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martes, 30 de julio de 2019

Juan de Echevarría Zuricalday



                           


                                                   Juan de Echevarría Zuricalday
                                                                    Biografía

Echevarría Zuricalday, Juan de. Bilbao (Vizcaya), 14.IV.1875 – Madrid, 7.VII.1931. Pintor.

Nació en el seno de una familia numerosa de trece hermanos perteneciente a la alta burguesía vizcaína. Hijo primogénito del conocido empresario y político Federico de Echevarría Rotaeche y de Felipa Zuricalday Eguidazu, fue bautizado en la catedral de Santiago. Desde su infancia se le educó con la mirada puesta en Europa, y tras sus estudios en el colegio bilbaíno de San Nicolás, fue enviado a cursar el bachillerato en el Liceo francés de Angulema y a continuación viajó a Oxford para aprender la lengua inglesa. Sus estudios universitarios culminaron en la ciudad sajona de Mittweida (Alemania), obteniendo el título de ingeniero industrial. Sin embargo, desde su juventud compaginó en la medida posible su abierto interés por la filosofía y la literatura europeas, y por supuesto continuó su estrecha vinculación con la música. Así pues, su afición musical le llevó a recibir clases de armonía y composición musical durante su estancia en Alemania, y a acudir en Bilbao a las clases de solfeo del profesor Martínez Villar.




En los albores del siglo XX, regresó a su ciudad natal, donde su padre, Federico de Echevarría, tomó la resolución de consolidar su propia empresa metalúrgica, convirtiéndola con la participación de sus dos hijos mayores, Juan y Luis, en la sociedad Federico Echevarría e hijos S. en C. Al año siguiente, Juan participará en la fundación de la fábrica metalúrgica más importante de España, Altos Hornos de Vizcaya (1901), siendo representante en las negociaciones de una de las factorías fusionadas de nombre La Iberia, la cual era propiedad paterna. En realidad, a pesar de ser un momento en su vida de intensa actividad profesional e inmejorables beneficios, pues dirigía la factoría familiar de Castrejana, siempre fue recordado por el artista con especial desencanto. De hecho, el prematuro fallecimiento de su madre durante una audición musical en el emblemático Teatro Arriaga, le provocó tal convulsión interior que vino a aflorar de inmediato su reprimido anhelo de convertirse en artista. En poco tiempo, se lanzó sin aprobación alguna hacia su hasta ahora oculta, pero verdadera vocación: la pintura.


                       

En su ciudad natal, su primer maestro fue el pintor Manuel Losada, quien a pesar de haber vivido a finales del siglo XIX la experiencia parisina en plena expansión del movimiento impresionista, se había mantenido en una línea ciertamente tradicional. Acudía con frecuencia a su estudio abuhardillado, frente a la Diputación de Vizcaya, en donde comenzó su andadura artística dibujando mucho. Pero, sobre todo, se inició en el género del retrato a través de personajes de la vida marginal bilbaína, recogidos de la propia calle, y de sus tan solicitadas modelos gitanas. Asistía con frecuencia a la tertulia del Café Lyon d’Or, estableciendo amistad con Miguel de Unamuno y Leopoldo Gutiérrez Abascal, entre otros, y dentro del círculo artístico se relacionó con los artistas más vanguardistas del momento, Guiard, Iturrino, Regoyos, etc., en un local denominado el Kurding Club. Por lo demás, su innegable inclinación por la música le llevó también a ser un asiduo de otro pequeño club bautizado con el sobrenombre del Cuartito, en donde compartía con sus amigos numerosas veladas musicales.

                   


Después de poco más de un año de aprendizaje en el estudio de Manuel Losada, decidió trasladarse a vivir a París, alquilando un pequeño apartamento moderno en la calle Alfred Stevens. A su llegada, a finales de 1903, se puso en contacto con el escritor suizo, Pierre Paul Plan, a quien realizó más de un retrato, y con el crítico de arte francés, Charles Morice, quien se movía dentro del grupo de artistas nabis y era amigo personal de Gauguin; si bien, en su despertar a las nuevas tendencias artísticas del momento su primer acompañante fue el pintor Francisco Iturrino, quien ya había comenzado su andadura dentro de la primera vanguardia pictórica internacional. Con el paso del tiempo, Iturrino se convirtió en uno de los pintores más afines a su línea estética entre todos sus contemporáneos. Hacia 1906 se mudó al barrio de Montmartre, en el 123 de la calle de Caulaincourt, y frecuentó el estudio del escultor Paco Durrio, con quien compartió sus inquietudes artísticas. En dicho bohemio enclave del mundo artístico, se hizo habitual el encuentro de la colonia de artistas españoles, entre los que se encontraban personajes como Picasso, Anglada Camarasa, Sunyer, Canals, Durrio, Echevarría o Vázquez Díaz, relacionándose en tertulias de café o en animadas cenas, dispuestas dentro de sus propias casas. Asimismo, se hizo alumno de la Academia Rodolphe Julian. A este centro privado, dotado de un estilo de enseñanza menos académico, también habían asistido algunos miembros del grupo nabi, así como el propio Matisse, célebre impulsor del movimiento fauve. Es en esta época cuando Echevarría abandonó sus primerizos postulados estéticos para iniciarse de manera autodidacta dentro de un postimpresionismo personalizado, pero de una forma lenta y cautelosa, que le concedió un estilo pictórico muy definido.

                            


En 1909 se casó con la rumana de origen francés, Enriqueta Normand Böer, y en 1911 nació su primer y único hijo, José. De todos modos, este año coincide con su estreno en el Salón de Otoño parisino, donde el conocido crítico y poeta, Apollinaire, viene a destacar la calidad pictórica de su retrato del escritor Pierre Paul Plan. De nuevo al año siguiente, repitió la experiencia del Salón de Otoño, recibiendo otra elogiosa crítica de Apollinaire en relación a su retrato de Cayetano Cervigón. En 1913 el galerista francés Paul Rosenberg, dueño de una galería en la avenida de la Ópera en París, lo eligió junto con Durrio y otros seis artistas extranjeros de la talla de Maurice Denis para establecer una relación de marchante. Rosenberg decidió exponer dos de sus naturalezas muertas en el Salón de Otoño parisino. Por lo demás, su actividad pictórica parisina no le impidió que a lo largo de este período también acudiese de manera regular a España, su principal fuente de inspiración. En concreto, se acercó al pueblo burgalés de Pampliega y a la localidad marinera de Ondárroa situada en la costa vizcaína. En Ondárroa realizó una serie de paisajes, cuyo motivo principal es una vista panorámica de uno de sus viejos puentes, así como dibujó con enérgico trazo a los pescadores y sus mujeres, llegando a representar a una típica familia de aldeanos en el óleo titulado La merienda vasca.


                 


Ante el inminente desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial en 1914, Echevarría decidió su regreso definitivo a España. En apenas unos meses, seguramente siguiendo los consejos de su amigo Iturrino, viajó a Granada, escogiendo para vivir un típico carmen situado en pleno barrio del Albaicín. Sus modelos acostumbran a ser únicamente de raza gitana, apostando por un cromatismo con un alto registro de color, a pesar de la incomprensión sufrida por parte de la crítica de arte que no acierta a descubrir el valor expresivo de su pintura. Sin embargo, en poco más de un año cambió por completo de escenario y se dirigió a Ávila, ciudad contrapuesta en todos los sentidos a la sureña, en la que mantuvo una experiencia mucho más espiritual. Este genuino paisaje de Castilla la Vieja caracterizado por sus cualidades de reciedumbre, austeridad y desnudez transformó completamente su visión pictórica, trabajando en lo que él vino a denominar “armonías en tono menor” dentro de una casi monocromía del color azul en su paleta.

Sus retratados, tanto aldeanos como personajes de la calle, están provistos de una extraordinaria fuerza psicológica.

Su primera exposición en solitario tiene lugar en enero de 1916 en la Sala bilbaína de la Asociación de Artistas Vascos (AAV), colgando treinta y cuatro obras y diversos dibujos de Ondárroa, la cual se trasladó a continuación al Salón del Ateneo madrileño. En el mes de noviembre de este año, también participó dentro de una extensa e importante muestra colectiva que la Asociación de Artistas Vascos abre al público en el Palacio del Retiro madrileño, abarcando las distintas ramas del arte. Sin duda, dicha exposición obtuvo gran proyección en la prensa de la época por su condición de grupo pionero, portador de nuevos aires de modernidad en el ambiente mayoritariamente trasnochado en que pervivía la capital madrileña, debido a la situación hegemónica de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Al término de este mismo año, la AAV será también invitada por las Galerías Layetanas barcelonesas y Echevarría junto a Iturrino son los artistas mejor valorados por la crítica catalana. Durante estas fechas salieron publicadas en la revista España dos cartas suyas en defensa de los pintores Gauguin y Cézanne.

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A partir de 1918 estableció su residencia en Madrid e inició su conocida galería iconográfica de sus amigos literatos pertenecientes a la generación del 98. En un cuarto de la redacción de la revista España pintó a Pío Baroja, con quien mantuvo una continuada correspondencia, perdida en la Guerra Civil, y una fluida comunicación a lo largo de toda su vida. El escritor donostiarra se convirtió en su modelo más solicitado, lo que se traduce en al menos doce retratos. En sus charlas es común el intercambio de opiniones literarias, pictóricas y musicales, llegando incluso a mandarle Baroja sus novelas antes de su publicación a fin de conocer su juicio literario. Otras conocidas efigies de esta época son las de su amigo el poeta, Luis García Bilbao, promotor de la revista España; el retrato inacabado del poeta andaluz, Juan Ramón Jiménez; la del pintor Francisco Iturrino, con una cabeza grave de melancolía, o el ensimismado busto de su primo Vicente Bayo Zuricalday. De igual manera, durante su estancia en la capital madrileña asistió de manera continuada a la tertulia del Gato Negro, la cual gira en torno a la figura de José María Soltura. Entre sus contertulios, acuden numerosos intelectuales de la época, como Unamuno, Valle-Inclán, Maeztu, Ortega y Gasset, García Bilbao, etc., y constituye además, un pequeño consulado de la colonia bilbaína en la capital madrileña.

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Su pertenencia a la Asociación de Artistas Vascos desde su nacimiento en 1911, considerada como uno de los dos grupos pioneros del arte moderno español junto a Les Arts y els artistes de Barcelona, hizo que se implicase en el devenir artístico de su tiempo, tomando un papel activo dentro de la primera vanguardia del arte moderno en el marco español. Sin duda, la apertura de su propia galería por parte de la AAV en Bilbao había contribuido a la educación artística de la sociedad bilbaína, siendo invitadas con cierta periodicidad distintas figuras representativas del arte español y extranjero. Toda esta labor culminó con la inauguración en 1919 de la I Exposición Internacional de Pintura y Escultura en Bilbao, patrocinada por la Diputación de Vizcaya, en la que se congregaron buena parte de los más relevantes artistas del sector renovador nacional y destacados nombres del ámbito internacional. La muestra se dividió en dos secciones únicas: la de pintura vasca y la de pintura nacional e internacional. Entre los artistas vascos, Echevarría, que participa con sala propia, resultó el creador mejor valorado por todos los miembros del jurado, escogiéndose sus obras del El paria castellano y el busto del Serranopara formar parte del patrimonio del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Durante los días siguientes se le ofreció una cena-homenaje en el Club de la Sociedad Bilbaína, presidida por el escritor Ramiro de Maeztu, a la que se adhirieron conocidas personalidades del ámbito cultural español.



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Sin embargo, hubo que esperar a febrero de 1923 para que se llevase a cabo su más importante exposición individual en el Salón de los Amigos del Arte madrileño, con la peculiaridad de que el catálogo se encuentra introducido con una glosa literaria del escritor gallego Ramón del Valle-Inclán. La muestra hizo un largo recorrido a través de sus distintas etapas —parisina, granadina, abulense—, pero lo más novedoso y sobresaliente se refiere a los retratos de sus amigos los escritores noventaiochistas y a sus extraordinarias naturalezas muertas. Entre los cuadros sobresalen el de Valle-Inclán con poncho, el cual parece evocar a uno de sus propios personajes salido de su novela Tirano Banderas, así como delante de las murallas de Ávila le pinta a Azorín oteando el horizonte con un libro en la mano o paseando cabizbajo a su amigo el escritor alavés Ramiro de Maeztu. Dentro de esta serie de retratos de intelectuales se hace visible su interés por el retrato psicológico. Echevarría, que en cierta ocasión había manifestado que lo que más le apasionaba de su arte era el retrato, con esta serie de retratos hace patente su línea expresionista en consonancia con sus señas de identidad. Su idea de no desenraizarse de la mejor tradición pictórica española le lleva a evitar caer de manera plena en la situación uniformadora en que se desenvuelve en esos días la vanguardia internacional. Sin embargo, Echevarría, a pesar de que sea seguramente el retratista más completo de la generación del 98, no es propiamente un pintor del 98, pues su estilo pictórico es excesivamente audaz para la línea tradicional en materia artística preferida por los noventaiochistas. Como colofón a esta exposición se le dedicó una cena-homenaje en el restaurante Fornos madrileño, presidida por el escritor Enrique Díaz Canedo, y con la asistencia de lo más significativo de la vida intelectual española. En junio de este mismo año, dicha exposición se trasladó a la Sociedad Filarmónica de Bilbao, tras ser solicitada por la Junta de Cultura Vasca.

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A raíz de esta cena-homenaje, uno de sus comensales, el pintor Gabriel García Maroto, le propuso al crítico de arte, Juan de la Encina, la necesidad de una convocatoria expositiva de arte moderno. Tras consecutivas reuniones, en 1925 tuvo lugar el acontecimiento artístico con mayor trascendencia para el afianzamiento del arte español contemporáneo. Todas las ramas de la cultura española se unieron a fin de conformar la Sociedad de los Artistas Ibéricos, de la cual Echevarría formó parte de su organización, siendo uno de los firmantes de su Manifiesto. En el mes de mayo se inauguró el Salón de los Artistas Ibéricos en el Retiro madrileño, donde Echevarría, en plena madurez, expuso siete lienzos junto al pintor andaluz Cristóbal Ruiz, considerándosele como un adelantado o precursor de las tendencias más jóvenes. La muestra con un amplio abanico de artistas posee un carácter eminentemente plural, a pesar de lo cual posteriores divergencias dan al traste con su continuidad, no volviendo a tener vigencia hasta el año 1931.

A finales de 1926 tuvo lugar su última exhibición individual en España en el Salón madrileño de los Amigos del Arte, donde abundan los floreros y las naturalezas muertas. La elegancia en la interrelación de los elementos y el exquisito colorido dispuesto, sitúan sus naturalezas muertas, a decir del conocido crítico de arte de su época, Juan de la Encina, como de lo mejor de la pintura española en su tiempo. Dentro de los retratos expuestos al público sobresale el óleo de la Mestiza desnuda, al cual también se le apoda La China o La Venus amarilla, que no es sino un homenaje a Gauguin, con una mulata tumbada rodeada de exóticos arabescos que realzan el decorativismo de la obra. Y entre sus amigos destaca el expresivo semblante del periodista Luis Bello y el busto del escultor Paco Durrio. Este mismo año fue invitado en el Salón de los Amigos del Arte a dar una conferencia acerca del desarrollo del arte occidental desde el siglo XIX hasta los comienzos del nuevo siglo, ofreciendo una visión no demasiado optimista ante el porvenir del arte contemporáneo.


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El escritor donostiarra, Jose María Salaverría, le organizó su última exposición individual en la Galería Witcomb de Buenos Aires en 1927. En su catálogo se insertan textos de Valle-Inclán, Juan Espina, Juan de la Encina y del propio José María Salaverría, aunque el público argentino ya había tenido la oportunidad de conocer su obra a través de un extenso artículo escrito por el periodista Luis Araquistáin. Al año siguiente se conmemoró el centenario de la muerte de Francisco de Goya, con la inauguración de una exposición antológica en el Museo del Prado. Echevarría, estudioso y admirador de la obra del genio aragonés, fue invitado por la Residencia de Estudiantes para ofrecer una conferencia sobre su pintura bajo el título “En torno a Goya”. En estos mismos días se publicaron dos extensos artículos en el periódico, El Sol, titulados “El Españolismo de Goya”. En sus últimos años vuelve a las tierras rojizas de Pampliega y Palencia, en donde realizó fundamentalmente composiciones de grupo de gitanas. De manera deliberada concedió una sensación de abocetamiento a sus figuras, utilizando un colorido cada vez más luminoso y suave. Allí también pintó su serie conocida de gitanas rusas, familias nómadas provenientes del norte de Europa.


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Por otra parte, la permanencia en el exilio de su amigo el escritor Miguel de Unamuno en la localidad fronteriza de Hendaya, le hizo transcurrir una larga temporada en la finca de su cuñado, Rafael Picavea, en el pueblecito guipuzcoano de Oyarzun. Su deseo de retratarle le llevó casi a diario a un hotel cercano al hotel Broca en esta ciudad vasco-francesa, a una habitación convertida en su estudio con el fin de llevar al lienzo uno de sus últimos retratos, que no es otro que el emblemático lienzo de grandes dimensiones titulado Unamuno con una cuartilla en la mano. El literato le dedicó un poema en su Cancionero fechado el 19 de noviembre de 1929 al que puso por título: “A Juan de Echevarría (mi pintor)”. Su prolongada estancia en tierra vasca le llevó a pintar distintos paisajes de Guetary, Hendaya, etc., con una visión más esquemática y detallista, al igual que lo hizo desde su propia casa de Madrid, describiendo la panorámica urbana a través de determinadas vistas de la plaza de Castelar o de la misma Castellana. El regreso del exilio de Unamuno (1930), fue motivo para que el pintor vasco le organizara en su casa madrileña una especial fiesta de bienvenida con la presencia de Araquistáin, Negrín, Prieto y numerosos dirigentes de la futura e inminente Segunda República española.

Con el nacimiento de la Segunda República en julio de 1931, Ignacio Zuloaga fue nombrado el primer presidente del Museo de Arte Moderno y Juan de la Encina, vicepresidente. Entre los patronos de la Junta provisional fue designado Echevarría, aunque apenas le quedó tiempo de impulsar o apoyar cualquier proyecto adquisitorio relativo al arte moderno. De igual modo, se le propuso para dirigir el Museo del Prado, lo que no llegó a concretarse. Un ataque cardíaco mientras contemplaba el final de un partido de fútbol entre el Athletic de Bilbao y el Betis, provocó en pocos días su prematuro fallecimiento el 7 de julio de 1931.


                    

A partir de 1918 estableció su residencia en Madrid e inició su conocida galería iconográfica de sus amigos literatos pertenecientes a la generación del 98. En un cuarto de la redacción de la revista España pintó a Pío Baroja, con quien mantuvo una continuada correspondencia, perdida en la Guerra Civil, y una fluida comunicación a lo largo de toda su vida. El escritor donostiarra se convirtió en su modelo más solicitado, lo que se traduce en al menos doce retratos. En sus charlas es común el intercambio de opiniones literarias, pictóricas y musicales, llegando incluso a mandarle Baroja sus novelas antes de su publicación a fin de conocer su juicio literario. Otras conocidas efigies de esta época son las de su amigo el poeta, Luis García Bilbao, promotor de la revista España; el retrato inacabado del poeta andaluz, Juan Ramón Jiménez; la del pintor Francisco Iturrino, con una cabeza grave de melancolía, o el ensimismado busto de su primo Vicente Bayo Zuricalday. De igual manera, durante su estancia en la capital madrileña asistió de manera continuada a la tertulia del Gato Negro, la cual gira en torno a la figura de José María Soltura. Entre sus contertulios, acuden numerosos intelectuales de la época, como Unamuno, Valle-Inclán, Maeztu, Ortega y Gasset, García Bilbao, etc., y constituye además, un pequeño consulado de la colonia bilbaína en la capital madrileña.

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Su pertenencia a la Asociación de Artistas Vascos desde su nacimiento en 1911, considerada como uno de los dos grupos pioneros del arte moderno español junto a Les Arts y els artistes de Barcelona, hizo que se implicase en el devenir artístico de su tiempo, tomando un papel activo dentro de la primera vanguardia del arte moderno en el marco español. Sin duda, la apertura de su propia galería por parte de la AAV en Bilbao había contribuido a la educación artística de la sociedad bilbaína, siendo invitadas con cierta periodicidad distintas figuras representativas del arte español y extranjero. Toda esta labor culminó con la inauguración en 1919 de la I Exposición Internacional de Pintura y Escultura en Bilbao, patrocinada por la Diputación de Vizcaya, en la que se congregaron buena parte de los más relevantes artistas del sector renovador nacional y destacados nombres del ámbito internacional. La muestra se dividió en dos secciones únicas: la de pintura vasca y la de pintura nacional e internacional. Entre los artistas vascos, Echevarría, que participa con sala propia, resultó el creador mejor valorado por todos los miembros del jurado, escogiéndose sus obras del El paria castellano y el busto del Serranopara formar parte del patrimonio del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Durante los días siguientes se le ofreció una cena-homenaje en el Club de la Sociedad Bilbaína, presidida por el escritor Ramiro de Maeztu, a la que se adhirieron conocidas personalidades del ámbito cultural español.

Echevarría, Juan de: Puente de Ondárroa


Sin embargo, hubo que esperar a febrero de 1923 para que se llevase a cabo su más importante exposición individual en el Salón de los Amigos del Arte madrileño, con la peculiaridad de que el catálogo se encuentra introducido con una glosa literaria del escritor gallego Ramón del Valle-Inclán. La muestra hizo un largo recorrido a través de sus distintas etapas —parisina, granadina, abulense—, pero lo más novedoso y sobresaliente se refiere a los retratos de sus amigos los escritores noventaiochistas y a sus extraordinarias naturalezas muertas. Entre los cuadros sobresalen el de Valle-Inclán con poncho, el cual parece evocar a uno de sus propios personajes salido de su novela Tirano Banderas, así como delante de las murallas de Ávila le pinta a Azorín oteando el horizonte con un libro en la mano o paseando cabizbajo a su amigo el escritor alavés Ramiro de Maeztu. Dentro de esta serie de retratos de intelectuales se hace visible su interés por el retrato psicológico. Echevarría, que en cierta ocasión había manifestado que lo que más le apasionaba de su arte era el retrato, con esta serie de retratos hace patente su línea expresionista en consonancia con sus señas de identidad. Su idea de no desenraizarse de la mejor tradición pictórica española le lleva a evitar caer de manera plena en la situación uniformadora en que se desenvuelve en esos días la vanguardia internacional. Sin embargo, Echevarría, a pesar de que sea seguramente el retratista más completo de la generación del 98, no es propiamente un pintor del 98, pues su estilo pictórico es excesivamente audaz para la línea tradicional en materia artística preferida por los noventaiochistas. Como colofón a esta exposición se le dedicó una cena-homenaje en el restaurante Fornos madrileño, presidida por el escritor Enrique Díaz Canedo, y con la asistencia de lo más significativo de la vida intelectual española. En junio de este mismo año, dicha exposición se trasladó a la Sociedad Filarmónica de Bilbao, tras ser solicitada por la Junta de Cultura Vasca.


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A raíz de esta cena-homenaje, uno de sus comensales, el pintor Gabriel García Maroto, le propuso al crítico de arte, Juan de la Encina, la necesidad de una convocatoria expositiva de arte moderno. Tras consecutivas reuniones, en 1925 tuvo lugar el acontecimiento artístico con mayor trascendencia para el afianzamiento del arte español contemporáneo. Todas las ramas de la cultura española se unieron a fin de conformar la Sociedad de los Artistas Ibéricos, de la cual Echevarría formó parte de su organización, siendo uno de los firmantes de su Manifiesto. En el mes de mayo se inauguró el Salón de los Artistas Ibéricos en el Retiro madrileño, donde Echevarría, en plena madurez, expuso siete lienzos junto al pintor andaluz Cristóbal Ruiz, considerándosele como un adelantado o precursor de las tendencias más jóvenes. La muestra con un amplio abanico de artistas posee un carácter eminentemente plural, a pesar de lo cual posteriores divergencias dan al traste con su continuidad, no volviendo a tener vigencia hasta el año 1931.

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A finales de 1926 tuvo lugar su última exhibición individual en España en el Salón madrileño de los Amigos del Arte, donde abundan los floreros y las naturalezas muertas. La elegancia en la interrelación de los elementos y el exquisito colorido dispuesto, sitúan sus naturalezas muertas, a decir del conocido crítico de arte de su época, Juan de la Encina, como de lo mejor de la pintura española en su tiempo. Dentro de los retratos expuestos al público sobresale el óleo de la Mestiza desnuda, al cual también se le apoda La China o La Venus amarilla, que no es sino un homenaje a Gauguin, con una mulata tumbada rodeada de exóticos arabescos que realzan el decorativismo de la obra. Y entre sus amigos destaca el expresivo semblante del periodista Luis Bello y el busto del escultor Paco Durrio. Este mismo año fue invitado en el Salón de los Amigos del Arte a dar una conferencia acerca del desarrollo del arte occidental desde el siglo XIX hasta los comienzos del nuevo siglo, ofreciendo una visión no demasiado optimista ante el porvenir del arte contemporáneo.

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El escritor donostiarra, Jose María Salaverría, le organizó su última exposición individual en la Galería Witcomb de Buenos Aires en 1927. En su catálogo se insertan textos de Valle-Inclán, Juan Espina, Juan de la Encina y del propio José María Salaverría, aunque el público argentino ya había tenido la oportunidad de conocer su obra a través de un extenso artículo escrito por el periodista Luis Araquistáin. Al año siguiente se conmemoró el centenario de la muerte de Francisco de Goya, con la inauguración de una exposición antológica en el Museo del Prado. Echevarría, estudioso y admirador de la obra del genio aragonés, fue invitado por la Residencia de Estudiantes para ofrecer una conferencia sobre su pintura bajo el título “En torno a Goya”. En estos mismos días se publicaron dos extensos artículos en el periódico, El Sol, titulados “El Españolismo de Goya”. En sus últimos años vuelve a las tierras rojizas de Pampliega y Palencia, en donde realizó fundamentalmente composiciones de grupo de gitanas. De manera deliberada concedió una sensación de abocetamiento a sus figuras, utilizando un colorido cada vez más luminoso y suave. Allí también pintó su serie conocida de gitanas rusas, familias nómadas provenientes del norte de Europa.


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Por otra parte, la permanencia en el exilio de su amigo el escritor Miguel de Unamuno en la localidad fronteriza de Hendaya, le hizo transcurrir una larga temporada en la finca de su cuñado, Rafael Picavea, en el pueblecito guipuzcoano de Oyarzun. Su deseo de retratarle le llevó casi a diario a un hotel cercano al hotel Broca en esta ciudad vasco-francesa, a una habitación convertida en su estudio con el fin de llevar al lienzo uno de sus últimos retratos, que no es otro que el emblemático lienzo de grandes dimensiones titulado Unamuno con una cuartilla en la mano. El literato le dedicó un poema en su Cancionero fechado el 19 de noviembre de 1929 al que puso por título: “A Juan de Echevarría (mi pintor)”. Su prolongada estancia en tierra vasca le llevó a pintar distintos paisajes de Guetary, Hendaya, etc., con una visión más esquemática y detallista, al igual que lo hizo desde su propia casa de Madrid, describiendo la panorámica urbana a través de determinadas vistas de la plaza de Castelar o de la misma Castellana. El regreso del exilio de Unamuno (1930), fue motivo para que el pintor vasco le organizara en su casa madrileña una especial fiesta de bienvenida con la presencia de Araquistáin, Negrín, Prieto y numerosos dirigentes de la futura e inminente Segunda República española.

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Con el nacimiento de la Segunda República en julio de 1931, Ignacio Zuloaga fue nombrado el primer presidente del Museo de Arte Moderno y Juan de la Encina, vicepresidente. Entre los patronos de la Junta provisional fue designado Echevarría, aunque apenas le quedó tiempo de impulsar o apoyar cualquier proyecto adquisitorio relativo al arte moderno. De igual modo, se le propuso para dirigir el Museo del Prado, lo que no llegó a concretarse. Un ataque cardíaco mientras contemplaba el final de un partido de fútbol entre el Athletic de Bilbao y el Betis, provocó en pocos días su prematuro fallecimiento el 7 de julio de 1931.

Verónica Mendieta Echevarría

Fuente

http://dbe.rah.es

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