En las obras surrealistas de Dalí, casi nada aparece por casualidad o decoración; suelen sus elementos tener un doble sentido; un caballo no sólo es un caballo, de manera que un cajón, en su lenguaje plástico, no sólo es cajón, es el elemento que alude a la memoria, a los recuerdos.
Siempre viendo más allá de las cosas, y fascinado por un mundo que existe más allá de lo aparente, en su autobiografía Dalí mencionó que desde niño reconocía diferentes imágenes detrás de las apariencias ópticas; en la escuela, a raíz del aburrimiento, pasaba horas observando las manchas de humedad de las paredes:
“En el transcurso de mis interminables y agotadores vuelos de la imaginación, con la mirad seguía incansablemente los contornos vagos de las siluetas mohosas a partir de este caos tan informe como las nubes, veía formándose, poco a poco, imágenes tangibles que cada vez se hacían más claras para crear formas únicas, elaboradas y realistas. Lo sorprendente de este fenómeno (que habría de ser la clave de mi futura estética), era que una vez que había visto una de estas imágenes, tranquilamente podía evocarlas una y otra vez con la mera fuera de voluntad”.[1]
Con este descubrimiento Dalí empezó, siendo clarividente, a ver a través de los imágenes del mundo visible; llenado el mundo de nuevos sentidos e interpretaciones con las que inundaría cada uno de sus lienzos.
Un ejemplo de su “ver más allá”, se hizo evidente a partir de su obsesión con la obra del realista francés Jean F. Millet, “El Ángelus”, 1857-1859.
La escena ambientada en la campiña, y retratando a la clase obrera, se situó en ese momento del día en que los campesinos interrumpían su trabajo en el campo a las 12:00 pm para rezar “El Ángelus”; oración que recuerda el saludo del ángel a la Virgen María en la Anunciación. La escena está bañada por una luz que la llena de cierto misterio. Desde que Dalí conoció esta obra en su niñez, se obsesionó con ella.
“Cada vez que veía la pintura de este granjero y su mujer, parados inmóviles el uno frente a otro, experimentaba una inexplicable sensación de inquietud. En junio de 1932, de pronto se me metió en la cabeza con una fuerza fenomenal. Se convirtió en fuente de imágenes maníacas, no por la energía de su valor espiritual o artístico, sino por su significado psíquico, que comprendía todo un mundo de asociaciones, que de pronto aparecían y se volvían objetivas; se revelaba un drama, muy alejado del silencio y el placer que el sujeto debía representar”.
Obsesionado con esta obra, y con su teoría de que la pareJa no estaba rezando, sino que estaba enterrando a su hijo fallecido; que era una escena fúnebre, Dalí empezó a investigar, con lo que descubrió tres hallazgos:
Cuando Van Gogh tenía 22 años, descubrió por azar la obra de Millet, y cada vez sintió más admiración por ella. Millet se volvió en una de sus grandes inspiraciones, quien incluso hizo sus propias versiones de los campesinos.
También, el 12 de agosto de 1932, un demente atacó la obra mientras estaba expuesta en elLouvre.Ese algo siniestro que tiene la obra y que se alimenta del momento, del rezo o de la luz, y la obsesión no sólo suya, sino también de otros artistas y el ataque que llevó a un loco a mutilarla, fue todo lo que necesitó Dalí para ponerse manos a la obra y desenmascarar de una vez por todas los misterios de la obra.
Dalí fue al museo del Louvre y solicitó radiografiar el lienzo. Descubrió gracias a ello, que en medio del campesino y la campesina había un féretro (imperceptible al ojo humano) que sugería una tumba. A partir de ese momento, Dalí se dio cuenta de que todo coincidía en la trama del cuadro. Por eso el cuadro es discordante. A pesar de que la imagen era nítida, Dalí sentía impresión y trastorno cada vez que la veía. Cuando descubrió que Millet había vuelto a pintar sobre la pintura pues la imagen del ataúd le parecía melodramática, todo le hizo sentido, y se atribuyó a sí mismo esa mirada clarividente.
Dalí fue al museo del Louvre y solicitó radiografiar el lienzo. Descubrió gracias a ello, que en medio del campesino y la campesina había un féretro (imperceptible al ojo humano) que sugería una tumba. A partir de ese momento, Dalí se dio cuenta de que todo coincidía en la trama del cuadro. Por eso el cuadro es discordante. A pesar de que la imagen era nítida, Dalí sentía impresión y trastorno cada vez que la veía. Cuando descubrió que Millet había vuelto a pintar sobre la pintura pues la imagen del ataúd le parecía melodramática, todo le hizo sentido, y se atribuyó a sí mismo esa mirada clarividente.
Esta no fue la única ocasión en la que Dalí reconoció lugares inhóspitos del inconsciente e imágenes de lugares oníricos o mágicos. Descubrió con el tiempo, que la estación de la ciudad francesa de Perpignan era fuente de visiones tras haber realizado sin resultado satisfactorio una pintura y llevarla a Perpignan para mandarla, en un banco de la estación empezó a tener visiones de cómo tenía que haber quedado en realidad la obra, por lo que empezó a visitar la estación con frecuencia para recibir esa “inspiración divina”, y así pinto “La estación de Perpignan”; un paisaje místico que representa, según Dalí, a la estación como “modelo exacto del universo y del cosmos”. El hombre y la mujer, cada uno en uno de los límites de la obra, son los mismos labradores que retrató Millet: muestra de la recurrencia de la obsesión por la obra.
“La estación es el lugar de todas mis alucinaciones. Allí veo todo de nuevo claro”.
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Referencias:
Referencias:
- [1] Charles, Victoria. Salvador Dalí. Editorial Panamericana: 2008, p.114
- Frers, Ernesto. El museo secreto: el mensaje oculto de las obras de arte. Ediciones Robinbook: Barcelona, 2005
- Frers, Ernesto. El museo secreto: el mensaje oculto de las obras de arte. Ediciones Robinbook: Barcelona, 2005
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