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martes, 6 de octubre de 2015

Edvard Munch, mucho más allá de El Grito

Edvard Munch pinta en la playa de Wandermünde, en Alemania. Autorretrato fotográfico (1907). / MUNCH MUSEUM
A lo largo de 50 años de dedicación al arte, Edvard Munch (Løten, 1863-Ekely, 1944), realizó 28.000 obras. Entre esa inmensidad hay una, El Grito, de la que firmó cuatro versiones, convertida en uno de los iconos más reconocidos en la historia del Arte gracias a los caprichos del mercado que en 2012 hizo que se alzara entonces como la obra más cara tras ser vendida en Sothebys por 91,24 millones de euros. Años antes, en 2006, otra versión de El Grito, junto a laMadonna fueron robadas y posteriormente recuperadas en el Museo Munch de Oslo, beneficiario de la herencia del artista: 1.106 pinturas, 15.391 grabados y 4.443 dibujos. La propia vida del artista noruego, sobresaliente por sus neurosis y problemas de alcoholismo, han jugado a la contra de Munch para poder apreciar a fondo su obra en todas sus vertientes. La exposición Edvard Munch. Arquetipos, que hasta el 17 de enero se puede ver en el Thyssen es un intento de rescatar a Munch del peso de sus iconos y mostrar su obra con la complejidad y universalidad que merece. Con un total de 80 cuadros (42 prestados por el Museo Munch de Oslo, 23 de colecciones internacionales, 3 del depósito de Carmen Thyssen y el Atardecer del propio museo) se recorren todos aquellos temas a los que el artista volvió una y otra vez y sobre los que experimentó las técnicas más innovadoras: melancolía, muerte, mujer, melodrama, amor, vitalismo y desnudos.
Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, recuerda que aunque ahora sea uno de los artistas más conocidos por todo el mundo, a Munch la fama le llegó no hace mucho tiempo. Tiene que ver con la exposición que en 1951 le dedicó la Tate de Londres y sobre la que el pintor y poeta austríaco Oskar Kokoschka manifestó su deseo de que ese gran maestro lograra un lugar reconocido en el mundo del arte. “Su reconocimiento” lamenta Solana, “llegó de manera tardía y devastadora: a base de simplificaciones y malentendidos que han dañado la percepción de su obra. La gente se ha quedado con que era un ser atormentado, alcoholizado y loco, como Van Gogh y se ha producido la iconización global de algunas de sus figuras, como El Grito, que hasta se utiliza como emoticono. La industria de la cultura funciona concentrándose en unos pocos nombres y de ellos, solo se dan a conocer unas cuantas obras. Creo que no se ha hecho justicia a la complejidad de Munch porque se le ha confinado a la etapa juvenil de la década de los 90 del XIX, como un protoexpresionista. Y nos olvidamos de que después de su salida del psiquiátrico y su vuelta a Oslo siguió trabajando durante medio siglo, un tiempo de absoluta plenitud”.

En Munch, los finales están siempre abiertos
Paloma Alarcó, jefa de conservación de pintura moderna del Thyssen y Jon Ove Steihaug, director de colecciones del Munch Museet, han comisariado conjuntamente la exposición; un proyecto al que Alarcó le ha dedicado los últimos tres años y que gira en torno a los aspectos más desconocidos de la fuerza creadora de Munch y su capacidad de sintetizar las obsesiones del hombre moderno. Sin orden cronológico, la exposición mezcla obras de diferentes años, en función de los temas tratados por el artista ya que si algo le caracteriza es la repetición temática y la experimentación técnica. “Las obras no acababan en sí mismas, sino que se sumaban unas a otras. Lo que contaba eran los nuevos hallazgos. En Munch puede hablarse de un eterno retorno. Como ocurre con las obras teatrales de su amigo Ibsen, los finales están siempre abiertos”, resume la comisaría. "Alterna la pintura con otros métodos de manera grandiosa. Se puede asegurar que con la xilografía, Munch realizó los grandes grabados del siglo XX".
Otra constante de su obra es la Naturaleza, en la que se integró de manera armónica a su vuelta del sanatorio de Copenhague, en el que estuvo ingresado unos ocho meses. Aunque nacido en la pequeña localidad de Løten, con solo un año se trasladó junto a su familia a Oslo, la ciudad que él consideraba como propia. Hijo de un médico militar y de una criada profundamente religiosos, fue el segundo de cinco hermanos. A los cinco años, su madre murió de tuberculosis y él desarrolló un terrible pánico a la enfermedad y a la muerte, un miedo que se multiplicó con la muerte de su amada hermana Johanne Sophie, a los quince años, también de tuberculosis. El niño Edvard fue un niño enfermizo que sufrió de fiebre asmática crónica, ataques graves de fiebre reumática y ya de joven una crisis mental agudizada por el alcoholismo y el juego. Por miedo a la enfermedad decidió que nunca tendría hijos a los que transmitir sus genes enfermos, lo que complicó su relación las mujeres hasta el punto de que después de varias relaciones tormentosas, murió solo en su casa de Oslo. La Naturaleza se convirtió en la aliada de su vida y fuente constante de inspiración.

Otra constante es la Naturaleza, en la que se integró de manera armónica a su vuelta del sanatorio
Aunque instalado en Oslo, viajó mucho a Alemania y se relacionó allí con los artistas de su generación.”Se le considera fundamental para el Expresionismo alemán”, explica Paloma Alarcó, “pero su alma era noruega y sus sitios queridos impregnan toda su obra. En 1909 regresó y vivió en Oslo hasta el final de sus días.”
De su vinculación con Alemania habló también el director del Museo Munch de Oslo, Stein Henrichsen. “La mayor parte de sus amigos y patrocinadores fueron alemanes. Dejó de ir cuando los nazis subieron al poder. Ya entonces se entró exclusivamente en Noruega, aunque una gran parte de su enorme producción la realizó en Berlín”. Por ejemplo, se asegura que la primera versión de El Grito, compendio de todas sus angustias, la pintó en Berlín aunque la escena la vivió en Noruega. Muy posible porque como él mismo escribió, "No pinto lo que veo, sino lo que vi”.
Henrichsen concluyó asegurando que el precio de la obra de Munch sigue estando al alza. “Sube cada vez más, pero lo que a mí me importa es que su obra se pueda contemplar en todo su esplendor, tal como se ha hecho con esta exposición”.

En un estado de ánimo
intenso
un paisaje ejercerá
cierto efecto sobre
la persona— al representar
este paisaje [la persona] llegará a
una imagen de su propio estado —
y esto— este estado de
ánimo es lo principal
Como prueban sus propias palabras, Edvard Munch (Loten, 1863-Ekely, 1944) abogó por un arte en el que el sentimiento indefectiblemente turba la vista. El filtro emocional inunda de color y de fuerza sus lienzos. Las escenas, siempre figurativas y narrativas —con historias y personajes— se transforman. Y el arrebato establece un potente vínculo con el espectador: atrás queda el plano objetivo, llega el ensalzamiento de lo subjetivo sin disimulo y con una notable carga de sentida sinceridad. Fue criticado y ridiculizado por críticos que clamaban que sus cuadros arañados no estaban acabados. Él, incluso ya en la madurez y plenamente consagrado, montaba sus estudios al aire libre; le gustaba el efecto que la naturaleza y los elementos podían tener sobre los lienzos.


'Agonía' (1915), obra de Edvard Munch. / MUNCH MUSEUM
La conexión que Munch trataba de establecer con el público no apela simplemente a la reproducción de ese mundo exterior común a todos, sino que busca el nexo en el crudo sentimiento, la angustia o la pasión que todo ser humano ha padecido. A golpe no sólo de pincel sino de pluma, en miles de cartas, en notas, aforismos, apuntes, versos y algún que otro relato, el icónico y prolífico artista noruego trató también de explicarse y defender su postura.
Este otoño ambas vertientes de Munch, la pictórica y la literaria, cobran un nuevo impulso. A la exposición Arquetipos en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid —que reúne desde el 6 de octubre hasta el 17 de enero cerca de 80 obras del artista noruego y ha sido organizada conjuntamente por el Munchmuseet de Oslo—, se suma la publicación por primera vez en castellano de una antología de sus escritos en El friso de la vida (Nórdica).
"La escritura fue muy importante para Munch. Sintió la necesidad de expresarse por este medio, algo que resulta evidente a la vista de la cantidad de material que legó y el cuidado que puso en que no se perdiera", explica por correo Hilde Bøe, autora del prólogo de El friso de la vida y directora del archivo digital del Munchmuseet. A pesar de sus frecuentes viajes el pintor guardó sus apuntes. Rara vez fechaba sus textos, usaba los mismos cuadernos para escribir y dibujar a veces durante décadas. Su tía Karen y su hermana Inger le ayudaron a conservarlos, como prueba la larga correspondencia que mantuvo con ellas. La publicación en la Red —en noruego y alemán— del conjunto del archivo del artista dentro del proyecto emuncharrancó en 2011 y ya permite acceder a un 60% del material. El libroCuadernos del alma (Casimiro), aparecido en septiembre, reúne una selección tomada de esta web.
"Ahora sus escritos están jugando un papel muy importante en la preparación de las exposiciones que sobre su obra se están realizando", añade Bøe. Por ejemplo, en la muestra Munch: Van Gogh que este otoño, tras su paso por Oslo se ha instalado en Ámsterdam. La exposición enfrenta por primera vez la obra de los dos pintores que nunca llegaron a conocerse personalmente, aunque fueron contemporáneos y compartieron una aproximación similar al lienzo. Algo de lo que el noruego era claramente consciente:
El horno del infierno del alma –
es extremadamente
agresivo para
los sistemas nerviosos
(P[or ejemplo] Van Gogh…)
(En parte yo mismo)
La celebración del 150 nacimiento de Munch en 2013 consolidó la nueva etapa que venía cuajándose desde los años noventa en torno al estudio de su obra. El pintor, cuya prolífica e intensa obra había quedado en buena medida sepultada por El grito —más exactamente por los cuatro gritos que pintó en el plazo de 17 años— , resurge con fuerza. Nuevos matices se añaden, como capas de pintura, a la leyenda del artista hipersensible, enfermo y atormentado.
En la infancia Munch perdió a su madre y a una hermana por tuberculosis y se crio junto a su padre médico, estricto y devoto cristiano. A los 17 años escribió en su diario que había decidido hacerse artista y efectivamente se entregó a la bohemia y al alcohol, frecuentó a escritores como Hans Jaeger y gracias a una beca se instaló en París en 1899 durante tres años, y poco después en Berlín.
Vivió turbulentas pasiones llenas de celos y desespero, que culminaron en una bronca fatal con Tulla Larsen en la que Munch disparó una pistola y se mutiló un dedo. En 1905 ingresó en un sanatorio mental después de sufrir una crisis nerviosa y volvió a ser internado tres años después. Fue definido por el poeta Strindbergcomo "el pintor esotérico del amor, de los celos, de la muerte y de la tristeza". En sus cuadros hay angustia, dolor, mujeres vampiro.


Detalle de 'Mujer vampira en el bosque' (1916-1918), de Evard Munch. / MUNCH MUSEUM
Igualmente cierto es que Munch vivió hasta los 81 años y que su obra, a pesar de haber sido muy criticada al principio, llegó a gozar de un amplio reconocimiento. "Fue un artista-empresario muy productivo y de gran éxito que consagró fervientemente su vida a lo único que consideraba su verdadera misión: crear una obra de gran altura y ser respetado como artista", apunta en el catálogo de Arquetipos Jon-Ove Steihaug, director de colecciones y exposiciones del Munchmuseet y comisario, junto a Paloma Alarcó, de la muestra en el Museo Thyssen. "No es su vida lo que nos llama la atención, sino lo que como artista logró producir". De hecho, Munch realizó 1.800 óleos, 750 grabados y un ingente número de dibujos que no han sido catalogados.
La sobrevaloración del peso de su biografía en el arte de Munch es uno de los mitos que empiezan a caer. Aunque en su biografía se pueda rastrear, y allí resida el interés que tuvo por determinados temas (como la enfermedad o los celos), su plasmación a lo largo de cinco décadas escapa los márgenes de esta estrecha lectura.
Otro mito que ha caído es que su obra posterior a la década de 1890 no valía realmente la pena. Contra esto cargó la exposición Munch: The Modern Eye que en 2012 estudió la influencia del cine y la fotografía en la obra de las últimas etapas de su trayectoria. Munch diseñó rompedoras escenografías teatrales y realizó muchas fotografías, los planos y puntos de vista de sus cuadros tienen un carácter fuertemente cinematográfico.
Ahora, la muestra Arquetipos —que presenta sendos programas de cine y de conferencias— ahonda en otro de los puntos candentes en torno al artista noruego: al tratar la obra de Munch no se debe hablar de copias en referencia a los cuadros que llevan un mismo título y tratan una misma escena, sino de versiones o interpretaciones.


'Autorretrato ante la fachada de la casa' (1926), obra de Edvard Munch. / MUNCH MUSEUM
La manera en que se mira también depende del estado de ánimo y de cómo se encuentra uno en general.
Esa es la razón por la que un motivo —
puede verse de muchas maneras y eso es lo que hace interesante el arte
La muestra Arquetipos abarca un amplio espacio cronológico de más de medio siglo, con obras que van desde 1881 hasta 1935. Y es precisamente esta dilatada horquilla temporal lo que refuerza la idea que sustenta la exposición: Munch trabajó a lo largo de su vida con ahínco una serie de asuntos sobre los que volvía una y otra vez. Igual que el dramaturgo Henrik Ibsen hizo en sus obras, podría decirse que Munch también trabajó en torno a moldes o arquetipos que revisitaba incesantemente.
En plena efervescencia del psicoanálisis y el subconsciente, con el arquetipo jungiano que habla del mito cultural que se impone y se traslada generacionalmente con visiones estereotipadas de la mujer y del hombre, pinta Munch. En su obra aborda reiteradamente escenas como la de una pareja retratada de espaldas que mira al mar en Los solitarios —imagen plasmada por ejemplo en un grabado de 1894, en una xilografía de 1899 y en un óleo de 1935 presentados en la exposición—. Cambian los colores, la postura, el sentido, como un recuerdo cuya evocación va mutando. "Había un inventario de temas que le interesaban y repite obsesivamente obras sobre estos arquetipos en óleo, grabado y dibujo. Tenía una especie de catálogo de imágenes en la cabeza. La repetición es una fórmula moderna de experimentación", explica la comisaria Paloma Alarcó, jefa de conservación de pintura moderna del Museo Thyssen. "Quizá porque sus obras son narraciones ha costado leerlas así. La variación se ha entendido mejor en la abstracción, en las series de pintores como Rothko o de Monet con sus nenúfares".
—El arte es la forma del cuadro—
nacido a través de los nervios—
ojo —cerebro y corazón—
del ser humano
El arte es la necesidad
humana de cristalización
La naturaleza es el reino
infinito del que
se nutre el cuadro—
Melancolía, Muerte, Pánico, Mujer, Melodrama, Amor, Nocturnos, Vitalismo y Desnudos son los ejes que ordenan Arquetipos. La muestra arranca con la quietud y luminosidad impresionista de los retratos de sus hermanas, con figuras melancólicas que miran lejos. La sección muerte presenta las múltiples versiones de La niña enferma sobre las que Munch trabajó hasta llegar a esa Agoníadensa y expresionista. En la sección del pánico están las litografías y xilografías de El grito, de Ansiedad y de Pánico en Oslo. El color vuelve al tratar el tema de la mujer, donde surgen las amenazadoras vampiras, que acaban desembocando en Celos y Sorpresa, y en esa habitación de papel verde moteado que presta un fondo repetido en los cuadros que desarrollan el Melodrama. Amor recoge el Beso con el que Munch llega a la abstracción. En Nocturnos van desapareciendo las figuras. Aún queda el Vitalismo fresco y Desnudos, el último bloque, que se cierra con El artista y su modelomirando fijamente desde el lienzo.
Edvard Munch. Arquetipos. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid. Desde el 6 de octubre hasta el 17 de enero.
Munch: Van Gogh. Museo Van Gogh, Amsterdam. Hasta el 17 de enero.

Fuente
http://cultura.elpais.com

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