoamericano de Christie’s, en noviembre de 2012, dos obras de Tomás Sánchez superaron el medio millón: Llegada del caminante a la laguna (1999), vendida en $602 500, y Buscador de paisajes (2005), en $626 500.
Al mismo tiempo, personalidades como Marysol Nieves, vicepresidenta y especialista de Arte Latinoamericano en Christie's Nueva York -quien en 2013 respondió una encuesta del portal Cuban Art News sobre las tendencias en el mercado del arte y el coleccionismo-, consideran que la alta apreciación de las obras de autores de las últimas décadas como Tomás Sánchez, Carlos Garaicoa y Los Carpinteros tiene que ver, además, con las “importantes contribuciones” que ellos han realizado en el plano internacional.
Pero mientras las ventas del propio Sánchez rebasan con creces en las subastas internacionales sus precios de salida, mientras aumenta el interés de galeristas foráneos por representar a los cubanos fuera de la Isla, y al tiempo que la inserción en bienales y ferias de prestigio se hace habitual para muchos creadores, el fomento de un mercado cubano con asiento en el territorio nacional continúa siendo una idea bastante remota. 

Cubano en cuba

Como se había sugerido más arriba, no solo los altos costos de las obras en comparación con los bajos niveles de ingresos de la población limitan las posibilidades de adquisición de arte y el desarrollo del mercado, sino también una serie de factores vinculados con el aparato institucional y normativo que rodea a la producción y comercialización de bienes artísticos, e incluso con la proyección y expectativas de los propios autores.
En Cuba las galerías estatales, el Fondo Cubano de Bienes Culturales y los creadores venden exclusivamente obras de arte de manera oficial. Los compradores son principalmente extranjeros (particulares o representantes de instituciones) y, en menor medida, coleccionistas locales. 
Entre los principales incentivos que determinan que los destinos de estas ventas se sitúen fuera del país están los precios nobles fijados tanto por las instituciones del Estado como por los propios artistas. Estos últimos, por ejemplo, venden generalmente de modo directo sus productos al no poder pagar a representantes u otros mediadores.
Subasta Habana, el único evento de su tipo que tiene lugar de manera sistemática en el país (todos los años desde inicios de los 90) apuesta por su “rango de precios” -además de por su profesionalidad y la autenticidad de las obras- como uno de los atractivos más importantes para vender arte cubano. Vale la pena en este sentido hacer la salvedad acerca de que los artistas mejor ubicados en los rankings internacionales, y que se hacen representar por galerías europeas y norteamericanas fundamentalmente, comercializan sus obras a precios similares dentro de Cuba y en el extranjero, lo cual a los ojos del tasador de arte Alex Rosenberg es algo positivo.
En 2013, durante la temporada de subastas de primavera en Nueva York, Las Hermanas (1943), de Amelia Peláez, alcanzó los 569 000 dólares en Phillips.
En 2013, durante la temporada de subastas de primavera en Nueva York, Las Hermanas (1943), de Amelia Peláez, alcanzó los 569 000 dólares en Phillips.
Este especialista, autor del libro An Approach to Advanced Problems in Appraising Art with a special focus on Cuba (2011), reconoce que en la Isla la figura del tasador de arte, eslabón clave del mercado, apenas se ha desarrollado dada la carencia de clientes. Ese profesional presta servicios por lo general al Estado, instancia que posee las obras más importantes, a pesar de que las subastas se componen mayoritariamente por piezas de los pocos coleccionistas privados que operan en el país. 
Esta limitada actividad de tasación ofrece una ventana abierta a la fluctuación constante de precios y a la incertidumbre sobre los valores estéticos de las obras.
De las maniobras de relaciones públicas y las operaciones de los marchantes depende en gran medida la relevancia que adquieren las obras en la actualidad, lo cual resulta totalmente lógico si entendemos que desde hace décadas la apreciación estética ha pasado a un plano secundario con respecto a la importancia económica de las piezas de arte. El hecho de no contar con un mercado interno realmente estructurado no impide a muchos creadores y especialistas cubanos echar mano a estos ardides publicitarios para crear fama y prestigio.
Este febrero, el renombrado crítico español Carlos Boyero dedicó uno de sus artículos al “pícaro made in Cuba”, expresión con la que denomina al fenómeno de “falsa construcción de una firma artística para el mercado”. El escritor lamentaba la existencia de este fenómeno en un país donde conviven muchos “artistas genuinos”.
Sobre este mismo tema, el creador y Premio Nacional de la Crítica Manuel López Oliva afirmaba en un texto que difundió por la vía del correo electrónico ese mismo mes que “una parte de esa 'avalancha multiforme de creaciones y simulaciones' denominada 'arte contemporáneo' no es realización genuina de los artistas, sino de los mercaderes y sus servidores intelectuales”.
Para el pintor, también dentro del contexto cubano de los últimos tiempos, este “amplio abanico de productos” que aparecen en las redes de exhibición, evaluación y circulación, suplantan lo polisémico, la nación verdadera de la “obra abierta” y “el problema inquietante” por “estereotipos mono-significativos” y “formas y signos fácilmente digeribles”.
En una entrevista concedida a Cuba Contemporánea en 2014, el coleccionista norteamericano Howard Farber aseguraba no haber visto “especulación” alrededor del arte cubano, pero advertía sobre la posibilidad de que se diera este fenómeno a partir de la multiplicación de los coleccionistas.
Cuando se refería a las posibilidades que ofrece un escenario socioeconómico cambiante como el de la Isla a los compradores de arte, no pensaba Farber en el incremento de las relaciones de mercado con base local, sino en las posibilidades que ello ofrece a comerciantes y galeristas extranjeros y en las oportunidades de difusión para la cultura nacional.
El anuncio de los presidentes Barack Obama y Raúl Castro el pasado 17 de diciembre de que se buscan mecanismos para el restablecimiento de relaciones normales entre ambos países, permite esperar que muchas de las barreras que antes impedían el conocimiento del arte cubano fuera de la Isla -y en especial en una plaza tan fuerte como Estados Unidos- vayan desapareciendo poco a poco. Sin embargo, la condición de “mercado cautivo” que algunos le adjudican a este país caribeño con respecto a los compradores norteamericanos no es real, pues antes del 17D ya circulaban obras entre una nación y la otra gracias a los permisos concedidos para “intercambios culturales”.
Es de esperar que las adquisiciones de arte cubano aumenten, y que se consoliden a partir de esta coyuntura artistas que habían logrado insertarse con anterioridad en espacios de gran visibilidad, pero nada de ello determinará de manera directa que se potencien y dinamicen las relaciones de mercado al interior del país, cuyo rumbo futuro estará sujeto principalmente al destino de la reforma del modelo socioeconómico cubano, las regulaciones estatales (entre ellas las del sector tributario) y la delineación de nuevas políticas culturales.
En cualquier caso, lo que esperamos los optimistas del mercado del arte en Cuba es que la necesidad de mejorar económicamente y la oportunidad de incrementar las ventas no provoquen en las obras una inflexión de calidad como ha sucedido ya en otros contextos donde predomina lo iterativo y comercializable y donde solo parecen tener importancia los rankings de precios. 
Fuente
http://www.cubacontemporanea.com/

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