CaixaForum Madrid repasa una selección de sus proyectos como arquitecto y diseñador
La colaboración entre la Fundación ”la Caixa” y el Centre Pompidou viene siendo estrecha desde hace décadas y en 2019 se anunció que ambas instituciones pondrían conjuntamente en marcha en los centros CaixaForum media docena de exposiciones; la primera fue “Cámara y ciudad“, sobre la relación entre fotografía y medio urbano, y la segunda, “El universo de Jean Prouvé”, acaba de recalar en Madrid en un momento que Elisa Durán, directora adjunta de esa Fundación, considera como más que oportuno: proliferan las utopías negativas que sitúan a nuestras sociedades en callejones oscuros; la pandemia parece no dejar demasiada razón para el optimismo y, en un contexto de cambios profundos, se estudian las futuras relaciones entre las personas y su trabajo, la naturaleza o el desarrollo económico. En este contexto, la producción del francés, herrero primero y constructor metalúrgico, arquitecto y diseñador después, puede aportar cierta luz si nuestros pasos se encaminan a incidir en la utilidad social de arquitecturas y objetos, en el provecho colectivo más que en el personal.
Buena parte de su carrera la dedicó este creador parisino, que nació con el siglo XX y falleció en 1984, a la fabricación de muebles y fueron frecuentes sus colaboraciones con arquitectos fundamentales, como Robert Mallet-Stevens y Le Corbusier, en edificios que serían prefabricados, basados en una construcción industrializada y en la producción en serie, para que pudiera acceder a ellos el mayor número de personas, porque Prouvé siempre consideró que las disciplinas de la arquitectura y el diseño habían de ponerse al servicio de la comunidad y de sus cambiantes necesidades. Su concepción del progreso iba mucho más allá de lo vanguardista: había de favorecer la superación de las desigualdades y propiciar la mejora de la vida en común; por eso, sus proyectos querían ser respuestas a problemas compartidos.
Inició su carrera en los años veinte, trabajando con estructuras carentes de pretensión y baratas, susceptibles de ser empleadas en construcciones muy diversas; diseñó muebles tan gráciles como sencillos y económicos y supo conjugar la versatilidad y la belleza; seguramente por su vocación social, además, también trabajó en proyectos de vocación pedagógica o ensayística. Ideó desde aeroclubes y estaciones de servicio a mesas de parvulario y casas desmontables.
Si hubiera que definir a Prouvé y a su legado con una sola palabra, esa sería industrial: creyó en la aplicación de la industrialización a la construcción, dado que viviendas y edificios públicos habían de responder, entendía, a un tiempo marcado por los automóviles, los aviones y el trabajo masivo en las fábricas (el contó con una propia, que buscó hacer crecer).
Sus obras forman parte de la colección del Pompidou desde que, en 1992, este museo contó con sección propia de arquitectura y diseño y, por cierto, el propio Prouvé contribuyó a que fueran Renzo Piano y Richard Rogers quienes idearan su sede al presidir el jurado del concurso internacional que los eligió (y acompañarlos en el reto de llevarlo a cabo).
Son más de doscientas las piezas de los fondos del centro parisino, donadas en la mayoría de los casos por su familia, las que forman parte de “El universo de Jean Prouvé”, entre maquetas, planos, fotografías, dibujos, mobiliario y documentos seleccionados por los comisarios Olivier Cinqualbre y Marjorie Occelli.
Formado en el taller de su padre, pintor, escultor y grabador, aprendió el oficio de la forja (justamente un retrato de su progenitor en la muestra lo presenta martillo en mano) y abrió, en 1924, un taller de herrería y cerrajería en Nancy.
Su primera colaboración relevante con un arquitecto la hizo con el mencionado Mallet-Stevens: trabajaron mano a mano en cabinas de ascensor, balaustradas y barandillas a las que imprimieron una estética moderna. Ese afán de no anclarse en convenciones explica su temprana asociación a la Union des Artistes Modernes y quedó claro en la participación de este colectivo en la Exposición Internacional de las Artes y Técnicas Aplicadas a la Vida Moderna que tuvo lugar en París en 1937. Para su pabellón elaboró una escalera con zanca central, muebles junto a Jacques Andre y una caseta de baños al lado de Le Corbusier, Pierre Jeanneret y Charlotte Perriand.
En los convulsos treinta, encaminaría el creador a su empresa, Ateliers Jean Prouvé, hacia procesos industrializados en serie y también hacia la construcción de estructuras completas más allá del diseño de sus elementos: En 1934-1935 imaginé otra forma de hacer arquitectura; es decir, otra forma de utilizar los materiales […]. Imaginé edificios con una estructura, de igual modo que el ser humano tiene un esqueleto, a la que había que añadir el complemento; y el complemento lógico para un esqueleto —ya fuera de acero, de hormigón o de madera— consistía en envolverlo en una fachada, una que fuera ligera puesto que la estructura se sostiene por sí sola.
Empleó estructuras completamente metálicas y de vidrio en el aeroclub Roland Garros y, en las fachadas de la Casa del Pueblo y el mercado cubierto de Clichy, se sirvió de paneles metálicos con caras tensadas y abombadas. El dinamismo está en el interior: en el primer piso del mercado, la sala polivalente presenta un techo que se abre, tabiques que se pliegan o suelos que se mueven.
Hablando ya de mobiliario, la gran aportación de Prouvé fue aunar enorme resistencia y materiales económicos que muy frecuentemente también eran plegables, como la chapa de metal. Entre sus muebles más recordados, presentes asimismo en CaixaForum, podemos citar la silla Standard, con madera y metal, que perfeccionaría a lo largo de quince años hasta convertirla en la silla Cafétéria. Después llegarían la silla Dactylo núm. 304 (1950), la Mesa Centrale (1951), la silla de parvulario y el pupitre biplaza (1951), la Mesa Compás (1953) y la silla de reposo Anthony (1955).
Hay que subrayar que, durante la II Guerra Mundial, hizo tándem con Le Corbusier y Jeanneret para levantar pabellones desmontables para obreros de la Société Centrale des Alliages Légers y que, también durante la contienda, colaboró con la Resistencia y se le nombró alcalde de Nancy. Las viviendas que diseñó en la posguerra fueron prefabricadas, de calidad y vanguardistas; muchas de ellas salidas de Maxéville; destacan la Casa Tropique (1949), la Casa Métropole (1950) y la Casa Coque (1951), esta última derivada del ensamblaje de paneles de cubierta curvos con sus soportes metálicos; por supuesto, Prouvé las proyectaba junto a su mobiliario correspondiente. Él mismo se encargó de su propia casa familiar en Nancy, igualmente ligera y asequible, y del Pabellón del Centenario del Aluminio (1954) que se instalaría en Orsay, por completo desmontable y uno de sus trabajos más celebrados.
Cuando el abate Pierre planteó, en ese mismo año 54, cómo alojar a los sintecho que mueren de frío, su respuesta fue la Casa Les Jours Meilleurs, apartamento de dos dormitorios que no alcanzó la homologación técnica, por eso solo se fabricaron de él cinco unidades; en esa época también diseñó casas para los prospectores de petróleo en el desierto (Casa Sahara, 1958) y participó en la construcción de la Freie Universität de Berlín (1963-1971).
A la última etapa de su carrera se la viene llamando Les Blancs-Manteaux, por ser ese el nombre de la calle donde instaló su último taller, en el convulso 1968. Junto a ingenieros continuó trabajando en elementos para la construcción, diseñó estaciones de servicio y gasolineras circulares para la empresa Total y los muros cortinas de las fachadas de la sede del Comité Central del Partido Comunista Francés, obra de Niemeyer.
“El universo de Jean Prouvé. Arquitectura / Industria / Mobiliario”
Paseo del Prado, 36
Madrid
Del 4 de marzo al 13 de junio de 2021
Fuente
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