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domingo, 12 de junio de 2016

Lita Cabellut: «El arte es de terciopelo por fuera y de lejía por dentro»

Lita Cabellut, con algunas de sus obras
         Lita Cabellut, con algunas de sus obras - ELENA CUÉ

Pintora española con sangre gitana y afincada en La Haya, vivió en las calles de Barcelona hasta que fuera adoptada a los 13 años
El arte de Lita Cabellut (Barcelona, 1961) es sentimiento puro como la voz desgarrada del cante de su admirado Camarón de la Isla. El colosal formato de sus lienzos y sus personajes dotados de una potente carga psicológica son una llamada de atención de una artista que necesita que escuchen su voz. Su obra expele la sabiduría de la vida que corre por sus venas gitanas.Retrata almas con trazos expresionistas que emanan de fuerzas que subyacen a todo pensamiento. Miradas desafiantes, nostálgicas, suplicantes, altivas, sensuales, sagaces... Cada retrato narra historias, las de la artista, las nuestras, historias universales de la condición humana. Es la mirada, es el gesto, es la piel, que hablan de las huellas, de las heridas de la vida, también de lo bello que hay en ella. Una dicotomía constante en su vida y obra; lo salvaje y lo formal, la claridad y la oscuridad, lo racional y lo pasional, pero siempre belleza.
En La Haya, en su casa-estudio, empezamos la conversación.
Fue abandonada por su madre pocos meses después de nacer, haciéndose cargo de usted su abuela y viviendo en las calles de Barcelona hasta ser adoptada a los 13 años. Supo que quería ser artista a esa edad, cuando su familia adoptiva le llevó al Museo del Prado por primera vez. En su anterior vida, antes de empezar a pintar, ¿cómo canalizaba la energía del artista?
Yo creo que a través de la fantasía. No eres consciente de lo que estás viviendo y haciendo en ese momento. Pero lo que sí recuerdo es que yo era un fantasma: yo vendía estrellas, por ejemplo. Ahora lo pienso, y el artista ya estaba allí. Aunque, claro, un talento que no se puede desarrollar no crece.
Para usted, ¿de qué trata el arte?
Es un modo de concebir, ver y sentir la vida. El arte es mucho más que la materia. El arte es una tremenda empatía por el mundo, por la vida. Eso es realmente el arte, porque tiene mucho de ética, de fundamentalismos. Es irremediable: la libertad y la dictadura al mismo tiempo, la vida y la muerte. Es tan complicado y tan simple a la vez. Nosotros queremos siempre idealizar el arte, queremos aislarlo, hacerlo individual.
Que no lo es.
Que no lo es, y por eso el arte está sufriendo en este momento. Nos hemos empeñado en aislar el arte y hacerlo individualista. Platón decía que la belleza es amor materializado. Yo creo que es un poco eso. El arte absorbe, porque es un constante morir y nacer el mismo día. Lo tienes que entregar todo, y por eso hay mucho riesgo en mi trabajo. La línea entre lo bueno y lo excelente es tan fina, y ese excelente tiene un riesgo. No para ser mejor, sino para superar aquello que no conoces. Cuando amamos y queremos aquello que no conocemos es cuando empezamos a entender lo que es arte. Porque el arte es fealdad también, y es belleza, y dureza. El arte es de terciopelo por fuera y de lejía por dentro, porque te quema.
¿Por qué escogió como medio de expresión la pintura figurativa y centró su obra en el retrato?
Es una obsesión. En realidad, mi gran pasión siempre ha sido la psicología. Ya de muy pequeñita era consciente de que, estudiando a la gente, podía prevenir calamidades. Sabía muy bien cuáles eran mis próximas tres horas, qué situación podría tener o no tener. Entonces eso se convirtió en una forma de sobrevivir y después en una forma de vivir. A mí lo que más me interesa en el planeta es el ser humano porque es tan complejo, y tan bello y tan feo a la vez, que resulta fascinante. Entonces empecé a fijarme en los figurativos, y después me pasé completamente a Saura, a Tàpies, a los abstractos. Y lo ves en mi trabajo. Es una comunión figurativa y abstracta.
¿Qué significado tiene para usted la abstracción?
La abstracción es para mí muy importante. Volví otra vez a los museos, a estudiar a Velázquez, a Goya... Me di cuenta de que ellos eran los grandes abstractos, que la abstracción la utilizaban como medio de ilusión para darle cuerpo a una figuración que no existía. Allí es cuando empecé a verla interesante, desde este punto filosófico. Los grandes maestros usan la figuración como ilusión de algo que no existe y que nuestro cerebro termina. Por ejemplo, si te acercas a un ropaje de Velázquez, con sus brazaletes y telas, es totalmente abstracción. Es una ilusión de lo que estás viendo. Son puntos de luz, de materia, puestos de una manera tan caótica y anarquista que desde lejos forman una imagen que te fuerzan a ver. Entonces, si el artista tiene el poder de manipular el ojo del que está viendo, y lleva ese ojo a otro sitio donde el ojo normalmente no vería, eso es arte. Eso me pareció muy interesante y empecé a usar la figuración mucho más. Pero primero la utilizaba sin caras, simplemente cuerpos. Porque quería estudiar la posición para que la gente viese el gesto.
¿Y cómo escoge los personajes?
Son modelos. Pero lo primero es el tema. Siempre trabajo por temas.
¿Y estos temas cómo surgen?
Por ejemplo, la trilogía de la duda me surgió una noche que estaba hablando con una amiga y me dijo que tenía un problema legal. Y yo pensaba: cuánta duda hay en saber quién tiene la razón y qué difícil es encontrar la verdad. Y de repente me viene el título: la trilogía de la duda. Va a tratar sobre poder, impotencia e ignorancia. Porque por medio de la ignorancia se hacen cosas tremendas.
¿Y qué hay de usted en cada uno de estos retratos?
Todos los retratos son un gran autorretrato. Es una manera de revivir cada vez emociones lejanas, ocultas, presentes, latentes. Cada retrato soy yo. En la trilogía de la duda, en la que está el gran dictador, la víctima y el ignorante, yo soy los tres. Cuando lo pinto estoy en ello. Eso soy yo. ¿Sabe lo que pasa? Lo único que puedes pintar o crear es algo que conoces. La empatía ocurre porque nos reconocemos en algo. No podemos sentir algo que no conocemos. Es imposible, simplemente una ilusión.
¿El arte cura o es un paliativo?
Me resulta muy difícil imaginarme mi vida sin arte. Es como si Dios hubiera apagado las luces en el mundo. La tristeza que me produce vivir sin arte es tan profunda que me da vértigo. A mí me ha curado mucho. Yo soy una mujer muy feliz, entre comillas claro. Pero soy una mujer que vive, y me encanta la vida, y mis hijos, y me encanta quién soy y cómo no soy. En todo le veo una posibilidad. Todo esto se lo debo a la posibilidad de morir cada día y volver a nacer: he podido despedirme de tantas cosas que no iban conmigo, de tantas emociones, y darle forma a esas imágenes.
¿Ha conseguido con el arte olvidar o recordar?
Más bien reconocer. Dar un sitio. Mire, yo por ejemplo he estado pintando monstruos, imágenes monstruosas. He pintado todo aquello que me daba miedo y que tenía todavía en el subconsciente, y que, de repente, aparecía como un perro caprichoso que se sienta en un sitio inesperado. Me venían sentimientos e imágenes que no sabía qué hacer con todo esto. Hoy en día ya no doy nombre a mis trabajos, pero antes se los daba, porque los quería identificar, quería ver todos estos sentimientos. Y es muy interesante, porque en cuanto les das un nombre y los ves, se hacen muy pequeñitos. Cuanto más inteligente eres, más miedos tienes. Para los niños, que sueñan con eso, es una forma de inteligencia activa. El mundo tiene tanto riesgo, hay tantos peligros, que la inteligencia necesita calcular esos peligros para poder sobrevivir. Es la ley de los fuertes. Yo siempre he tenido muchos miedos, como no poder dormir con las luces apagadas. Hoy en día ya duermo con las luces apagadas en la casa, pero no en mi jardín.
Es decir, se ha ido desprendiendo de estos demonios a través del arte, al darles forma y sacarlos del inconsciente...
Exacto. Y he podido pintarlo todo: la fealdad, la crueldad, la ternura, todos esos elementos… Tienes que pensar que somos como un pulpo; tenemos tentáculos que necesitan tocar todo tipo de emociones. Con mala suerte habrá tentáculos atrofiados, porque no se han rehabilitado o no han tenido el espacio adecuado. Yo he podido utilizarlos ampliamente con mi trabajo. Estoy segura de que el arte me ha curado. Tengo una fundación de niños para que haya arte. Porque estoy segurísima de que el arte llega mucho más lejos que un método de un psiquiatra. Que también es muy necesario, pero el arte va mucho más lejos que eso.
Arte... ¿y amor?
Yo recuerdo de pequeñita lo difícil que era no sentirse querida. Es muy duro. Soy madre y sé lo que es. Nadie se puede imaginar lo importante que es el amor familiar para el crecimiento de tantas cosas. Es verdad que la tragedia, para los artistas, es también una caja de joyas. No puedes pintar el sufrimiento o el dolor si no lo has vivido. Siempre va a ser una imitación, una caricatura.
¿Cuentan sus cuadros su historia?
En realidad, son todas mis historias. Por ejemplo, «Impulse», esa serie que trata sobre el ultimátum de la belleza femenina. Ves en ella cómo les tiro charcos de pintura encima a los cuadros, son ataques de violencia tremendos. El impulso es siempre un acto de violencia, pero un acto de violencia es también un acto de amor. Yo he vivido mucha violencia, y he visto mucha violencia femenina. Para mí, esto es una manera también de tocar ese tema, y de dejarlo. No se trata de que esté intentando, con mi trabajo, mejorar el mundo, sino que simplemente intento enseñar al mundo que estos aspectos hay que considerarlos, hay que verlos, hay que nombrarlos y sobre todo darles voz.
Todo en usted es aprendizaje y superación.
Esto es lo que yo intento siempre, Elena: a todo lo que es feo, encontrarle ese punto bonito. Porque lo hay, siempre lo hay en las cosas más horribles que te pasan. Yo siempre digo: si no has pisado el tapiz de las angustias, no puedes besar la vida. Es necesario para saber lo que sí quieres y lo que no quieres. Imagínese llegar al final, ya ancianos, y arrepentirnos de todo aquello que no hemos hecho, por no habernos querido meter en líos, por no haber querido comprometernos o sufrir demasiado. ¿Se imagina?
La valentía, esa gran virtud.
Es que la valentía es el acto de responsabilidad. Es tan importante para cambiar cosas, para avanzar. Lo que más miedo nos da es ser responsables de nuestros actos. Si eres valiente, significa que aceptas que puede ir mal. ¿Sabes lo bonito que es poder aceptar que va a ir mal? Eso es la libertad. Valentía es libertad.
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