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sábado, 24 de abril de 2021

Revolución en el mundo del arte




 En 1917 el irreverente y prolífico Marcel Duchamp quiso incluir un orinal en una muestra organizada por la Sociedad de Artistas Independientes en Nueva York. En 1928 las autoridades aduaneras de los Estados Unidos negaron al escultor Constantin Brancusi la exención fiscal aplicable a las obras de arte que ingresaban a ese país con el argumento de que una de sus esculturas caía dentro de la clasificación de “utensilios de cocina”. Este último caso dio lugar a un interesante pleito en el que los jueces se vieron en figurillas para definir qué debía entenderse por arte. El debate, más allá de la solución dada a aquel caso, nunca se cerrará del todo. Las controversias al respecto presentan numerosas aristas. Podrán centrarse en la existencia o no de algo así como “el buen gusto”; o el papel que le cabe a la belleza… La violencia gráfica, la política o el valor testimonial (o sus respectivas ausencias) juegan también en la importancia relativa del fenómeno creativo frente al acto de apreciación del objeto de arte o la relación de este con el mundo exterior. Estas disputas, sobre las cuales gira la filosofía del arte, se agitan estos días cuando los medios informan acerca de los altísimos precios alcanzados por obras de arte digital en algunas subastas recientes.



                                                                  Constantin Brancusi

Un análisis inicial exige distinguir entre dos cuestiones: los nuevos medios técnicos que permiten la creación artística individual o colectiva a través de la combinación de datos electrónicos o píxeles sobre un soporte virtual, por un lado, y los mecanismos mediante los cuales esas creaciones ingresan y circulan en el mercado, por el otro.

La primera de esas dos cuestiones implica considerar la naturaleza y las consecuencias de nuevos procesos que usan datos electrónicos virtuales para concebir y crear obras de arte, en actos únicos o sucesivos.

El análisis de la segunda cuestión puede o no estar referido necesariamente al tráfico de obras de arte virtuales. En efecto, la utilización del blockchain para “encerrar” datos encriptados en cadenas de bloques inviolables puede ser usada tanto para almacenar la información que compone una obra de arte de este tipo como así también para imágenes de video o sonidos musicales. El goce de esa obra de arte “incorporada” a uno de aquellos bloques ha pasado a ser atributo de una pantalla de computadora. Ya no son necesarios clavos, paredes o una iluminación especial. El mercado ha hecho el resto y los precios de esas obras virtuales no han cesado de subir. Más aún: se los fija en criptomonedas, lo que hace que la desmaterialización del mercado sea aún mayor. También han desaparecido los permisos de exportación y los derechos de aduana.

Queda por ver si la atracción desatada por esas obras virtuales se extenderá en el tiempo o, en cualquier momento, estallará como una pompa de jabón en el mundo real.

El arte ha ignorado fronteras; mientras que ciertas prácticas, cada vez más cerradas, continúan creándolas.

Fuente

https://www.lanacion.com.ar


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