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domingo, 13 de septiembre de 2015

El artista que cambió las formas


La última serie que exhibió Botero fue de motivos religiosos.

Con más de 80 años el colombiano Fernando Botero sigue buscando temas: ahora se abocó a los motivos religiosos.

En Medellín, donde nació, está la obra más importante que Fernando Botero cree que hizo. Se ve a un niño con rostro serio, pintado con ese volumen tan característico que el artista insiste en no llamar gordura, y que hace que sus obras sean tan reconocibles. El pequeño está sentado sobre un caballo de juguete. Se trata de Pedrito, su hijo muerto en un accidente de tránsito cuando tenía cuatro años. En un vértice, casi minúsculas, dos figuras de luto asoman desde una casa.

En ese cuadro, el primero que pintó después de la tragedia, Botero puso su alma y su corazón. Cuarenta años más tarde cree que es la obra que más ha dicho sobre lo que él es, lo que piensa y su pintura, aunque a diferencia de la mayoría de sus creaciones ésta nació del dolor y no de "temas amables", como considera que se construyó buena parte de la historia del arte y de la suya propia.


Con 83 años, Botero opina que tanto artista como cura, se nace. Y él nació artista. En una Medellín sin galerías de arte ni museos, siempre supo que ese sería su rumbo. Huérfano de padre desde los cuatro años, un hijo pintor no era el futuro que Flora, su madre, deseaba para él. Lo veía como el oficio menos atractivo del mundo pero, de todos modos, respetó su decisión. "Si quiere ser pintor, pues sea pintor. Ahora, le advierto que se va a morir de hambre", le dijo a Fernando. Y él respondió: "Me da igual, quiero ser pintor". Y ella concedió: "Bueno, pues si es lo que quiere, sea pintor", recordó Botero, quien siempre pudo vivir de su arte, en una entrevista con la revista mexicana XL.

A esa altura, Botero pintaba con acuarelas y lápices de colores porque era lo más económico. Los toros eran su pasión y su motivo más repetido. Su madre, coherente son sus palabras, lo apoyaba y guardaba todo lo que su hijo hacía. Y él, impresionado con los muralistas mexicanos, lo único que conocía en esa Medellín que carecía de atractivos para los artistas, seguía tras su sueño. "Siempre me ha sorprendido haber desarrollado una vocación tan fuerte en un lugar tan poco propicio. ¡Si es que el bobo del pueblo era el pintor!", comentaba entre risas.

De todos modos, esa ciudad entonces provinciana sería clave en su obra, por lo que no falta quienes comparen a Botero con el otro colombiano universal, Gabriel García Márquez — aunque el pintor y escultor insiste en diferenciarse y señalar que su arte es "improbable pero no imposible"—. "Creo que de niño, o adolescente, es el momento de la vida donde se asimilan más recuerdos y experiencias, donde hay una mayor permeabilidad. Por eso, los años que pasé en Colombia, que fueron 20, tienen una gran importancia. Quizás por nostalgia, por conocer mejor y porque creo que el tema de lo latinoamericano es importante, se manifiesten de una forma muy clara en mi pintura", dijo Botero en una entrevista que figura en el catálogo de la exposición que realizó en el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo en 1998. Sus obras se presentaron por última vez en la capital de Uruguay en 2013 en el Museo Blanes.


Europa.

Fue durante la adolescencia cuando llegaron a las manos de Botero pinturas de Picasso y Matisse y su panorama comenzó a ampliarse. Continuó con su formación autodidacta y logró difundir por primera vez sus obras en el suplemento literario del diario El colombiano de Medellín. Después se fue a la capital, donde pudo exponer acuarelas, tintas y óleos. Hizo algo de dinero y partió a Tolú, en la costa, donde pintó Óleo frente al mar, con el que ganaría el segundo premio en el Salón Anual de Colombia. Así consiguió nuevamente fondos, que redundarían en un nuevo cambio de ciudad, pero esta vez bastante más lejos: el destino escogido fue España, primero Barcelona y luego Madrid. "Llegué agotado, pero nada más pisar tierra me fui a un museo y vi el primer cuadro de un pintor de renombre en mi vida. Un Zurbarán. Confieso que me pareció chiquito, me llevé una desilusión con el tamaño (ríe). Visitar el Prado, después, me impresionó muchísimo", contó a XL. Afuera de ese museo Botero se instaló a pintar y dibujar para ganarse la vida, mientras se inscribía en la academia de arte San Fernando.

España no fue suficiente. Después vendrían París y Florencia, donde absorbió más influencias, en particular de la pintura italiana volumétrica, y continuó su formación en general autodidacta: leer, visitar museos, pintar y pintar.

Paralelamente, contrajo el primero de sus tres matrimonios; la elegida fue la gestora cultural Gloria Zea, con quien tuvo tres hijos: Fernando (1956), Lina (1958) y Juan Carlos en 1960, año en que la pareja se separó. Luego, en 1964, se casó con Cecilia Zambrano, unión que no sobrevivió la muerte de su hijo Pedro. Desde 1978 está casado con la artista griega Sophia Vari. No toman vacaciones; nada le produce a Botero más placer que trabajar.
Estilo.

Después de la experiencia europea Botero volvió a su Colombia natal pero no sería por mucho tiempo. Nueva York fue su próximo destino, donde viviría entre 1961 y 1973. Luego seguiría París, y desde entonces el ir y venir quedaría como un sello que lo acompaña hasta hoy: reside entre Nueva York, Medellín, París, Montecarlo, Italia y Grecia.

El otro sello, mucho más visible, es su interés por el volumen, presente desde sus primeras obras y desarrollado en toda su trayectoria. Botero define su estilo como figurativo y personal. Para él es básico que un artista sea reconocible, debe tener un tema y también volumen y espacio, cuestiones que considera tabú en el arte moderno tradicional.

Y aunque críticos y público hablan de los "gordos" de Botero, él insiste en definir lo suyo como "exaltación del volumen". "El volumen en realidad es una forma de expresar cierta sensualidad, cierta plasticidad y la causa de la más importante revolución en el arte fue la introducción del volumen", resumió a Euronews.

Ese interés por el volumen fue lo que llevó al artista a concretarlo en un plano real. La decisión le costó, pero en 1974 se tomó un descanso de la pintura y aprendió el oficio de escultor. Dos años más tarde exponía en París. Más de 40 años después, sus obras se han visto en buena parte de las ciudades del mundo.

Los temas de sus creaciones han ido variando. Responden a impulsos a los que decide entregarse. Así pasaron desde el circo y la tauromaquia hasta la prisión de Abu Ghraib. La última serie que expuso es de santas que tienen algo que ver con una ciudad o una historia. Este año llegó el turno a los ángeles, una inspiración que le vino en Italia. Lleva pintados cinco, todos desnudos con alas. Por estos días está en Grecia. Aún no tomó los pinceles, pero no le preocupa. "Voy a mirar el ambiente, algo se me va a ocurrir".

DÉBORAH FRIEDMANN

Fuente
http://www.elpais.com.uy


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