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lunes, 11 de diciembre de 2017

Fue clave Justino Fernández para la historia del arte



                 Mural de José Clemente OrozcoEl hombre de fuego en el Hospicio Cabañas.


                     Con una mirada crítica

                          Fue clave Justino Fernández para la historia del arte


Se suele ser duro con quienes se involucran con el mundo del arte sin ser propiamente artistas (sea por falta de auto-denominación, por falta de validación del medio, por falta de talento o porque no les da la gana y son, simplemente, otra cosa): gestores culturales, críticos, estetas, promotores, curadores, historiadores; todas figuras imprescindibles para el desarrollo del ámbito; pero no todas reconocidas bajo su justo valor (si es que tal cosa fuera posible).
No se cuestiona tanto, por ejemplo, a los coleccionistas de arte encumbrado: su trabajo tiene que ver más con las fluctuaciones y tendencias del mercado y una teorización artística cada vez menos socorrida y menos necesaria para el funcionamiento del propio que con un contexto de apreciación artística debidamente contextualizado; ante tal déficit, las críticas de las altas esferas artísticas poco existen, y si lo hacen se vuelven irrelevantes. Es quizá en la irrelevancia que nace la necesidad de la relevancia emergente y su consecuente sublevación: existe, aunque no sea, crea un equilibrio histórico.
¿De qué otra manera se podría comprender el arte si no fuera por quienes escriben y comentan de éste? Y la comprensión debe necesariamente alimentarse —también— desde afuera; desde el lugar más cercano a la objetividad, al menos —permiso para un oxímoron— la objetividad histórico-artística.
Las guerras no se entienden basadas en los relatos de quienes las luchan, es decir, no exclusivamente: se comprenden mejor a través de los ojos del historiador, del experto que recoge datos y fuentes y construye, finalmente, un meta-relato que parece más una fotografía enorme que los pequeños esbozos que significan los relatos de los soldados.
Justino Fernández García (Ciudad de México, 1904-ibídem 1972) representa una piedra angular en la comprensión del arte mexicano del siglo pasado (y, por tanto, también del presente).
Director del Instituto de Investigaciones Estéticas a la muerte de Manuel Toussaint, Fernández García fue un incansable estudiador y educando, al tiempo que no reparó en difundir sus apreciaciones y conocimientos a estudiantes, colegas y a la masividad nacional. El eje primordial de sus esfuerzos tenía que ver con una educación artística imperativa y necesaria en el país; sobre todo por la influencia que el muralismo mexicano estaba ejerciendo en el medio.
El imaginario social que representa José Clemente Orozco y su “Hombre en llamas” no sería de ninguna forma el mismo de no ser por el análisis y la interpretación que Justino Fernández publicara en 1942. La apreciación estética, simbólica y hasta sociológica que implican sus estudios sobre la figura de la Coatlicue y el arte prehispánico han servido para alimentar un sentido identitario del mexicano promedio hasta nuestros días, sumado a sus análisis del arte novohispano y sus reflexiones del arte moderno en México en una época donde fulguraba la Escuela Mexicana de Pintura pero en la que las escuelas emergentes comenzaban a dominar el circuito de galerías independientes en Ciudad de México.
Justino Fernández García es un personaje clave para la historia del arte en México. Sus funciones alrededor de la disciplina fueron igual o más importantes que la de cualquier artista: la educación en el arte para una mejor y más apropiada apreciación; la estética como un medio y como un fin; la necesidad absoluta de un criterio justificado que permita la concatenación de la identidad de un país y sus formas y figuras.— Ricardo Javier Martínez Sánchez para “El Macay en la cultura”
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