Durante décadas, Mark Landis donó obras arte a museos y galerías por todo Estados Unidos.
Fue celebrado como un adinerado coleccionista de arte pero todas sus pinturas eran falsificaciones creadas por él mismo.
Sin embargo, nunca fue enjuiciado porque no recibió pago alguno, así que no había violado ninguna ley.
"Obviamente no es un crimen regalar una pintura a un museo y me trataron como realeza. Una cosa sucedió a otra y seguí haciéndolo durante 30 años", dice Mark Landis, uno de los falsificadores de arte más prolíficos en la historia de EE.UU.
"¿Alguna vez te han tratado como la realeza? Te puedo decir que se siente muy bien".
La trayectoria de Landis como falsificador empezó a mediados de los años 80, cuando donó una pinturas a un museo en California diciendo que eran obra del artista estadounidense del siglo XX Maynard Dixon.
"Fue un impulso para impresionar a mi madre. Siempre admiré a los coleccionistas ricos en la televisión regalando pinturas a museos", explica.
Los inicios: cuadros de cowboys
"Les puse el nombre de Maynard Dixon porque eso era lo que quería el museo", dice. "Él era un artista cowboy, así que fui a la biblioteca y saqué unos libros de fotografías de indígenas estadounidenses y copié algunas de ellas".
"Sabía que el museo quería cuadros de cowboys y eso fue lo que hice".
Cuando Landis era adolescente, sufrió un colapso nervioso tras la muerte de su padre y fue diagnosticado con esquizofrenia.
La terapia artística a la que se sometió reveló su talento para copiar y era capaz de producir falsificaciones a un ritmo extraordinario.
"Sé que todo el mundo habla de falsificadores que hacen todo tipo de cosas complicadas con químicos y qué sé yo", afirma. "Yo no tengo esa paciencia. Compro mis suministros en Walmart o Woolworth, unas tiendas de bajo costo, y termino todo en una hora, máximo dos".
"Si no logro terminar algo para cuando termine una película en la televisión, me doy por vencido".
Haciéndose pasar por un rico benefactor, Landis donó falsificaciones a decenas de respetadas instituciones en EE.UU. hasta que, en 2008, se topó con el museo de Oklahoma City.
Matt Leininger era el administrador encargado de examinar nuevas obras de arte.
El falsificador, descubierto
"Pensamos que Landis era un coleccionista de arte muy excéntrico", comenta Leininger. "La primera pieza que nos entregó la trajo en sus propias manos: una acuarela de Louis Valtat.
"Enmarcamos la obra de Valtat y la expusimos al lado de un Renoir en nuestra galería, sin saber que acabábamos de colgar una falsificación".
Landis continuó enviando falsificaciones a museos y tal vez nunca hubiera sido descubierto si no hubiera ofrecido copias de las mismas obras a diferentes galerías.
"Recibimos un sobre en el correo que contenía cinco obras adicionales", relata Leininger. Parecían ser pinturas de los artistas franceses del siglo XIX Paul Signac y Stanislas Lepine.
"Indagué un poco sobre el Signac y apareció en un informe de prensa de la Escuela de Arte de Savannah con la misma atribución: Mark Landis. No le presté mucha atención hasta que investigué sobre el Lepine y salió en un informe de prensa de la Universidad de Arte Moderno de Saint Louis con exactamente la misma atribución. Eso despertó una alarma".
"Lancé un mensaje y, en cuestión de una hora, entre llamadas telefónicas y correos electrónicos, 20 instituciones se comunicaron conmigo preguntando quién era este tipo y qué estaba sucediendo".
Leininger reconoce que Landis hizo buenas falsificaciones pero no resistieron un escrutinio minucioso.
Una de las donaciones era un dibujo en carboncillo supuestamente de 300 a 400 años de antigüedad. Leininger despegó la aparentemente frágil montura del dibujo esperando que se desbaratara.
"No sucedió y cuando levanté el dibujo era completamente blanco", expresó. "Y olía a café rancio. Así que estaba aplicando café para envejecer las cosas, darles edad".
La facilidad con la que una simple inspección reveló el fraude hace cuestionar por qué tantas instituciones se dejaron engañar tan fácilmente.
"Landis estudió las cosas bien. Conocía lo que los museos coleccionaban. Estaba muy seguro de que las obras serían aceptadas porque les venía bien a su colección".
"Todo lo que un museo quería escuchar"
La manera en la que Landis se presentaba a sí mismo y sus donaciones también era convincente. "Decía todo lo que un museo quería escuchar", asegura Leininger. Tenía una historia preparada sobre cómo había acumulado su colección de arte y la supuesta riqueza de su familia.
Leininger solicitó el consejo de un exagente del FBI que se especializaba en crimen de arte. Pero, como no había habido un intercambio de dinero por las falsificaciones, Landis no había violado ninguna ley.
La responsabilidad de diligencia debida recayó sobre las instituciones que aceptaron sus donaciones y si ellos expusieron las falsificaciones en sus colecciones, era problema de éstas.
Landis logró avergonzar a decenas de galerías y Leininger cree que algunos museos estaban al tanto de que Landis era un impostor pero se quedaron callados para no perder prestigio.
"¿Qué curador o director quiere admitir que aceptó falsificaciones para un museo?", se pregunta Leininger. "Los museos no quieren publicitar esos asuntos".
Entretanto, Landis reconoce su engaño pero afirma no sentirse mal al respecto.
"Soy como Pinocho", dice. "Uno deja que la conciencia lo guíe. Si algo no está bien, uno más o menos sabe. A mi no me preocupaba que me enjuiciaran".
Continuó produciendo falsificaciones, aún después de ser descubierto, y siguió haciendo donaciones a galerías que no se daban cuenta.
Es más, su producción aumentó después de la muerte de su madre en 2010.
Dos años después, el Museo de Arte de Cincinnati montó una exposición con las falsificaciones de Landis. El curador fue Leininger y la exposición se inauguró, a propósito, el 1 de abril, el Día de los Inocentes en EE.UU.
Landis fue el invitado de honor.
"Estaba realmente nervioso antes de la función porque no sabía qué esperar. Pero, cuando llegué allí, todo era muy agradable. Quedé gratamente sorprendido", reconoce.
Landis y Leiniger se encontraron en la exposición, donde el falsificador pidió disculpas por cualquier problema que hubiese causado. Pero, ¿estaba Landis realmente avergonzado de lo que había hecho frente a un recinto lleno de sus propias falsificaciones?
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