Txomin Badiola no es un artista al uso por muchas razones, entre otras porque, tras más de tres décadas de trayectoria, asegura crear desde una “identidad fragmentada”, trabajando en colaboración y no partiendo de un “yo absoluto”, y la antología que desde hoy le dedica el Museo Reina Sofía en el Palacio de Velázquez del Parque del Retiro tampoco es una retrospectiva en el sentido tradicional.
Joâo Fernandes, subdirector del MNCARS, es su comisario en la sombra, pero quienes han seleccionado los trabajos expuestos en la muestra, titulada “Otro Family Plot”, han sido artistas cercanos a Badiola que han expuesto las razones de sus elecciones, a razón de diez cada uno, en la publicación que acompaña al proyecto. Se trata de Ana Laura Aláez, Ángel Bados, Jon Mikel Euba, Asier Mendizábal, Itziar Okáriz y Sergio Prego.
A partir de sus propuestas, y del diálogo con ellos y con Fernandes, Badiola ha concebido esta exposición como si, en su conjunto, fuera un dispositivo unitario, un planteamiento que, como ha explicado Borja-Villel, se sitúa a medio camino entre los desarrollados en sus anteriores muestras en el MACBA y en el MUSAC. Si en la de Barcelona podíamos entender la propia muestra como obra de arte única y en la de León se resaltaban sus procesos de trabajo, en “Otro Family Plot”, que es la primera exhibición institucional de Badiola en Madrid, se ha decidido combinar esos puntos de partida y prestar atención a los intersticios, a los aspectos menos abordados de la producción del escultor.
La antología lleva gestándose cuatro años y se estructura en ambientes que se interrelacionan entre sí (nunca abandona el artista la idea del diálogo como procedimiento base de trabajo) y que se dedican a algunos de los asuntos que con mayor frecuencia ha tratado: la relación entre lo familiar y lo siniestro y entre la persona y el objeto, la alteridad, las posibilidades expresivas del cuerpo…
Al contar con otros artistas a la hora de plantear el proyecto, buscó Badiola, no solo desmontar el sentido tradicional de retrospectiva, sino también subrayar, como lo hace así mismo en su obra, su experiencia de los otros “como alguien que te devuelve lo que intuyes en una versión más completa”, como “otros en los que descentrarse”. Txomin forma parte, en Bilbao, de una comunidad de artistas surgida de forma natural en torno a Arteleku en los noventa: comparten trabajo, no necesariamente amistad, ni intereses ni ideología; cada uno se implica en sus propias creaciones y en las del resto. Y esas maneras de trabajar se han exportado a “Otro Family Plot”. El director del Reina Sofía ha valorado precisamente a Badiola, además de por su obra, como catalizador de las inquietudes de una generación de artistas contemporáneos a él y también más jóvenes.
Aunque en sus esculturas sea fácil encontrar alusiones claras al Constructivismo o el Suprematismo, a Malevich, Godard, Pasolini, y sobre todo a Oteiza (a ambos les interesa llamar la atención sobre el espacio, sea a través del vacío o de la acumulación), ha explicado hoy el artista que espectadores y críticos tienden a incorporar las obras acabadas a sistemas de lectura que las vinculan a referencias demasiado grandes, pero que en la intimidad del estudio él trabaja en base a decisiones “más pequeñas”, resolviendo problemas muy concretos, que suelen pasar inadvertidos en la contemplación del trabajo finalizado salvo, quizá, para los propios artistas.
Sus piezas no pueden ser objeto de interpretaciones claras y nítidas, porque él mismo no trabaja buscando transmitir mensajes definidos
No hay en la producción de Badiola, pretensiones, pero tampoco se da en ningún caso la aceptación sin más de convenciones en lo artístico, lo social y lo familiar. Fernandes ha incidido en la presentación de esta muestra en que las obras del vasco son siempreexpresión de un conflicto en relación con formas, materiales, significados, referencias, y también en lo tocante a aspectos más cercanos, como la propia familia y la ciudad de Bilbao, que cuando Badiola comenzó a trabajar era imagen de la crisis surgida a raíz del fin de una etapa (la anterior sociedad industrial) y el inicio de otra (la nueva economía).
Según el comisario, el artista viene a llamarnos la atención sobre la complejidad del mundo: sus piezas no pueden ser objeto de interpretaciones claras y nítidas, porque él mismo no trabaja buscando transmitir mensajes definidos; el mundo y la vida tampoco nos los dan y ni su obra ni su procedimiento de trabajo grupal quieren separarse de ellos. Incluso los errores los asume Badiola como productividad necesaria; es su modo de traicionar las convenciones, de invitarnos a reflexionar sobre la habitual tendencia humana a reducirlo todo a lecturas sencillas, a veces imposibles.
Pese a que los sesenta proyectos que se exhiben en el Palacio de Velázquez se fechan entre los ochenta y la actualidad, es difícil hablar a partir de ellos de una evolución más o menos lineal en la carrera de Badiola: los temas aparecen y desaparecen, son sometidos a constantes reinterpretaciones y a saltos en el tiempo, a revisiones en función de un contexto social y cultural cambiante. En palabras del artista, aquí “todo es origen de todo y todo puede volver a aparecer en cualquier momento”.
Dada esa vocación no lineal de su trabajo, se entendió que el Palacio de Velázquez era el espacio idóneo para mostrarlo entre los que podía ofrecer el Reina Sofía, porque no obliga al visitante a establecer un recorrido determinado en su contemplación, sino que, como ha dicho Badiola, permite al espectador “ir a favor del espacio o en contra”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario