La obra de Wifredo Lam (1902-1982) es recreación poderosa y esencial del legado africano en nuestra cultura.
La cultura cubana es cultura de confluencias. La raíz africana se manifiesta en todas las expresiones de nuestro arte.
No se puede hablar de cultura en Cuba obviando el componente de origen africano. No se puede hablar de arte cubano, en sentido general e incluso, en los más particulares sentidos, obviando las tradiciones, las raíces, los componentes disímiles de ese acervo riquísimo que nos llegó de África.
A veces es muy evidente: obras que recrean una visualidad característica, que tributan homenajes a deidades y religiones provenientes del continente africano, que aquí, en la isla, alcanzaron su definición.
A veces se parte de elementos externos: el color de la piel, la singular fisonomía del negro, estilizada, asumida como símbolo y metáfora. A veces el discurso es más sutil, con implicaciones menos directas. Pero siempre es posible rastrear una huella.
La razón es sencilla, y al mismo tiempo, compleja: la identidad no es un cuerpo concreto, que se pueda seccionar: aquí lo blanco, lo que llegó de Europa; acá lo negro, lo africano; al otro lado, y como resultado del encuentro y la mezcla, el mestizaje…
No, lo mestizo es una nueva cultura, la nuestra, y lo integra todo: ese ajiaco maravilloso del que habló Fernando Ortiz.
La galería de artistas que ha recreado ese legado es impresionante. Desde los albores mismos de la nacionalidad. Claro, en un principio influyeron mucho las circunstancias políticas, sociales, estructurales de una época, que devienen circunstancias culturales.
Los negros no llegaron a Cuba por su gusto, llegaron aquí como esclavos, víctimas de la apetencia de sus señores. Fue una cultura arrancada, que echó raíces en nuevas tierras, en ámbitos adversos.
Por tanto, en buena medida es una cultura de resistencia, que acunó gérmenes de rebeldía.
Por otro lado, la visión de los que los trajeron, por mucho tiempo, estuvo marcada por el desprecio, el prejuicio, el racismo en sus expresiones más criminales y también las más leves, racismo en fin.
No en vano, algunos de los grabados decimonónicos constituyen burlas más o menos diáfanas hacia lo negro.
Pero ese componente africano es sólido. Y las vanguardias del siglo XX lo consolidaron en nuestras artes visuales. No siempre sin obstáculos, muchas veces desde los márgenes, pero con sólidas concreciones estéticas.
Esa tradición está viva, gracias en buena medida a sus referentes, y al interés siempre renovado por ese riquísimo patrimonio.
El asunto de su banalización es inevitable. Hay expresiones de calidad y otras pobres, hasta paupérrimas. Y en eso influye también la educación, el buen gusto del público. Pero está claro: ahora mismo, en nuestras galerías, en las colecciones de nuestras instituciones, hay obras de sólidos presupuestos, con altísimas cotas estéticas, obras que incluso, han trascendido nuestras fronteras.
Nuestra deuda cultural con África es permanente.
Escrito por Yuris Nórido/ CubaSí
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