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miércoles, 24 de mayo de 2017

Arte sin fecha de jubilación

La pintora Obdulia Lafragua.
                                             La pintora Obdulia Lafragua. (Foto: E. Castresana)

La pintora autodidacta Obdulia Lafragua continúa exponiendo en Gordexola a sus 88 años

En muchos hogares cuelgan obras de aquella niña que admiraba los cuadros de casas indianas

Elixane Castresana


GORDEXOLA - Cruzar la puerta de aquellas opulentas mansiones de indianos era como entrar en otro mundo. La joven Obdulia que acudía a ayudar a su madre, que trabajaba allí, se quedaba “embelesada” mirando los cuadros que colgaban de los salones mientras soñaba con coger el pincel algún día. “Hasta el olor” denotaba el lujo. Décadas después, Obdulia Lafragua puede presumir a sus 88 años de que ha cumplido su deseo, porque “en casi todas las casas de Gordexola hay obras mías”. Y tiempo hay para remediarlo si alguna falta, puesto que la veterana artista autodidacta sigue exponiendo en la localidad.

Quienes han sido testigos directos del esplendor de las casonas que levantaron los vecinos que amasaron una fortuna en América custodian innumerables secretos. “Hay cosas que no se pueden contar”, responde, guardando un respetuoso silencio. Los palacetes ofrecieron para familias como la de Obdulia la oportunidad de encontrar un empleo para subsistir en años duros. De vez en cuando, ella acudía a echar una mano a su madre con los recados en el pueblo. Los señores guardaban gran cariño a la niña. “La señora sabía que me encantaban las plantas y cuando cortaban las flores del jardín para hacer ramos me avisaba para que la acompañara”, recuerda. Como un reflejo de su infancia, la vegetación está muy presente en su trayectoria. Desde los 7 hasta los 14 años, Obdulia permaneció internada en un sanatorio en Gorliz por un problema en la pierna y, paradójicamente, en medio de la preocupación por su salud, pasó de admirar los cuadros a dibujar. “Nos daban cosas para hacer y me fui enganchando”, cuenta.

Transcurrieron los años, su dolencia en la pierna se curó, conoció al que sería su marido en León, se casaron y formaron una familia. Obdulia ornamentaba los libros de su hijo -el también pintor Raimundo Martínez Lafragua- con guirnaldas de flores. Hasta que un día en que él no se encontraba en casa, tomó prestados los pinceles y se decidió a pintar el caserío que se veía desde la ventana, pero “no dije nada, lo coloqué con el resto de sus lienzos”. Cuando el cuadro cosechó las alabanzas de familia, amigos y conocidos, desveló que en realidad llevaba su firma. “Sin ser constante, porque lo compaginaba con el trabajo”, empezó a plasmar en cartones “miniaturas de imágenes y recuerdos de cuando era niña, más adelante flores, y, en una fase posterior siempre metía puntillas en los cuadros”.

Enseguida Obdulia adquirió fama en Gordexola y así llegó su primera exposición en el municipio. “Me temblaban las piernas. Me daba vergüenza que la gente viera mis cuadros”, admite. El lleno total constituyó la mejor medicina contra la inseguridad debida en parte a su falta de formación artística. “Nunca he ido a clase de nada. De hecho, me lo planteé al jubilarme. Sin embargo, una señora a la que cuidaba me lo desaconsejó. Me dijo que entonces dejaría de ser yo”, rememora. Un médico que vivía cerca también se asombró de su talento y la animó a presentarse fuera. En la familia ya existían antecedentes, desde su hijo Raimundo a un primo que “expuso en Inglaterra”.

Pese a los cantos de sirena, prefirió no aventurarse fuera de su círculo ni perder la espontaneidad. “Cuando me pongo a pintar nunca sé lo que terminaré haciendo”, asegura. Solo rompe esta norma para atender encargos concretos que proliferan en esta época de bodas, bautizos y comuniones. Y es que, en Gordexola los cuadros de Obdulia Lafragua cotizan tanto o más que los que ella admiraba de pequeña

Fuente
http://www.deia.com

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