Museo de los Agustinos de Toulouse. Foto: Gentileza Jack Atmore
Santiago De Luca
En los museos hay historias que vuelven al presente cuando nuestra atención se detiene en esos rincones dispuestos para capturar la mirada. Pero también las palabras se encienden con el ojo. La literatura está en todas partes en los museos. Visible u oculta. En muchas obras hay ecos de aquello que escribieron los escritores. Hay textos que inspiraron pinturas o esculturas. A su vez, los escritores también suelen comentar las obras visuales. En el origen de la literatura occidental tenemos en la Ilíada la descripción de las escenas esculpidas en el escudo de Aquiles que contiene un mundo que la palabra enumera. La écfrasis es la figura retórica que consiste en la descripción verbal, literaria, de una obra de arte visual. Pero, desde el origen de la literatura occidental, se comienza con una “trampa” que muestra el mecanismo de la literatura. Aquí nos encontramos con la descripción de una obra de arte inexistente. No hubo un modelo de escudo. La descripción del escudo de Aquiles, que su madre, la diosa Tetis, mandó a forjar no es el retrato de un escudo que alguna vez utilizó un guerrero llamado Aquiles.
La especialista en bellas artes, Paola Juri, que lleva más de una década guiando en los museos de Europa y desentrañando con las palabras las historias de los museos, explica la diferencia entre retrato y figuras de fantasía en la exposición “Esto no es un retrato” del Museo de los Agustinos (Musée des Augustins) de Toulouse. A diferencia del retrato (género con el que se podría confundir) en las figuras de fantasía nadie ha ordenado la pintura, nadie ha pretendido ser inmortalizado, no hay información sobre el modelo y hay un encuadre muy ajustado para no dejar espacio a los signos de la identidad y evitar que el retrato se identifique con un referente. Esto lleva a una intimidad, dice Paola Juri, porque son planos cercanos, cuerpo a cuerpo, que salen casi del cuadro. Habría una libertad, nueva para la época, ya que se está al margen del código del retrato que exigía la valoración del estatuto social y se mezclan alegorías e historias libres. La exposición se centra en las llamadas figuras de fantasía en la Europa del siglo XVI al XVIII. En estos cuadros de no retratos podemos encontrar pinturas de Murillo, Fragonard o Tiepolo. La literatura marcha por el carril de las figuras de fantasía porque siempre hay un resto que sale del código para decir otra cosa. Rostros que no son retratos. Virgilio no hace, en la Eneida, sólo un retrato del supuesto origen épico de Roma. También habla de Dido y Eneas y de la flecha que atraviesa el cuerpo y el tiempo.
Paul Valery escribió en 1923 en “El problema de los museos” que en los museos nos encontramos solos frente a una cantidad inmensa de arte. Es imposible asimilar todo. Frente a esto Walter Benjamin proponía una lenta impregnación. En 1913, le escribió a su amiga Carla Seligson que caminaba en el medio de las colecciones del Louvre y se detenía, delante de los cuadros que ya conocía, una y otra vez y que cada vez los encontraba más bellos. Poco a poco se fue impregnando de esa “familiarización”. Observación selectiva. Imaginemos dos hombres que pueden ser el mismo. Uno de ellos lee a lo largo de los años los mismos libros escogidos de una biblioteca inmensa. Otro observa sólo los mismos cuadros de largas galerías. Con el tiempo adquieren la fisonomía de esos textos y esos cuadros. No se niegan a incorporar cosas nuevas, sino que gradualmente van añadiendo alimento simbólico a lo que, constantemente, han ido puliendo con la observación y la lectura. Los museos y las bibliotecas nos permiten ir tallando nuestro interior con lo que se ve, no por primera vez sino a lo largo del tiempo.
El escriba sentado
Esta escultura es una de las piezas centrales de la colección egipcia del Louvre. Aquí podemos observar la unión de estos mundos, la escritura y las galerías de los museos donde se pretende conservar el mundo simbólico que han ido tejiendo las generaciones de hombres a lo largo de la historia. Esta escultura fue encontrada en el Serapeum de Saqqara, en Egipto, en 1850. Lleva siglos en la misma posición, concentrado en las palabras que sus manos tienen que transferir al papiro. Podría representar a un alto funcionario del Imperio consagrado a Thot , dios de la escritura y la sabiduría. Si nos perdemos en la contemplación de esta escultura nos encontramos frente a la representación del aspecto físico del acto de escribir. La postura del escriba es perfecta. Recto como un gimnasta. Y si leemos esta imagen, podemos conjeturar que la escritura, además de ser un acto mágico, también es un oficio. Sentado y a la vez con el torso erguido, su mano exacta y precisa lleva con serenidad el flujo detenido del pensamiento y la imaginación, con un gesto que nos atraviesa y desgarra del mundo “natural”.
Recorrer, sin prisa, una y otra vez los mismos cuadros hasta comprender que un rostro no es un retrato. Releer, en diferentes momentos de la vida, las mismas historias hasta comprender que en literatura no hay paisaje sino palabra interior que nos va tallando, sentados como el escriba, de manera interna. Encontrar figuras de fantasía que no reflejan algo a la manera de un espejo plano, pero sí percibir la luminosidad que producen las manos en esa danza sutil que insinúa lo invisible.
Fuente
http://www.ellitoral.com
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