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sábado, 27 de febrero de 2016

El arte de la copia



Denisse Espinoza A.                                          27 de febrero del 2016 / 05:45 Hrs

Por temas de conservación, museos europeos están exhibiendo copias de sus obras maestras en vez de los originales ¿Se está perjudicando al público? ¿Sigue siendo importante el original cuando la tecnología permite reproducciones de alta calidad al acceso de todos? Los expertos se dividen.

Cerca de nueve millones de personas visitan el Louvre en París cada año, donde una de las mayores atracciones es contemplar la Mona Lisa, obra emblema de Leonardo Da Vinci. Claro que apreciar hoy de cerca la pintura del siglo XVI es casi imposible. Consecuencias de la popularidad. Primero hay que encontrar sitio entre el tumulto de personas  frente a la obra, todas con sus teléfonos y cámaras, intentando inmortalizar el momento. Ya cerca del cuadro, hay un gran vidrio que la separa del público y además  nadie puede traspasar la zona de metro y medio de distancia que la mantiene segura. Con todos estos obstáculos resulta difícil disfrutar de manera plena el talento del pintor renacentista. Pero, ¿estaría dispuesto el público a que en vez del original de la Mona Lisa, el museo exhibiera una reproducción lo más fidedigna posible con tal de poder verla más de cerca?  
“Leonardo fue y es uno de los artistas más copiados, pero nunca he visto reproducciones exhibidas en galerías como si fuesen originales. El acceso del público es importante y las pinturas deben ser exhibidas con seguridad razonable, ese acceso vale el riesgo”, opina Martin Kemp, historiador de la U. de Oxford y uno de los mayores expertos mundiales en la obra de Da Vinci.
A ese mismo dilema se vio enfrentado el Museo Albertina de Viena, Austria, con su obra ícono: Liebre joven, dibujo de Alberto Durero de 1502, que por temas de conservación se protege, exhibiéndose sólo tres meses al año. El resto del año sólo se exhibe una copia. El caso fue recogido por el historiador del Arte de la Universidad Americana de Roma y autor del libro Los falsificadores (2015), Noah Charney, quien denunció recientemente en un ensayo que además de Liebre joven, la mayoría de las obras sobre papel que exhibe el museo vienés son reproducciones, debido a la fragilidad del soporte. El problema es que la institución no advierte claramente al público cuáles son obras verdaderas y cuáles copias. Según Charney, sólo hay un cartel mal señalizado que dice: “Por razones de conservación, ciertas obras gráficas de nuestra colección podrían estar almacenadas con reproducción presentandose en su lugar”. No especifica cuáles son esas reproducciones
“Hay una confianza implícita entre los museos y los visitantes. Estos últimos asumen que la colección del museo está cuidadosamente curada y que lo que verán es 100% auténtico. Las razones por las que los museos usan copias es correcto, pero es importante prevenir a los visitantes. Me preocupa que la gente se sienta engañada”, explica Charney  a La Tercera. 
El Albertina no es el único que practica el arte de la copia. Los mejores dibujos de Egon Schiele que resguarda el Museo Leopold, de Viena, se exhiben pocos meses al año para reducir al mínimo su exposición a la luz. Son reemplazados por reproducciones. E Museo Magritte de Bruselas hace lo propio con los documentos personales y dibujos del surrealista belga. La discusión radica en la importancia histórica y estética que le otorgamos al original y que el filósofo alemán Walter Benjamin plantea en su texto La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936), donde relaciona el llamado “aura” de la obra original, con su singularidad y la experiencia de lo irrepetible.
Reivindicando la copia
Para el teórico del arte y académico de la U. Católica, Pablo Chiuminatto, la experiencia del museo debiese ir más allá del encuentro con los originales: “Las personas muchas veces se defraudan al saber que El pensador de Rodin tiene  copias repartidas por el mundo. Eso sucede porque los espectadores confunden el valor de la imagen  con la exclusividad y escasez de esa experiencia. De ahí viene la idea de que conocer ‘los originales’ es similar a conocer lugares santos”, dice.
La copia, eso sí, no siempre fue menospreciada. Algunos de los maestros del arte universal como Tiziano, Tintoretto y el Greco eran grandes copistas; sin olvidar a Miguel Angel, quien a los 21 años intentó hacer pasar una de sus obras como un mármol romano (Cupido durmiente de 1496), el cual fue vendido al cardenal Raffaele Riario. Ya era tarde cuando éste se dio cuenta del engaño: Miguel Angel se había convertido en uno de los artistas más cotizados de Roma, gracias a la fama de la Piedad, y el cardenal se arrepintió de devolver la escultura.
En esa época copiar bien las obras clásicas significaba haber dominado la técnica a cabalidad, además del hecho de que hasta el Renacimiento, términos como originalidad o autenticidad no eran cuestionados: los tirajes de los grabados eran ilimitados, y algunos de los artistas no se preocupaban de firmar las obras. Eso ha traído dificultades posteriores para saber si la obra fue hecha por el maestro o un discípulo, de ahí que hoy  obras lleven nombres ambigüos como “atribuido a Rembrandt”, “taller de Rembrandt” o “círculo de Rembrandt”, etc. Hace poco, tres obras del Bosco pertenecientes al Museo del Prado fueron cuestionadas en su autoría por expertos holandeses, quienes dicen que probablemente fueron hechas por alumnos del pintor flamenco.
En tanto, en Chile, el Museo de Bellas Artes se inició como un museo de copias. Ideado por el diplomático Alberto Mackenna Subercaseaux, en 1901 viajó a Europa para comprar reproducciones, sobre todo de esculturas griegas y romanas. El objetivo era acercar el arte clásico a los artistas locales al mismo tiempo que se cultivaba el “buen gusto” de la sociedad chilena.
Con la misma idea funcionó la Escuela de Bellas Artes, que becaba a sus alumnos más talentosos  a Francia, con la idea de que aprendieran las técnicas de los grandes maestros. En retribución, el Estado exigía copias como informe de sus avances. Por eso es que el museo tiene en su colección El flautista de Edouard Manet, copiado por Camilo Mori o La adoración de los pastores de José de Ribera, reproducido por Cosme San Martín.
El poder del pixel
El debate sobre la lucha entre el original y la copia, revive ahora por la supremacía que ha ganado la tecnología digital. Noah Charney da como ejemplo la copia digital que hizo la Fundación Getty de la obra Adoración del cordero místico (1432) de Van Eyck, debido a que el original entraría a restauración. Se trata de un imagen de 100 mil millones de pixeles subida a un sitio online que permite al usuario ver la obra como nunca antes se pudo. Lo mismo hace desde 2012 el sitio Google Art Project, que reúne más de 30 mil reproducciones en alta resolución de más de 150 museos del mundo, que permite acercamientos a mínimos detalles. Menos publicitada, pero igual de impresionante, es la labor de Factum Art una compañía con sede en Madrid, Bolonia, Milan y Londres que utiliza escaners en 3D para reproducir grandes monumentos culturales. En 2014 se inauguró el proyecto sobre la tumba de Tutankamón que recorre virtualmente el lugar a través de videos e imágenes holográficas. La empresa ya está trabajando con el Louvre, el Museo Británico y el Museo Pérgamo en Berlín. Quién sabe si esas instituciones están pensando en darle más cabida a estas finas reproducciones que a sus fascinantes, pero deteriorados originales. 
Pablo Chiuminatto tiene un punto sobre esto. “La experiencia con los originales está sobrevalorada sobre todo cuando sabemos que los propios museos exhiben copias: la conservación requiere ocultarla para ponerla a salvo. Además porque en mi computador puedo acercarme a los detalles como jamás podré hacerlo en un museo. Esa experiencia de proximidad y el valor que puede tener para culturas como las nuestras, dónde la primera vez que vimos la obra fue impresa en un libro, puede hacer que la experiencia ante el original no sea tan poderosa, o al menos, distinta. Los libros y los sitios web permiten esa intimidad que el museo y la seguridad que requieren, no permiten”, afirma.
Fuente
http://www.latercera.com

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