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martes, 4 de agosto de 2020

Arte. ¿Arte? la relativización cultural. La manipulación cultural


Arte. ¿Arte? la relativización cultural. La manipulación cultural

Por Mercedes Susana Giuffre


"Todo lo que sabes está mal, el negro es blanco, arriba está abajo y corto es largo, y todo lo que pensaste que era tan importante no importa.
Todo lo que sabes está mal
Solo olvida las palabras y canta
Todo lo que necesitas entender es
Todo lo que sabes está mal ".
"Weird Al" Yankovic (Yankovic 1994, artista pop)

Tomas Gresham (1519-1579),  hace muchos siglos,  formuló un principio de la economía,  muy simple y básico: “La Moneda mala desplaza a la buena .” La moneda sobrevalorada artificialmente tiende a sacar de la circulación a la moneda degradada.

Don Gresham, claro, lo aplicaba exclusivamente a las políticas monetarias internas de un país, pero ¿porqué no aplicarlo a la situación actual del arte?

Estamos asistiendo hace unos años a una relativización general de los valores culturales, en diversas disciplinas, donde la mediocridad  y la falta de capacitación o estudio, reemplazan y desplazan a sus opuestos.

En el campo de las artes plásticas la irrupción de una falsa apertura de oportunidades, ha dado lugar a la aparición en galerías y aún museos, de una serie de advenedizos, carentes de formación académica o capacitación alguna, que en aras de manifestar su propia creatividad, exponen en muestras individuales o colectivas, y, en el caso más sonado presentan instalaciones.

Pero, ¿qué es una instalación artística? El arte de la instalación es un movimiento moderno de fines de los 50’s,  caracterizado por obras de arte inmersivas y más grandes que la vida. Por lo general, los artistas de instalación crean estas piezas para ubicaciones específicas, lo que les permite transformar de manera experta cualquier espacio en un entorno personalizado e interactivo.

ES INMERSIVA

Porque un atributo clave del arte de instalación es su capacidad de interactuar físicamente con los espectadores. Si bien todos los medios artísticos tienen la capacidad de involucrar a las personas, la mayoría no los sumerge por completo en experiencias interactivas. Además de facilitar los diálogos entre observadores y obras de arte, esta característica única invita a las personas a ver el arte desde perspectivas nuevas y diferentes, ¡literalmente!

Al igual que muchos  géneros modernos y  contemporáneos,  la forma del arte de la instalación se basa en varios movimientos diferentes, a saber, Dada, conceptualismo y  performance. Obedece a un pensamiento planificado, convocante, donde no se colocan materiales al azar, sino que se insertan dentro de un proyecto.

Las instalaciones en estos casos, son maravillosas, meditadas, diseñadas cuidadosamente para provocar, conmover, desafiar, e interesar al espectador.

Pero desde hace unos años asistimos a diversas muestras donde la instalación se ha confundido con acumulación y las técnicas diversas han sido reemplazadas por placebos artísticos.

Hoy se propaga un auténtico culto del sinsentido y el feísmo, que oscila entre lo banal y lo vulgar o lo sórdido, tanto estético como moral. Y en este juego de horrores,  muchos críticos de arte temen expresar que el “rey está denudo”, e intentan convencer a través de un lenguaje rebuscado y falsamente académico, de las bondades de producciones tales como la Mierda de artista de Piero Manzoni, los animales embalsamados y sumergidos en formol de Damien Hirst, los cortes de Lucio Fontana, o caballos y niños ahorcados de Maurizio Cattelan.

Estos ejemplos, muchas veces ensalzados por críticos y mass media, pretenden implantar una sensación de inseguridad, de falta de certezas en el público espectador, que hace recaer sobre sí  esta supuesta incapacidad de apreciación artística, relativizando sus sentimientos  no pre-meditados de rechazo hacia lo feo, lo bruto, lo vulgar.

La relativización es principalmente la experiencia de amenaza e inseguridad, y resulta en confusión, duda y miedo. Esta observación aparentemente simple de hecho tiene ramificaciones poderosas.

La dinámica de esta relativización puede expresarse de esta manera: la relativización es la generación, en una confrontación con una tradición extraña; de un sentido de amenaza e inseguridad sobre los supuestos que las personas usan para dar sentido al mundo y al yo, cuestionando cosas como las definiciones, límites, categorías y conclusiones a través de las cuales han entendido el mundo y establecido su identidad; Esta inseguridad, a su vez, genera efectos secundarios como la desorientación intelectual, el desconcierto, la duda y el miedo.

En otras palabras, el público asistente está entrando en contacto con información o un punto de vista que desafía lo que una persona cree y hace que cuestione lo que ha creído sobre ese tema. En realidad se manipula a la audiencia para lograr en la gente la sensación de que le quitaron la alfombra. Debido a que la tradición sirve principalmente para dar sentido al mundo y para establecer la identidad, los efectos de la relativización de la tradición se concentran en estos reinos. Resulta en la pérdida de claridad con respecto al sentido propio del significado apropiado del mundo circundante.

Los niños poseen una capacidad innata para admirar o detectar la belleza. Es un sentimiento incuestionable que lamentablemente debido a la manipulación, se va perdiendo con el tiempo. Bajo el paraguas de “todo es arte”, o falsa inclusión, y aceptación de cualquier cosa, vale tanto el cuadro de malvones que pintó la tía Lola, como la Mona Lisa de Da Vinci. E implica el desprecio por la formación académica de maravillosos artistas que Argentina aún posee, nivelando hacia abajo, en aras de una supuesta improvisación y creatividad y apertura.

Élite y masa

 

Como bien dice Valentina Sessa, las motivaciones de estas operaciones son sustancialmente dos. La primera, influir en el mercado del arte: exaltando a falsos artistas, no sólo se evita la costosa búsqueda de artistas de verdad, sino que se crean fenómenos controlables por parte de quienes dictan el gusto, fenómenos que mueven enormes inversiones de compradores y coleccionistas. La segunda, más sutil, consiste en dirigir el gusto estético de las masas ejerciendo sobre ellas un poder: la deformación perceptiva de lo que es "bello". De hecho, a la larga, influye sobre la percepción misma de la realidad, convirtiéndose en persuasión, primero conceptual y, después, moral, plagiando la identidad y la libertad de la persona.

El efecto de la relativización cultural es una sensación generalizada de amenaza y de inseguridad. La magnitud del miedo producido por la relativización cultural es evidente, con respecto al período actual, en el título de Culture Wars de James Hunter, que describe, con precisión, la sensación de que toda la cultura está involucrada en una guerra. Los títulos de otras obras recientes hablan por sí mismos sobre el estado de ánimo que tiende a desarrollarse a raíz de la relativización: Antes de que comience el tiroteo: en busca de la democracia en las guerras culturales de Estados Unidos (Hunter 1994); Alto el fuego: en busca de cordura en las guerras culturales de Estados Unidos (Sine 1995); Risk Society (Beck 1992) y, refiriéndose a los efectos globales, Mundo fugitivo (Giddens 2000).

Todo lo expuesto no significa negar lo innovador,  lo creativo. Jackson Pollock y su fantástico arte del “dripping, chorreado”, fue un verdadero artista innovador, con técnica, objetivos y propósito, por lo tanto bienvenidos los verdaderos innovadores y creadores, y no aquellos que resguardándose en estos dos conceptos mencionados, ocultan su propia ignorancia e incapacidad.

Sería una gran pérdida para el arte, que hoy se aplicara nuestra inicial Ley de Gresham.

Los períodos de relativización cultural tienden a viciar el control social, lo que socava el consenso moral y crean el objetivo buscado: la incertidumbre y la culpa. Entonces, una vez que el consenso moral compartido se erosiona, las personas se vuelven menos dispuestas a hacer cumplir los problemas sociales sobre los que no están seguros de estar seguros. Además, se vuelven menos dispuestos a actuar como ejecutores de lo que otros pueden no considerar estándares apropiados, por lo que incluso cuando alguien está seguro, no están seguros de si otros están seguros.

¡Nuestros maravillosos y verdaderos artistas no se merecen la suerte en ventas de Van Gogh!

La clave se encuentra en no avalar la manipulación intelectualoide, que responde a objetivos crematísticos y animarse a decir, al fin, que “el rey está desnudo”, o sea, “esto es un bodrio”.

Aclaración: los conceptos vertidos de quienes opinan son absoluta responsabilidad del firmante.

Fuente

https://elmarplatense.com


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