Tito Lucaveche es un pintor chileno que reside en Madrid desde los años 70 y retrata el divertimento y la fiesta en cafeterías, plazas, prostíbulos, teatros y comercios de la capital española.
De Fiametti ni siquiera hay información en Google: solo sabemos que le gusta pintar corridas de toros y que es uno de los artistas «españoles», cuya obra está incluida en la mayor colección de arte naif del mundo, junto a otros 6.000 cuadros.
Este tesoro está en Río de Janeiro, en un museo único que reúne las creaciones de artistas espontáneos y sin formación de más de 120 países de cinco continentes. Tras este proyecto, está una figura fascinante y desconocida para el gran público: Lucien Finkelstein, ciudadano francés de origen judío polaco, emigrado a Brasil después de la Segunda Guerra Mundial y fundador del MuseoInternacional de Arte Naif de Río de Janeiro.
Finkelstein llegó con 16 años a la Cidade Maravilhosa y se enamoró perdidamente de la que para muchos es la ciudad más hermosa del planeta. «Mi abuelo solía contar que cuando vio el Cristo de brazos abiertos, en la cumbre del Corcovado, se sintió acogido. Incluso este museo es un regalo de agradecimiento que hizo a la ciudad», revela Tatiana Levy, nieta de Finkelstein y gerente ejecutiva del centro.
El que se convertiría en un compulsivo coleccionador de arte naif llegó al país tropical de la mano de una tía, que se había establecido en Brasil antes de la guerra. Ni siquiera había acabado sus estudios, cuando un día entró en la Libraría Francesa de Río, que además de vender libros en varios idiomas, exponía cuadros de pintores brasileños. Allí Finkelstein conoció la obra de Heitor dos Prazeres, el artista naif que encendería su pasión eterna por ese tipo de arte. También quedó marcado por la obra de Di Cavalcanti, famoso pintor brasileño. «A los 16 años y sin tener ni un duro, decidió que iba a coleccionar la obra de ambos», relata Levy.
Al poco tiempo de fijar su residencia en Río, el joven francés comenzó a comerciar con gemas y piedras preciosas. En cuanto reunió un poco de dinero, compró las primeras obras de arte naif, porque eran más accesibles a su bolsillo. Con el paso de los años consiguió construir una carrera de éxito en la joyería. Su tienda estaba localizada en la lujosa Avenida Atlántica, en la orla de Copacabana, en una época en que Río de Janeiro era considerada una ciudad de culto y las estrellas de Hollywood se paseaban por sus avenidas en coches descapotables.
«Fue uno de los mayores joyeros de Brasil. Sus piezas eran vendidas en la Place Vendôme de París y cuando la Reina Elizabeth de Inglaterra visitó Brasil, en 1968, el Gobierno del entonces Estado de Guanabara compró una joya en su tienda para homenajear a la monarca», revela Levy. Incluso el expresidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, solía comprar las joyas para las mujeres de su familia en la tienda de Finkelstein. «La esposa del expresidente de Francia, Valéry Giscard d’Estaing, y Marlene Dietrich también fueron sus clientes. Él vendía a la alta sociedad de Río de Janeiro y de Europa», añade su nieta.
La colección de Finkelstein comenzó a crecer de forma acelerada cuando decidió dar la vuelta al mundo en busca de pintores naif desconocidos. Visitó más de 120 países en todos los continentes. Su misión era comprar. Gastaba en arte todo lo que ganaba con las joyas. «El francés Henri Rousseau, considerado el creador del arte naif, fue su gran referente. Lamentablemente, el museo no posee ningún cuadro de él», señala Levy.
Finkelstein no solo compraba obra de artistas desconocidos. Se interesaba por sus vidas y por conocerles personalmente. Pasaba tiempo con ellos, a veces incluso extendía sus días de viaje para conocerles mejor. En muchas ocasiones, les apadrinaba. «Él quería saber si aquella persona era genuinamente naif, si realmente no había estudiado pintura, cómo se había enamorado del arte y qué le llevó a pintar. En nuestro museo tenemos a artistas que son médicos y diplomáticos, amas de casas y carteros. Algunos ni saben leer o vivieron toda su vida en la calle como sin techo. Hay una pluralidad de profesiones y perfiles. Creo que mi abuelo establecía una conexión profunda con estas personas, para ver si eran puras y si tenían una alma naif», relata su nieta.
En 1985 Finkelstein ya poseía más de 4.000 obras. Las guardaba con meticulosidad en un piso de Copacabana, que compró en los años 70 específicamente para eso, cerca de su joyería. En 1988, descubrió que el Museo de Arte Naif de Niza tenía tan solo unos 1.500 cuadros. Fue cuando decidió abrir una fundación, que acabaría convirtiéndose en el actual museo.
Ante la negativa de las autoridades locales de ofrecer un local para el soñado museo, el joyero acabó comprando una casona estratégicamente localizada al lado del tren que conduce al Cristo Redentor. Desde el primer momento, Finkelstein aspiró a tener visitantes internacionales. Sabía que los brasileños tienen un fuerte prejuicio contra el arte naif. «Él siempre pensó que los extranjeros tenían una mirada más benevolente hacia el arte naif brasileño, como sus amigos franceses», cuenta Levy.
En 1995 el museo, por fin, fue inaugurado. El sueño duró tan solo 10 años, antes de convertirse en pesadilla. En 2005, una decisión administrativa suspendió la financiación municipal que la institución venía recibiendo desde su inauguración y el museo entró en crisis. El mismo año que su colección fue expuesta en la sede de la ONU, la institución se quedó sin apoyos.
A estas alturas, Finkelstein ya había puesto un punto y a parte a su carrera de joyero y vivía hacía 20 años por y para el museo. Durante meses, buscó desesperadamente el patrocinio de empresas privadas, sin éxito. Ante ese fracaso, el coleccionista y mecenas, que ya tenía 75 años, resolvió cerrar el museo en 2007. El desengaño fue muy grande y le pasó factura. Un año después, moría de una enfermedad cardiaca. Su nieta cree que el dolor por el cierre acabó con la vida de Finkelstein.
Durante cinco años el museo permaneció cerrado. «En abril de 2010 hubo unas lluvias muy fuertes en Río de Janeiro y el techo del museo cayó», recuerda la gerente. Mas de 300 cuadros resultaron dañados. La noticia dio la vuelta al mundo. Periódicos internacional como Le Monde y hasta la revista Time se hicieron eco del suceso. «Un día el Prince Claus Fund entró en contacto con nosotros. Es un fondo de emergencia holandés que se preocupa de la recuperación de patrimonios artísticos damnificados. Nos ofreció ayuda para restaurar el techo», cuenta Levy.
Sin embargo, en aquella época no había posibilidades de reabrir el museo. La herida dejada por la muerte repentina de Finkelstein era demasiado reciente y la viuda, que era vicepresidenta de la Fundación, no estaba en condiciones de ocuparse de todo.
En 2011 la familia decide cerrar definitivamente el museo. Entonces, inesperadamente, la administración pública reacciona y decide ofrecer apoyo a la institución. La nieta, que hasta aquel momento trabajaba como profesora en una escuela internacional, toma las riendas del museo y crea un programa educativo para las escuelas de Río de Janeiro. En abril de 2012 el museo reabre sus puertas. Hoy la parte educativa representa la principal actividad del centro, que incluso posee un proyecto pionero de arte para bebés, que incluye hasta conciertos y recitales.
El sueño del visionario que amó locamente Río de Janeiro parecía revivir. «Lucien Finkelstein era una persona con una mirada estética increíble. Yo nunca vi nada parecido», recuerda su nieta. «Él conseguía ver la esencia del pintor. Era un joyero de gustos clásicos, que sin embargo lograba ver la belleza en todos los lugares. Su amor por el arte naif y la ciudad de Río se notaba en su forma de ser, en su constancia y en su resilencia para que el museo llegase a ser una realidad», agrega.
En su año olímpico, el Estado de Río de Janeiro está pasando por una grave crisis financiera, quizás la peor de su historia reciente. Varias instituciones culturales están en horas bajas. La noticia más sonada ha sido el cierre por obras del MAC, el famoso museo del arquitecto Oscar Niemeyer. El centro de arte latinoamericana Casa Daros ha cerrado sus puertas tras una reforma multimillonaria de seis años y solo dos años de funcionamiento, así como la Casa Francia de Brasil. Y la famosa escuela de arte del Parque Laje también está en peligro.
Concienciado con el reto que supone ese complicado 2016, el equipo de dirección del museo apela a la creatividad. «Queremos lanzar una asociación de amigos del museo e incluso hicimos un crowdfunding para restaurar la fachada», afirma Levy. El museo intenta resistir consciente del valor que su enorme archivo representa. Incluso posee el cuadro naif más grande el mundo: 24 metros de largo que resume cinco siglos de historia brasileña realizado por la artista Aparecida Azedo.
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