La Fundación Mapfre abre el Espacio Miró, una colección permanente con 65 obras procedentes de colecciones privadas que descubren el lado más rebelde del pintor catalán
El lienzo es totalmente kitsch. Un atemporal paisaje de estilo 'pompier' recrea en pasteles una estampa bucólica y anodina. Encima pelean manchas violentas negras, trazos rojos y pegotes de pintura que campan a sus anchas casi grafiteando el aburrimiento. El óleo se desparrama hasta por el marco. Gotas rojas aquí, líneas negras allá sobre el dorado chillón. Así asesina y viola la pintura Joan Miró.
No es una idea nueva para el artista catalán, pero en los años setenta y setenta un Miró ya maduro rompe con el canon y deja rienda suelta a su irreverencia. Para ello, compra cuadros en mercadillos y los interviene a placer. Los asesina no solo en el plano formal dejando su huella en la superficie sino también utilizando material de deshecho, tablillas o reciclando esos lienzos banales que duermen en los puestos ambulantes. Es una de las caras más desconocidas de su obra. De hecho, solo se conocen 10 obras de este tipo y cuatro se pueden ver en Madrid desde este 14 de diciembre en el Espacio Miró que inaugura la Fundación Mapfre en Madrid.
El Espacio Miró reúne 65 obras del pintor, muchas de ellas nunca vistas antes, para crear la primera colección permanente de la Fundación Mapfre. Las obras proceden de cinco coleccionistas privados, a las que se suman varios dibujos de la propia fundación, valoradas en unos 150 millones de euros. El depósito, gratuito y por cinco años renovables, eximirá a sus propietarios de pagar los seguros y el impuesto de patrimonio y hará que la fundación, tras años dedicada a las exposiciones temporales, se encargue de su conservación y cuente con una colección permanente. "Estoy orgulloso como español de que esta forma de coleccionismo de arte, muy extendida en Estados Unidos y otros países, se empiece a instalar en España", ha asegurado Pablo Jiménez Burillo, director cultural de la Fundación Mapfre.
Pero lo verdaderamente interesante del Espacio Miró es que abre al público una exposición muy necesaria dadas las pocas colecciones públicas dedicadas al pintor catalán: la de su propia fundación en Barcelona, otra en Palma de Mallorca, los fondos del Reina Sofía, pero la mayoría están guardados (solo se exponen 20 de las 538 obras de su colección), y otra más en Oporto. Además es el Miró más rebelde y desconocido el que llega a Madrid dentro una apuesta de Mapfre que quiere ir más allá de la exhibición para ahondar en la investigación y el estudio de la obra del pintor catalán. Por ejemplo, en la colección se dedica una sala a su amitad con Alexander Calder, con el que tuvo una estrecha relación de amistad desde que se conocieran en París en 1928. Se pueden ver los retratos que hizo el escultor estadounidense de Pilar, la mujer del pintor, y el busto de alambre de Miró -"los móviles de Calder son como abstractos vivientes de Miró" se han comparado en varias ocasiones- así como varias esculturas, en especial sus 'Polígonos negros' sobrevolando 'Pintura (a David Fernández Miró)'.
Junto a esas obras y los dibujos de los años treinta, algunos tan llamativos como 'Mujeres, niña saltando a la comba, pájaro y estrella' (1943) o tan amables como 'Personaje y pájaro en la noche' (1942), esta colección cede un espacio muy interesante a ese otro Miró más desconocido, insólito y expresionista de su última época. Por un lado, están todas sus obsesiones: las mujeres, los pájaros, las estrellas, la muerte, las cabezas y la antipintura, pero si algo sobresale en esta colección permanente son esas desconocidas intervenciones de Miró en lienzos anónimos.
Miró dijo en 1972 que quería "asesinar la pintura" y más tarde definió la antipintura como "una revuelta contra un estado mental y contra unas técnicas pictóricastradicionales que más tarde fueron juzgadas como moralmente injustificables. También fue intento de expresarme a través de materiales nuevos: cortezas, telas, fibras, colecciones de objetos, collages". Con esa premisa, lo que el catalán quería era protestar contra la complacencia estética del arte subvirtiendo su procedimiento y materiales 'oficiales'. Así nace ese pintor creador y destructor que aquí podemos ver en tablas como 'Mujer, pájaro' (1953) y muy especialmente en esas intervenciones en otros lienzos.
En ellas, ese Miró rebelde afea la 'belle peinture' y el mero entretenimiento estético burgués. Aunque estas obras son de los años sesenta y setenta, en los treinta Miró ya empieza a utilizar el collage como forma de revolución contra el conservadurismo. Vuelve a partir de 1965 a esa 'détournement'', o apropiación indebida (una técnica que se popularizó en los cincuenta entre los artistas revolucionarios del colectivo parisino Letteriste Internationale), para provocar y romper con los códigos de eso llamado 'arte' y protestar contra los valores burgueses.
Por eso, en 'Personaje al amanecer en la orilla de un río' (1665) coge un aburrido paisaje con un puente y un río y lo gira y coloca a un hombre enigmático y grotesco. En 'Mujer, pájaros' (1976) ejerce de sacrílego sobre un paisaje que tiñe de rojo sangre, casi como si estuviera firmándolo, sobre unas líneas negras que se escapan hacia el marco y en 'Caballos ahuyentados por un pájaro' (1976) realiza una llamativa intervención sobre una reproducción fotográfica horrenda de un par de caballos sobre un fondo azul que ahora quedan enmarcados por unas líneas rojas de trazo duro y agresivo y una gran mancha de acrílico azul que se escapa de la obra.
"Es un Miró salvaje, casi violento y brutal, pero al mismo tiempo igual de luminoso que siempre", explica Robert Lubar Messeri, profesor y director de la New York University en Madrid. Este Miró antipintor también viola sus pinturas con agujeros y cortes -como en las impresionantes '3 cabellos en la noche II' (1972) y 'Cabeza' (1977)-, sus formas volantes se tornan claustrofóbicas y deja ver sin complejos la influencia de movimientos como el expresionismo americano, y en especial de Pollock y Rothko en esas telas sin bastidor o en los lienzos de gran formato pintados en el suelo. Es el otro Miró insólito y contundente, sorprendente pero el de siempre, e igual de divertido y pleno con su paleta de azules, negros, rojos y amarillos que descubre esta espectacular colección.
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