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jueves, 2 de noviembre de 2017

Negro, blanco y nada más




La 'Odalisca en grisalla' de Ingres.



- La National Gallery de Londres presenta, hasta el 18 de febrero, más de 50 trabajos monocromáticos pintados por los grandes maestros sobre distintos elementos artísticos

La escritora Helen Keller dijo una vez que para ella los museos eran una fuente de placer e inspiración: "Sin duda esto les parecerá extraño, ya que mi mano, sin ayuda de la vista, puede sentir el movimiento, el sentimiento, la belleza del frío mármol. Y, sin embargo, es cierto que siento genuino placer al tocar las grandes obras de arte. A través de las puntas de los dedos siguiendo la curva de la línea del trazo, descubren el pensamiento y la emoción que el artista ha retratado". Era ciega. Siempre queda cierto misterio secreto, curiosidad inocente, al visitar una exposición. Sobre todo cuando uno no tiene ni idea de qué trata. Pues bien: Monochrome: painting in black and white es inusual. Las conservadoras Jennifer Sliwka y Leila Packer han decidido mostrar algo poco común desde un nuevo punto de vista que tiene que ver tanto con las obras seleccionadas como con la disposición de las salas.

Los pasillos de la National Gallery acogen ahora 700 años de arte en blanco y negro. Esto puede sonar tan aburrido como interesante, así que recapitulemos: el arte monocromático puede ir desde los bocetos preparatorios, los estudios de la luz, los grandes lienzos, las esculturas, las pequeñas impresiones hasta grabados envueltos en una tormenta de grises de la que se valieron algunos autores desde el siglo XV hasta la actualidad. Y fueron varios los motivos que llevaron a estos artistas, desde Albrecht Dürer hasta Jasper Johns, a imprimir en monocroma.

El director de la pinacoteca, Gabriele Finaldi, lo explica bien: "Los artistas eligen utilizar blanco y negro por motivos estéticos, emocionales y, a veces, incluso morales. La continuidad histórica y la diversidad de la técnica monocromática desde la Edad Media hasta la Edad Contemporánea pone de manifiesto la gran relevancia de este aspecto en el arte occidental". "Lo importante de estos objetos es que te recuerdan la capacidad del arte para comunicar", apunta Leila Packer.

Así, en las diferentes salas vemos el uso de la grisaille -pintura en escala de grises- en las vidrieras de la muestra realizada para la Basílica de San Dionisio de París en 1320, habitual en las iglesias francesas; el 'Estudio de cortinaje', probablemente para 'San Mateo y un ángel', de Domenico Guirlandeo, que apareció más tarde en los frescos de una bóveda de San Gimignano; las nuevas técnicas de grabado que practicó Hendrik Goltzius en 'Sin Ceres ni Líber, Venus se enfría' (1606); los avances de la fotografía que han servido de inspiración en la pintura o los primeros tanteos de Kazimir Malevich en la abstracción con 'Cuadrado negro' (1925).

Sin embargo, los mejores ejemplos del monocroma en las grandes obras traídas hasta aquí llevan tres nombres: Ingres, Van Eyck y Picasso.
Las 'Meninas' de Picasso.

Dominique Ingres en la Grande Odalisque de 1814 (una versión reducida en blanco y negro de la gran Odalisque del Louvre) se vale de la grisaille para reducir el cuadro a los elementos esenciales. La pintura, aún rafaeliana, prescinde de los detalles orientales del cuadro original, centrando la atención únicamente en la postura del cuerpo. El resultado es un cuadro que consigue que te detengas a mirarlo una y otra vez. Lo hace gracias a la mirada penetrante de su modelo, hermosa, y las tonalidades que recrean un ambiente frío y extraño.

En el díptico de Van Eyck se presenta la Anunciación como una escultura ficticia. Y en el interior, grisaille, llama la atención la temática religiosa sobre la pintura monocromática, una asociación de antaño y que continúa resonando en objetos devocionales mucho más tardíos. Y es que Van Eyck es un buen ejemplo de artista que comienza a hacer bocetos preparatorios en blanco y negro para terminar cogiéndole el gusto a las grisailles como obras independientes y terminadas.

También destaca un picasso explicado bajo la tesis de Sliwka y Packer: "Los pintores a menudo han restringido el uso del color cuando querían demostrar la superioridad de la pintura sobre otras obras de arte". Aquí vemos a la Infanta Margarita pintada a la manera del malagueño; una pieza de las 58 que realizó respondiendo a un análisis exhaustivo de Las Meninas de Velázquez, del que dijo: "Poco a poco iría pintando unas Meninas que serían detestables para el copista de oficio, pero serían mis Meninas."

El enfoque de la exhibición es fresco y original para la pinacoteca. Es interesante ver aquí los diferentes motivos que llevaron a los artistas a llevar a cabo estas obras haciendo uso del estilo monocromático mucho antes de lo que pudiésemos pensar; a veces se vuelve una colección desordenada (de ideas y arte), pero también es una apuesta importante.

Los autores de estas obras jugaron con las estructuras, formas y luces para remover lo volúmenes y crear sensaciones. Es cierto que se echan en falta otros grandes ejemplos cromáticos, como la serie de Los Caprichos de Goya, las acuarelas de Klein o los dramas en blanco y negro de Franz Kline. Pero en la última sala entramos en Room for one color (1997) de Olafur Eliasson. Una habitación en la que la luz satura las pupilas y desactiva la capacidad para leer el color, donde se experimenta un momento de hipersensibilidad visual que hace que, a final de la exposición, nosotros también nos volvamos monocromáticos.

Así que aquí no podemos tocar las piezas de arte con las manos para seguir el trazo del pincel, como lo hizo en su momento una joven Helen Keller, ciega y curiosa. Pero sí podemos ser testigos de un arte que inspira y se iguala a la vista en una propuesta ambiciosa que deja entrever que para muchos artistas, el color, no es extremadamente necesario. Como en tantas otras cosas.

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