“Si el mundo fuera claro, el arte no existiría”. –Albert Camus.
El arte funciona como una máquina del tiempo, de su mano viajamos y nos adentramos al contexto del autor, al mundo en el que la obra fue creada. Detrás de cada obra, por más efímera o banal que parezca, se oculta la vida de alguien, la ideología que permeaba al autor, la realidad que lo empapaba. El arte es un espejo, nuestro espejo, el que nos explica quiénes fuimos, qué creíamos y en qué pensábamos. Es el alma del paso del tiempo plasmada sobre un lienzo.
Un ejemplo perfecto de esto sería el consentido de la historia del arte, el terco y obstinado (porque para ser artista, dicen, hay que contar con una buena dosis de insolencia), Miguel Ángel Buonarrotti, con su Juicio Final de la Capilla Sixtina.
Cuando entré a la Capilla Sixtina se me dificultó ver muchos de los detalles que tanto había estudiado. Recuerdo que delante de mí se acumulaban montones de personas sosteniendo el teléfono sobre la cabeza. Levanté la vista, fue lo mejor que pude haber hecho, y ahí estaba La creación de Adán. Se me formó un nudo en la garganta y los ojos se me llenaron de lágrimas. No sé cuánto tiempo después me digné a mirar al frente. Lo que sí sé es que estacioné los ojos sobreEl Juicio Final. Olvidé a la gente, olvidé el ruido y a los guardias repitiendo una y otra vez que no se podían tomar fotografías. Olvidé todo y me perdí en el caos tan precioso que había creado Miguel Ángel. Perdí también el paso del tiempo.
Cuentan muchos críticos que esta obra fue un parteaguas en la historia del arte universal. Estoy de acuerdo. El Juicio Final es la decoración de la pared delantera de la capilla, el altar. Deja a todos los que cruzan el umbral de la puerta boquiabiertos. Y no en vano. El artista recreó, de manera extraordinaria, la venida al fin de los tiempos de Cristo. Cuando se supone juzgará a todos sobre la Tierra, llevará a los justos con él y a los injustos los condenará al fuego eterno.
Para entender la manera en la que Miguel Ángel revolucionó el mundo del arte es necesario situarnos en la época en la que fue creada, entre 1536 y 1541, el siglo XVI en Roma, Italia.
Justamente un siglo antes, comienza el Renacimiento que tiene su auge en la península Itálica. Este movimiento artístico retoma los valores de la época clásica: la belleza, la perspectiva, el equilibrio, una búsqueda incansable por conseguir la perfección, así como temas mitológicos y la filosofía. Viene adherido a esta corriente el humanismo que retoma la visión grecolatina del ser humano, el antropocentrismo o la idea de que el hombre posee un valor superior. Se restaura la fe en el ser humano. Éste ahora es capaz de controlar su propio destino, tomar sus propias decisiones y actuar acorde a su razón.
El arte del siglo XV muestra esa perene búsqueda del equilibrio y la perfección. Nos encontramos con cuerpos ligeros, tranquilos, serenos. Cuadros perfectamente proporcionados y seres exquisitos. La primavera de Botticelli es un claro ejemplo.
La Primavera de Botticelli.
El Juicio Final rompe ese orden instituido por el Renacimiento. Deshace por completo la idea del hombre sin defectos. ¿Por qué? ¿Qué ocasionó que esa armonía se vea remplazada por el caos y la desesperación?
En 1517, Martín Lutero publicó su Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias, también conocido como Las 95 tesis. Este texto denunciaba muchas de las injusticias llevadas a cabo por la Iglesia: su enorme riqueza, los privilegios de los que gozaba, el comercio de la indulgencia y el nepotismo. La institución divina sufría de una decadencia moral sin precedentes, guiada siempre por intereses políticos y económicos. Lo sagrado se había convertido en mundano.
No pasó mucho para que estas escrituras se transformaran en un fenómeno. La Iglesia se encontraba frente a una de las amenazas más fuertes de su historia. Consiguientemente, en el Concilio de Trento, llevado a cabo por el Papa Paolo III, con la idea de purificar la Iglesia dentro y fuera, se estableció la inquisición. Desaparecieron libros en las universidades, intentando así erradicar el sentido crítico que caracterizaba la época. Un número bastante elevado de intelectuales y de sacerdotes escaparon del país mientras muchos otros fueron llamados herejes, para después ser condenados, torturados y asesinados. El miedo reinó. Y el miedo es experto en nublar la razón. El deseo a sobrevivir es mucho más fuerte que cualquier otro instinto humano.
Por otro lado, el 6 de mayo de 1527, tropas alemanas y españolas atacaron las murallas que cubrían la ciudad eterna, dando comienzo al famoso Saco de Roma. Más de mil defensores fueron ejecutados y las iglesias y los monasterios saqueados. En fin, la ciudad terminó en condiciones lastimosas.
Después de un siglo caracterizado por la claridad y la fuerza intelectual del ser humano, el pueblo italiano se vio hundido en el desasosiego.
Miguel Ángel retrata de manera descarada la situación de la época. Es él quien introduce la palabra caos al diccionario del arte. La obra es una brillante trasposición de las dudas, los tormentos y la crisis de la cristiandad y la sociedad romana sobre un muro.
Se puede dividir, horizontalmente, en tres partes principales. En la superior se observan a los ángeles cargando los instrumentos utilizados durante la pasión de cristo. Al centro está Jesús con la Virgen y aquellos que han logrado alcanzar la salvación. Y al final, en la parte inferior podemos observar a aquellos que suben al Cielo y a los condenados que caen para ser abrazados por el calor del Infierno.
Cristo es el personaje principal de la obra, lo sabemos por la posición en la que se encuentra y por su determinación aterradora al separar a los buenos de los malos.
Rodeando a María y a Jesús hay varios santos, todos inquietos o asustados. Los ángeles debajo del grupo central representan el episodio del Apocalipsis que explica que habrá siete ángeles, cada uno con una trompeta y otros dos: uno sosteniendo el libro de la vida y el otro el de la muerte.
Del lado inferior izquierdo se encuentran los que ascienden al cielo ayudados por los ángeles, los salvados. Del lado derecho están los condenados jalados al fuego eterno por demonios escondidos en cuevas. En esta parte del freso se encuentra Minos, que según se cuenta tiene el rostro de uno de los sacerdotes que criticó la pintura.
El ser humano que plasma Miguel Ángel ya no es el del Renacimiento. Es alguien con una naturaleza imperfecta y dudosa, capaz de arrastrarse a sí mismo a las llamas del Infierno.
Todos, sin importar si son santos o no, cuentan con características que van desde posiciones incómodas y rígidas, cuerpos abultados, tensos e hinchados. Expresiones perdidas, desconfiadas. Estos elementos son un reflejo de lo que puede llegar a ser la sociedad cuando el miedo impera.
Y es así cómo una obra de arte oculta un mundo entero. Personas que vivieron bajo circunstancias de las que poco sabemos, situaciones, ideologías, doctrinas, sentimientos colectivos o individuales. El arte es una especie de túnel capaz de transportarnos a otros mundos, otras tierras, otros tiempos. Sólo hay que aprender a mirar un poco más de cerca.
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