Páginas

Translate


Powered By Blogger

visitas contador

lunes, 10 de junio de 2019

Unas horas en el Museo del Prado


  
        La 'Anunciación' de Fra Angelico. ÁNGEL NAVARRETE

MERODEO ANTE EL EDIFICIO

Decido pasar unas horas en el Museo del Prado. Será mi modo de celebrar su bicentenario. Desoigo a Eugenio D'Ors (Tres horas en el Museo del Prado) y Eduardo Arroyo (Al pie del cañón), que aconsejan en sus libros visitarlo en abril con la plenitud de la luz de los cielos madrileños. También desatiendo el sentido común: es domingo, día de mucha afluencia. Pero, un poco antes de comer, no hay colas bajo las sombrillas, apenas cinco personas por delante de mí en las taquillas. Mucho calor. Botellas de agua en las manos. Mochilillas y gorrillas. A los japoneses -¿o serán chinos o coreanos?-, que siguen a guías banderita en alto, se les distingue con verlos. A los argentinos, nada más escucharlos. La hierba de los jardincillos parece pensada para que los cansados y los que buscan ligar bronce se tumben a la bartola. En la esquina con Felipe IV, los buses rojos del tour turístico hacen atasco. Por allí cerca, entre los puestecillos de venta ambulante, Tony Leblanc, hijo de un conserje del museo, montaba con sus compinches uno de sus negocios fules en Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959): el VIRPA (Viajes Recreativos para Adultos). Presencia policial discreta, por si las moscas. El edificio de Juan de Villanueva ha sido vestido para la ocasión -revestido, más bien- con grandes lonas por El Corte Inglés. El Prado necesita pasta. La entrada cuesta 15 euros, pero hay descuentos y exenciones a tutiplén. Entro.

GIACOMETTI ENTRE LOS MAESTROS

Superado el escáner -«móvil, llaves y monedas en la bandeja, por favor»-, guardada la mochila en la consigna -un euro, que se recupera-, tras pasar por la rotonda de columnas jónicas, la impresionante galería central de la primera planta invita a deambular. Me parece observar que los visitantes no prestan demasiada atención a las escuálidas esculturas de Alberto Giacometti. En los museos generalistas, las esculturas se toman por motivos decorativos. No cuentan historias, aburren al ojo inquieto. Mucho más si alrededor cuelgan El Greco, Tintoretto, Tiziano, Velázquez... En la sala 12, el montón de espectadores está frente a Las Meninas, claro, dando la espalda incluso al Hombre que camina II.

EL ORINAL DE LOS MONARCAS

Me voy hasta la otra punta, a la sala 39, para ingresar en El Gabinete de Descanso de Sus Majestades. Se da la mala pata de que fue el odioso Fernando VII, atendiendo a los requerimientos de su esposa, Isabel de Braganza, quien fundó el Prado. ¡Algo bueno había de hacer! Se le habilitó un cuarto para descansar. Reproducido ahora en el mismo lugar, se amontonan en sus paredes, como estaban, retratos de los Borbones, paisajes, floreros, bodegones...Grandes firmas (Mengs, Tiepolo, Meléndez, Paret...), casi 50 cuadros. Y, en un lateral, el mismísimo retrete en el que la familia asentaba sus reales posaderas. Y un orinal masculino, y otro femenino. A cada uno, lo suyo. Y el estuche de aseo, con cepillo de dientes y todo.

EL SANTO Y LOS FUSILADOS

Bajo (por las escaleras) a la planta 0, echo un vistazo en la sala 62A al autorretrato del valenciano Cecilio Pla y a sus fotos, cartas y dibujos (pequeña muestra temporal) y me planto al lado (sala 66), ante La última comunión de San José de Calasanz(1819), cuadro de postrimerías de Francisco de Goya. El santo, aunque arrodillado, parece levitar mientras el rudo sacerdote le administra el sacramento. Con razón, el lienzo está expuesto cerca de las pinturas negras. El general liberal Torrijos, no muy lejos (sala 61A), se dispone a ser ejecutado, con gesto sereno, en el macrolienzo de Antonio Gisbert, por «cortesía» de Fernando VII y sin juicio. Si los condenados tienen al pelotón de fusilamiento a sus espaldas, ¿por qué a algunos les vendan los ojos? Muchos ajusticiados sin justicia en la historia de España, y siempre sacerdotes junto a ellos con los últimos consuelos, como se confirma, enfrente, en Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado, en el patíbulo, también de Gisbert.

EL RETABLO DESPUÉS DE COMER

Parada y fonda. Como en el café del museo. Paella (corriente), pollo asado (moliente), tarta de chocolate (no crujiente) y una Mahou. Total, 29 euros: caro. Precio para primos. Hace tiempo que han desaparecido los libros importantes de la tienda principal del Prado, aunque no de la cercana librería. En la tienda, baratijas y merchandising para niños y mayores. Contribuyo a la causa de hacer caja comprando una postal y un imán del restaurado retablo de La Anunciación, que, por fin, voy a ver. Me han dado cita para las cuatro, para tres horas después de sacar la entrada. Éxito. La exposición de Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia (salas C y D) es exquisita y uno aprende lo que son las predelas: tablas pintadas en la parte inferior de un retablo. Nuestros primeros padres expulsados del florido y verde paraíso, el alado arcángel Gabriel de rosa y una bella, rubia y juvenil Virgen María con su túnica azul. ¡Y qué azul! En una salita oscura, allí mismo, veo, como si estuviera en misa, un interesantísimo documental sobre el proceso de restauración del retablo, y de ahí subo a descansar, escaleras mecánicas arriba, bajo la balsámica luz del claustro jerónimo. Paz y fin. Rescato la mochila (y el euro). A la salida, la cola de visitantes da la vuelta a la esquina y llega hasta allá lejos.
MANUEL HIDALGO
Fuente

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Te puede interesar;

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...