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domingo, 5 de febrero de 2017

Miguel Ángel hombre y artista (Primera Parte)


El maestro Francesco Santoro dictando una conferencia. (Foto cortesía)
Reflexiones sobre el arte (Primera Parte)
Francesco Santoro
Contrariamente a lo que se piensa, la responsabilidad de un artista no termina al concluirse la obra. Desde el punto de vista crítico e histórico, él es el creador de formas, elabora ideas. Es un descubridor consciente del significado espiritual que los grandes artistas del pasado nos dan cotidianamente y que a veces nos alivian el alma del peso de la materia.
Por estas razones, entre tantas, he decidido hablar de Miguel Ángel, escultor, pintor, poeta, hombre. No es solamente uno de los sumos genios creadores, sino también un artista que ha marcado de manera definitiva una cultura y la civilización de una época en sus fases finales.
Justamente por esto, nunca como hoy en día, esta figura es tan actual. Aunque trabajamos por una sociedad civil, un mundo nuevo que se realiza, esto no significa que sea un mundo de paz y dicha. Es siempre un mundo, una sociedad, una cultura en transformación que encuentra en el momento un justo equilibrio entre lo que es en realidad su imagen, su identidad. Pienso, por lo tanto, que hablar de Miguel Ángel es justo, tomando en cuenta los años terribles que han transcurrido, el siglo que concluyó caracterizado por las Grandes Guerras, desarrollado entre dictaduras y masacres que nos han dado un nuevo arte, una nueva forma de ver al mundo y a las cosas; siglo también de grandes figuras santas, tales como Juan XXIII, Gandhi, y de hombres con manos mágicas como Picasso.
Si, hablar de una época, de un hombre, de un artista que la representa y la supera gracias a su fuerza humana y a la capacidad enorme y continua de representación de lo universal para lo existencial y continuo interrogativo del ser. Paúl Gauguin tituló uno de sus cuadros, el último por cierto, “¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos?”, en cambio toda la obra de Miguel Ángel se desarrolla en función de estas preguntas y la respuesta es una, siempre clara y precisa, inconfundible, una respuesta terrible, que esculpe la piedra, que elimina lo superfluo y las escorias que esconden “una raza imaginaria, titánica y misteriosa”, porque para Miguel Ángel, el ser humano es construcción del hombre, fe en el hombre, alma que se transforma en piedra, color y forma en las pinturas de la Capilla Sixtina, dantesca imagen de la palabra en la poesía.
De esta “maldita” soledad surge la grandeza del genio de Miguel Ángel y la ejemplaridad de su enseñanza, de su presencia en el panorama controversial de la pintura, de la escultura y de la poesía contemporáneas. En esta época de crisis de la fe en lo humano, nos preguntamos cuál es la forma del hombre. El átomo de los filósofos griegos era un ente inmaterial, un invento del espíritu. El átomo de hoy en día, el de la bomba atómica, es algo que va más allá de la pura materia: pero, al mismo tiempo consiste en proponer de nuevo la pregunta formulada por Gauguin: “¿Quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos?”.
Miguel Ángel nos indica los caminos de un humanismo que tiene todas las oportunidades de desarrollar las conquistas del hombre y del artista de hoy, la dimensión del hombre en las obras de Miguel Ángel, tales como la Capilla Sixtina, el Moisés, las tumbas Mediceas, el David, es actual, vaticinador de una civilización como la nuestra, con sus aspectos positivos y negativos. Así como el espacio en la naturaleza, casi escondida detrás de la figura, encontramos nuevas dimensiones abiertas de un ciclo figurativo que se alimenta de aquel silencio en el que Dios habla a los hombres y los hombres escuchan, el momento del “Dies Irae” del omnipotente: “Señor, cómo son grande sus obras, delante de ti somos polvo y sólo soplando lejos una pequeña parte de luz tu puedes aniquilarnos y transformar nuestro mundo, nuestro hogar en lugares salvajes y extraemos en los que larvas miran con los ojos abiertos de par en par”.
Esas palabras de Sifter definen claramente la imagen del Juicio en la Capilla Sixtina, pero surge una pregunta: ya que todas las leyes naturales son milagros y creaciones de Dios ¿por cuál razón cuando hay un cambio repentino o mejor dicho una alteración, sentimos aún más la presencia de Dios y sentimos temor si lo vemos comparecer frente a nosotros? Es una pregunta que trasciende lo cotidiana tragedia del hombre.
En el renacimiento, la fe en lo humano es el momento más alto en el que la civilización de la Edad Media se libera totalmente de la magia y la fantasía de cierta simbología fuera de toda norma racional, la necesidad humanística se hace más urgente y opcional para describir un nuevo mundo de imágenes, una nueva dirección en la iconografía de un mundo nuevo que llega a su ápice con Miguel Ángel.
En los siglos anteriores, no se conoce otra realidad que no sea la que une y define las relaciones, la presencia de Dios y el hombre, cada fenómeno se analiza a través de este parámetro.
La obra de Miguel Ángel, las necesidades de su alma son el ápice de un proceso de conquista de la realidad, de la humanidad del hombre que extiende sus límites a toda la tierra. Pensemos en cómo se ha ampliado contemporáneamente al florecer del Renacimiento el conocimiento de la tierra en aquellos años, no se trata solamente de un continente nuevo más allá del Gran Océano, otros hombres, otras culturas, otras formas de vida que colocan al hombre del renacimiento frente a otros modelos, otras realidades, buscando nuevas claves para abrir las puertas de otro mundo con la certeza de que a medida del hombre es medida de la tierra, de sus formas, de sus espacios, creación de nuevos modelos cuya matriz se encuentra en el mundo clásico.
Una civilización de pinturas, de esculturas en las que la forma, el color y la medida del hombre son la imagen exacta de la fantasía, de la continuidad de una concepción en la que se revela una dimensión totalmente nueva de lo real, de lo fantástico, de lo “terrible” del arte figurativo de Miguel Ángel.
Pero en ese espacio tan nuevo y abierto Miguel Ángel vive una alternativa continua, dialéctica que evidencia su vida de hombre y artista, su búsqueda de la realidad y de lo ideal. El afirma que: “Cada cual sin saberlo pinta el mundo”, y con esto decía todo acerca de si mismo, de su arte, de la humanidad.
La mejor y más acertada definición de la personalidad con la que Miguel Ángel define la “condición humana” en contra de la cual el artista se revela con aquella ansia moral que trasciende la belleza del mundo, que es raíz y retoño de los poemas plásticos y pictóricos que nos ha dejado: El Juicio Universal. Nunca podremos permitirnos ser indiferentes al arte si no queremos quedarnos fuera de la historia. Quisiera aclarar algunos puntos fundamentales, según mi opinión, de la obra de Miguel Ángel y de su época en relación con lo que hemos vivido y lo que vivimos hoy día.
Según mi opinión, el artista, que es también y sobre todo artífice, artesano, hombre capaz en su trabajo además genial poeta de sus fantasías, de sus imágenes de mundos que crea, no puede quedarse indiferente a la vida común de los hombres. Miguel Ángel es grande cuando esculpe el Moisés, pero lo es también en el asedio de Florencia como ingeniero, arquitecto, como hijo doliente y paterno con los sobrinos y demás familiares, hombre de parte que no se doblega frente al poder, pero si a la inteligencia y a la voluntad de Julio II, Vicario de Cristo.
Así como Picasso, en el grito de Guernica, es pintor y hombre cuya conciencia ha sido herida y destrozada por los asesinatos nazis y por Franco dándonos una clara y real imagen de su alma, de su conciencia de hombre herido y martirizado en lo más profundo de su ser.
El dibujo es la base del genio de Miguel Ángel la piedra con la que ha construido día tras día su obra, en una continua creación. Latido dramático del genio que da forma o la irreal realidad de su sueño, imagen que se concreta con el dibujo.
A continuación, relata las palabras de Miguel Ángel: “La pintura que yo tanto celebro y exalto, es la que trata de imitar con la mayor exactitud posible, aunque sea una sola de las tantas cosas que Dios inmortal ha creado y a la que ha dado con tanto esmero y sabiduría, forma y color llegando hasta los animales y a las aves, perfeccionando según el mérito de cada cosa. Según mi opinión, pintura excelente y divina es justamente lo que más se acerca e imita las obras de Dios inmortal”.
Para Miguel Ángel el cuerpo humano es material casi arquitectónico; los cuerpos se mueven en los frescos y en las estatuas más allá de su causa lógica, y las líneas armoniosas de los músculos se persiguen con ley musical y no con ley Iógica representativa. Boccioni no quería solamente interpretar críticamente la ciencia, la obra creativa, el arte de Miguel Ángel, pero en esta interpretación lograba y creaba las premisas del “Dinamismo plástico” en aquella continuidad ideal y formal cuya linfa vital se encuentra en la obra y sensibilidad del artista.
La dinámica formal de las figuras de Miguel Ángel de los momentos más altos de sus ideas e intuiciones, consiste justamente en el absolutismo de su forma de pintar, una dialéctica continua con la arquitectura en la que los cuerpos encajan unidos en una totalidad expresiva vital.
La absoluta libertad compositora de los frescos de la Capilla Paolina, representa la meditación sobre los momentos esenciales de la vida religiosa y ascensión humana, la conversión y el martirio, obras cuyo destino es la expresión de “abstractas formas primordiales”. El genio de Miguel Ángel realizo así, desde el punto de vista de la forma, una ulterior conquista, una perspectiva mental de los cuerpos, de los planos, del pasaje en la composición que “prefigura” ciertas deformaciones ópticas del cine y la televisión de hoy, un cromatismo de extrema fineza, pero de monumental plasticidad, un total dominio del alma.
Con referencia a lo afirmado por Boccioni acerca de Miguel Ángel “que sabia pintar y esculpir el mundo”, es evidente que la verdadera vanguardia vive en la continuidad de una tradición no sólo formal sino también espiritual, de aquella plenitud de la forma que se conquista y origina la totalidad expresiva, en la capacidad de interpretar y renovar lo que ya ha sido creado con ardiente imaginación.
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