Peter Lindbergh, en la inauguración de una muestra con sus fotografías en Berlín - EFE
El alemán, que falleció ayer a los 74 años, contribuyó a modificar de manera radical el rumbo de la historia de la fotografía de moda
Peter Lindbergh (Leszno, Polonia, 1944) murió el martes 3 de septiembre, en un lugar y circunstancias que su familia comenzó por no dar a conocer a la AFP. Su obra es una encrucijada mayor en la historia de la fotografía, donde se cruzan Van Gogh, el cine expresionista, el arte abstracto y conceptual, la fotografía callejera, las artes publicitarias y la fotografía de moda, cuyo rumbo él contribuyó a modificar de manera radical. Lindbergh nació en una ciudad fronteriza, polaca y alemana, sucesivamente. Su familia huyó y se instaló en Alemania, en Duisburgo, en la cuenca del Rin y el Ruhr, dos ríos esenciales en la historia cultural alemana que desembocan en el mar del Norte, cuyas playas tuvieron un puesto sensible en la formación visual del futuro fotógrafo.
El joven Lindbergh comenzó vendiendo bombones y haciendo de escaparatista en unos grandes almacenes. Pero lo dejó casi todo por su primera gran pasión, la obra de Van Gogh. Huyó de Duisburgo, vivió en Berlín, Lucerna y otras ciudades, en España, Marruecos, Italia, hasta llegar a Arles en autostop.
Esos primeros viajes iniciáticos le condujeron de nuevo a Alemania. Decidió estudiar arte contemporáneo con cierto éxito. Llegó a exponer en París obras entre abstractas y conceptuales. Siguió estudiando y trabajando en Düsseldorf, donde comenzó a trabajar como asistente de un fotógrafo comercial, que tuvo cierta importancia en su carrera, Hans Lux. «Él me lo enseñó todo», llegaría a declarar Lindbergh. Aquella primera experiencia fotográfica fue determinante. Lindberg se independizó y abrió su propio estudio, antes de huir a París. Entre Düsseldorf y París, Lindbergh comenzó a colaborar en «Stern», el gran semanario alemán, donde se cruzó con otros dos grandes de la fotografía de moda, Helmut Newton y Guy Bourdin. Comenzaba la carrera de uno de los maestros de la fotografía de nuestro tiempo.
Patriarcas
Como Buñuel, Lindbergh descubrió en Fritz Lang la raíz última de su obra. «Metrópolis», la «summa» de todas las artes expresionistas, fue la «luz» que iluminó definitivamente la carrera de Lindbergh, que siempre rindió homenaje a los grandes patriarcas de la historia de la fotografía de moda, André Kertész, Edwin Blumenfeld, Irving Penn, Richard Avedon, entre otros.
Fiel a sí mismo, Lindbergh continuó desbrozando los caminos que habían comenzado a recorrer Newton y Bourdin, instalando la fotografía en los escenarios de la fotografía callejera. Siguiendo una ruta muy semejante, Lindbergh introdujo en la fotografía de moda las técnicas y estéticas del fotoperiodismo (Cartier Bresson), la fotografía social (Dorothea Lange) y la fotografía callejera más cruda (Garry Winogrand). Se trataba de una reorientación histórica de la fotografía de moda, que Lindberg explicó de este modo: «Lo digo muy a menudo: los fotógrafos debemos liberar a las mujeres de la dictadura de la perfección y la juventud. La industria hace su trabajo, tiene sus productos por vender; pero no todo el mundo está obligado a seguir ese camino. La imagen que se intenta transmitir de las mujeres es espantosa. Con Photoshop se construyen robots, como si fuese una ventaja medir un metro ochenta y pesar cuarenta y cinco kilos. Para mí, esa norma es el fin de nuestra civilización».
Manifiesto
Para romper con la «tiranía» de la estética «rosa bombón», «glamur en color», etcétera, Lindberg abandonó la fotografía en color. Para utilizar el blanco y negro, con poco maquillaje, luz natural, en escenarios entre «proletas» y canallas. Con un éxito fulgurante.
Su legendaria fotografía de Linda Evangelista, Naomi Campbell, Cindy Crawford, Christy Turlington, Tatjana Patitz, juntas, por vez primera, en la portada de la edición inglesa de «Vogue» de enero de 1990 (la imagen aparece reproducida en estas páginas) tiene algo de manifiesto e icono histórico. Siguió una carrera espectacular, entre París, Nueva York, Arles, Berlín, Tokio...
El fotógrafo que contribuyó a cambiar el rumbo de la historia de la fotografía de moda había conseguido una síntesis técnica y estética. En su obra más «comercial» siempre están presentes las huellas bien visibles de los paisajes nocturnos del expresionismo alemán, las reflexiones críticas contra el arte contemporáneo de Duchamp revisado por Edwin Blumenfeld en una legendaria «cover» de «Vogue». Allí donde no poca fotografía, no solo de moda, es una suerte de «maquillaje» de la realidad, a través de los colorines más artificiales, las modelos y la moda fotografiadas por Lindbergh iluminan las sombras más oscuras del infierno contemporáneo. «La moda es el rostro contemporáneo de la muerte», había dicho Baudelaire. Una cita que Lindberg recordaba en ocasiones, entre amigos.
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