Piedad de Miguel Ángel.
Reflexiones sobre el arte (Segunda parte)
Francesco Santoro
Francesco Santoro
La revolución que Miguel Ángel realizó en el arte del Renacimiento y que en gran parte se debe a él, ha abierto las puertas más importantes y complejas del arte occidental, todavía no ha terminado porque tan profundos han sido los cambios realizados a través de su arte como pintor, escultor y poeta, colocando al Arte frente al hombre y a la sociedad, la imagen celeste de una fe que se configura en la imagen del hombre.
“El excelente artista no posee ningún concepto que un mármol solo en si no limite”, en estos versos de un soneto de Miguel Ángel ya que aparece el concepto de Ideal perfección que es inalcanzable para el artista y que lo hizo trabajar hasta sus últimos días en la Piedad Rondanini, es este lenguaje de Miguel Ángel, resulto siempre un lenguaje ideal, un sobrehumano testimonio de una visión profundamente diferente a lo de sus contemporáneos, diferencia es lo que se evidencia también en su relación con los “Manierista” que diferencia su manera de inventar, un proceso continuo del drama de Miguel Ángel que no es solo interior y de invención, sino también drama de la materia en la que debe definir su visión.
Cuando Miguel Ángel afirma que el “concepto de belleza” imaginada y visualizada en el corazón, es la forma mental, interior de una pintura, una escultura que afirma, como cuando afirma que: “la pintura parece más dominada a medida que se acerca al bajorrelieve, y el bajorrelieve parece menos dominada a medida que se acerca a la pintura”.
Miguel Ángel tenía conocimiento del problema de la identidad de la forma, del bosquejo y de la idea mental clara; lo “no concluido” era un problema que le ofrecía una solución concreta por cada caso. Las últimas Piedades de Miguel Ángel, la Rondanini, la de ”Santa María del Fiore”, últimas obras trabajadas por el escultor, demuestran cuánto lo “no concluido” de Miguel Ángel sea justamente el problema de la insatisfacción del artista durante el proceso de elaboración de la obra.
Es “la condición humana” que nos ata a la “Petra alpestre e dura”, de lo que inútilmente los “prisioneros” tratan de desprenderse. La condición humana, causa de la rebelión de Miguel Ángel, es la de nuestra soledad y de la muerte, de la impecable fuerza del destino a la que se opone la inmortal fuerza del alma humana, una fe desesperada, pero creadora de la humanidad ideal, aunque quedemos atados a la realidad cotidiana en la que el hombre es observado y analizado con ironía y una total falta de fe en la idea. La obra de arte se transforma entonces en simple imitación o caricatura, continua extensión de símbolos.
Símbolos sí pero no de valores reales, humanos, de fe, son transposiciones de valores como afirma el Tiesto. La búsqueda de lo absoluto, nos ha llevado a crear una realidad de las cosas: el romance de Balzac “chef d’ Oeuvre inconnu” nos demuestra cómo la realidad a veces imita la fantasía, pero yo creo en la razón, justamente porque el Miguel Ángel artista, genio titánico, nos demuestra cómo la realidad y la fantasía ideal, lo práctico, la forma perfecta y lo no concluido, son todos frutos de la mente y de la mano del hombre. Volviendo a la perfección de Miguel Ángel, llegando a la culminación de un momento el que las ambiciones de una época histórica llegan a su ápice, se revela también de manera lógica el comienzo de una “crisis” radicada en el espíritu del tiempo, crisis de una concepción del arte y del espíritu de un mundo, del humanismo renacentista.
Vasari (y también Miguel Ángel) afirma: “Sólo las obras que se realizan en Italia, son casi las únicas que podemos afirmar ser verdaderas pinturas, y es justamente por eso que llamamos Italiana la buena pintura, fenómeno éste que si se verifica en otra tierra, de esa tierra tendría el nombre. No hay cosa más noble que la buena pintura, porque eleva tanto la devoción en los espíritus nobles al igual que las dificultades de la perfección de una obra humana que superados todos los problemas, se aproxima y se une a Dios, ya que la buena pintura es una imagen de la pintura divina, una música y una melodía que sólo el intelecto puede con gran dificultad entender”.
Son palabras que expresan no sólo la identidad de un mundo y la unidad de una cultura, de un artista cuya gran sinceridad y fuerza de inspiración lo hacen único y estilísticamente irrepetible, Miguel Ángel se nos presentó así, trágico y dramático, en perenne tensión, en incansable y frecuente lucha interior con las criaturas salidas de su cincel y de su pincel, espejo del autor y de su alma. “Voy por calles que no han sido pisadas y solo”, dice de sí mismo, confesión de un sabio que desprecio al mundo, o plena conciencia de su trágica soledad humana, cuyo único diálogo posible es con los Profetas y las Sibilas de la Capilla Sixtina, con los beatos y los condenados del titánico Juicio Universal, con el Cristo Vengador.
Así afirma el poeta Miguel Ángel: “Mi alma que habla con la muerte… Noche… sombra de la muerte” su espíritu bondadoso nos aparece siempre vinculado a la sombra de la muerte y de la vida; pero vivo con los fantasmas del arte que le brindan serenidad y paz en la fe en Dios. Esta identificación del ser insatisfecho con formas tan perfectas, es justamente la sustancia de la civilización renacentista que llega o su ápice en la obra de Miguel Ángel, Es en el ámbito de una humanidad individualista que comienza a resquebrajarse el espejo de la realidad, de aquel universo natural oí que el hombre no sabe dar una respuesta.
La realidad se transforma y la obra de arte ya no es el fruto del trabajo del artista sino de una locura pasiva convirtiéndose en objeto. Las fuerzas mayores del espíritu, la vida y la muerte, el amor y el dolor, la fe y la negación del ser confunden al hombre con la nada. El ejemplo de Miguel Ángel busca en una fórmula lógica, clara y en la dialéctica continua del artista, la forma perfecta que hoy podemos admirar, en una época de “atomismo social” en la que “el hombre es objeto”, reducción ésta inventada por el hombre y a la que el hombre y el artista deben revelarse. El surgir de nuevos espacios, no sólo físico, sino también mentales, simultáneos, de una nueva técnica que nos hace presentes en cada lugar y en tiempos iguales, no nos libra de la “condición humana”.
Miguel Ángel, a través de una unión total en el ámbito de las facultades estéticas, de la producción artística, del ser “prisionero” que sufre, se acerca a Dios, a la imagen conocida, un Edipo que resuelve los enigmas con una precisa razón de vivir, el reconocimiento de una jerarquía de valores humanos, “la continuidad de la historia no excluye la libertad del hombre, al contrarío la presupone, hoy siempre fuerzas no expresas que nunca se vuelven “actuales”, problemas artísticos que no encuentran su inspirada solución.
El hombre no puede transformase en un “ser anticuado”, como afirmo Gunfher Anders, es éste el pensamiento que nos revelo la obra de Miguel Ángel, su actualidad, su modernidad. La obra de arte vista como pensamiento, no como precepto, ni consejo, ni experiencia, sino visión de la luz, luz de la vida, forma de la vida, vida del arte, de la poesía, de la vida verdadera; el artista no puede ser autónomo y Miguel Ángel lo ha demostrado a lo largo de toda su obra y en su vida.
El poseía una técnica única, soberbia, excepcional y hasta el final de su vida la utilizó para dar cuerpo a su ideal, los temas de la soledad de la vida y de la muerte. La implacable fuerza del tacto es visible, en toda su obra, el dibujo, la modelación de los cuerpos y de los objetos son tan relacionados a su fe desesperada que se transforman en la condición de una figura sobrehumana. Por figura entiendo la totalidad de la obra de arte, hasta el fragmento de una cornisa de la Capilla Sixtina, de un manto, de una mano, la mano de Adán. Todo es creado con ardiente imaginación e irrepetible experiencia, para el que entienda su profundo significado; creadoras de otros mundos, de otras nuevas y sublimes fantasías para la historia del hombre de hoy y de la mañana.
El ejemplo de Buonarroti no es utópico académico, es un ejemplo concreto de lo que el artista y el hombre de hoy pueden hacer. El espacio en el que Miguel Ángel obra es el espacio de su época, hoy en día conocemos los límites de mundos que debemos aceptar con fe, fe en los hombres, en el arte, en el espíritu y no en el criticismo de la enajenación.
La pregunta de Gauguin “quiénes somos, adonde vamos y de dónde venimos” es ya una respuesta y no una pregunta, y la respuesta es el cuadro, la obra concluida. De la misma forma Miguel Ángel, sumo artífice, es el hombre que afirma de sí mismo: “no se piensa en cuánta sangre cuesta”, sin ser moralista, sino testigo de cuánto la potencia elemental del símbolo pueda determinar lo absoluto de su virtud creadora, cuatro virtudes: de escultor, de pintor, de poeta, de hombre, grandes virtudes de un alma en la que la luz y la sombra, la noche y el día se confunden en el amor y la fe en Dios. Quisiera concluir con las palabras de un gran poeta, Salvatore Quasimodo, “Buonarroti vuela con sus alas de ave nocturna en un mundo de Titanes más fuerte que su creador”.
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