Más
allá de grandes murales, la capital acoge cientos de intervenciones que
salpican tuberías, placas o bolardos cargadas de ironía y sentido del
humor
"Las paredes tienen
vida propia, y cuantas más capas de pintura, ventanas, tuberías y
grietas, más heridas, y más aventuras nos tienen que contar". En el
imaginario de Jonipunto conviven trazos que se
derriten, niños que juegan en la calle, sombras intermitentes que
sujetan a personajes voladizos y sonrisas que van y vienen. Cuenta que
se considera observador antes que ingenioso. Y que, aunque se trabe
contando chistes, el sentido del humor va implícito en su forma de ser
y, sobre todo, de dibujar.
Para este madrileño, la calle
tiene ese "componente de libertad" que permite crear "sin limitaciones y
con mucha naturalidad". Al margen de grandes fachadas y muros, él
prefiere aprovechar los resquicios más camuflados que le brinda el
asfalto. "El mensaje es la esencia de cualquier trabajo. Es posible que
la tendencia a encontrar la integración de la obra con el entorno urbano
me haya llevado a reducir el tamaño de las intervenciones. En cualquier
caso, la base es la misma, consolidar una idea a raíz de un pensamiento y ser capaz de encajarla en las paredes", asegura.
Entre
los factores que animan a figuras como Jonipunto a preferir los
pequeños gestos antes que las largas explicaciones, los recovecos antes
que los murales, Fernando Figueroa, doctor en Historia del Arte y experto en el denominado 'Grafiti Movement', destaca "la asequibilidad operativa y la discreción de la acción".
"Si no cuenta con los medios económicos y hasta con los permisos
necesarios, no todo el mundo puede abordar un proyecto de gran
envergadura. El 'boom' de las medianerías comporta una adecuación al
concepto del espectáculo imperante, el ingreso en un circuito que
convierte el arte urbano en una modalidad reconocible como muralismo",
explica. "Esto ha generado una distorsión, una adecuación a un formato
publicitario y una selección que desnaturaliza la libertad de expresión.
El colosalismo contribuye al distanciamiento entre espectador y
creador".
Según opina Guillermo de la Madrid,
fundador de la organización Madrid Street Art Project y empedernido
documentalista del arte urbano de la capital, el pequeño formato permite
"trabajar más la sorpresa". "En este sentido, los
grandes murales son más obvios pero, ante las pequeñas intervenciones,
las que te encuentras de manera inesperada, la sorpresa aumenta cuando
están ocultas. Se supone que el objetivo del artista sería tener
visibilidad pero, en estos casos, están a veces tan escondidas que
muchos viandantes se las pierden. Eso sí, si dan con ellas, el efecto es
mucho mayor. Juegan con el contexto, y eso les da un valor añadido".
De jugar saben, y mucho, los miembros de colectivo Yipi Yipi Yeah.
Si las grietas y las cañerías son algunos de los lienzos sobre los que
Jonipunto trabaja, ellos prefieren las placas y las señales. "Siempre
buscamos que cualquier intervención tenga un sentido en el entorno en el
que va a ir. Paseamos por diferentes zonas y pensamos dónde puede
encajar. Casi nunca dejamos cosas al azar", aseguran. "El caso de las
señales, por ejemplo, es un reto y conlleva su dificultad, ya que es un
soporte fijo con el que tienes que jugar para darle una vuelta de tuerca y proporcionarle un nuevo sentido, sin quitarle el que tiene la señalización, claro".
"Es
interesante cómo cada técnica o material permite explorar las
posibilidades de diferentes soportes o, por el contrario, en otras
ocasiones, 'forzar' esa técnica para intervenir otros", apuntan desde Teje la araña. Con sus coloridas labores, lo mismo arropan bolardos y farolas que fuentes y estatuas.
"A través de los 'yarn bombings' (intervenciones con tejidos en el
mobiliario urbano) hemos podido explorar el concepto del absurdo.
Generalmente, cuando alguien se topa con una de nuestras intervenciones,
sonríe. Nos gusta pensar que esa sonrisa es la detonación de una chispa
creativa, de manera que permite reconocernos como creadores,
entendiendo el acto creativo como un rasgo característico en todos que
ha sido descuidado y que puede y debe ser cultivado", añaden.
Es
por eso por lo que se consideran más de puntos que de palabras. Al fin y
al cabo, éstas "no lo pueden expresar todo". "La magia de las palabras
permite adentrarte en los detalles más profundos de cada mensaje,
imaginándolos según avanzan las frases. Pero una representación visual
te transmite, desde el primer momento que se cuela en tu mirada, una
sensación que te acompaña durante todo proceso de interpretación del
mensaje", corrobora Jonipunto. "Es esta misma sensación la que te ubica
en un contexto, la que empatiza con la obra y la que amplifica y retiene
su significado. En este sentido, creo que el lenguaje de las
interpretaciones visuales es una muy buena herramienta para compartir estados de ánimo y reflexiones con solo una mirada. El significado vendrá después". Ese
"después" implica, a menudo, que las piezas acaben desapareciendo,
engullidas por el paso del tiempo o, simplemente, reemplazadas por otra
nueva. "Cuando uno realiza una intervención, le gustaría que durase
mucho tiempo, pero la realidad es que, en muchos casos, al día siguiente
ya no está. Con la experiencia descubres que una pieza cañera que te
crees que va a durar un instante, sobrevive años, y que otra más
discreta aguanta horas. Nunca se sabe", sentencian desde Yipi Yipi Yeah.
"Ha habido una merma notable, sobre todo de acciones anónimas. En el
caso de Madrid, es muy evidente esa depresión, a la que contribuye la
elaboración de espacios regulados y la concentración en unos barrios
concretos que sirven de escaparates oficiosos. Esto hace que la perseverancia y la continuidad se truequen por lo temporal o intermitente y lo anecdótico o simbólico", lamenta Figueroa.
Por
eso, cuando se le pregunta qué añadido aportan estas intervenciones en
pequeño formato a la ciudad en la que se dan cita, las reivindica así:
"Sorprenden al espectador y avivan su curiosidad, su capacidad de
escucha, de hacerle pensar o sentir. De ahí suele surgir una
complicidad, un proseguir buscándose al otro lado de las esquinas,
a lo alto y a lo bajo de nuestra monotonía diaria. La convierten en un
lugar vivo y vivido. Hacen de la calle un espacio de juego, regado de
experiencias que nos saquen de la rutina y del vacío vital. Apelan a
nuestra condición de animales sociales e interventores de nuestro
entorno". "Implican ir un paso más allá", recalca de la Madrid. "El arte
urbano ya hace que el deambular sea diferente, pero este tipo de
sorpresas que aparecen en tu día a día aumenta el asombro. Un pequeño
rinconcito puede cambiar, en un momento dado, tu caminar por la ciudad".
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