El Bosco Superstar deslumbra en el Prado
NATIVIDAD PULIDO
Tendría hoy en Twitter más seguidores que Lady Gaga y Beyoncé juntas. Concentra tantos flashes como Angelina Jolie en la alfombra roja del Festival de Cannes. El público lo adora. Pero no es cantante ni actor de moda.Es pintor y, para colmo, lleva 500 años muerto. Holandés de nacimiento, lo consideramos tan español como el jamón de pata negra. Hablamos del Bosco, una de las grandes atracciones del Prado –es su casa– y el artista que concentra más visitantes en sus salas. Tiene legiones de fans en todo el mundo. Especialmente en Japón, donde es un fenómeno de masas.
Hace unos meses, Hertogenbosch, su ciudad natal, organizó una gran exposición, pero faltaban sus mejores creaciones. El Prado lleva dos décadas preparando esta muestra histórica sin precedentes, «La exposición del V centenario», que inauguraron los Reyes Don Felipe y Doña Letizia, junto a la Princesa Beatriz de Holanda. Reúne más del 75% de su escasa producción (21 pinturas y 8 dibujos), incluyendo, aquí sí, sus obras maestras. Entre las ausencias, «El Juicio Final», de Viena, y «La Crucifixión», de Bruselas. Se ha batido el récord de acreditaciones de prensa extranjera en el Prado (una treintena de medios) y ayer había overbooking en el salón de actos para la presentación de la exposición. No cabía un alfiler. Los extraños seres del Bosco pueblan no solo las salas A y B del edificio Jerónimos con sus increíbles trípticos. También la tienda del Prado, inundada demerchandising bosquiano: abanicos, camisetas, bolsos, puzles, posavasos, libretas… hasta anacrónicas bolas de árboles de Navidad.
El Bosco Superstar es caballo ganador. Ha generado tanta expectación esta muestra que el museo recomienda la compra anticipada de entradas y se prolongará el horario de apertura los fines de semana. Eso sí, reserven tiempo suficiente para la visita: cada obra merece minutos y minutos de atención para apreciar cada detalle. Lo primero que llama la atención de la exposición, patrocinada por la Fundación BBVA, es el montaje, ideado por el director del Prado, Miguel Zugaza, y al que ha dado forma Juan Alberto García de Cubas. Se ha tenido que salvar el reto de la circulación del público para admirar los trípticos por ambas caras en las mejores condiciones de visibilidad.
En algunos casos, como «El Jardín de las Delicias», por primera vez. Más que un cuadro, una pieza de conversación, como advierte Reindert Falkenburg. «Esta obra atrae a gente a la que no le gusta la pintura. Es extraordinaria su capacidad empática con el público», señala Miguel Falomir, director adjunto del Prado. Pilar Silva, comisaria de la exposición, dice que «cada uno ve en El Bosco lo que quiere ver». Hay incluso a quien la tabla central de «El Jardín de las Delicias» le recuerda el Woodstock de los 60: paz y amor entre hippies y drogas. ¿Fue El Bosco el Jimi Hendrix de la época?
Espacios uterinos y oníricos con sinuosas curvas zahahadidianas, de un blanco impoluto, envuelven las grandes creaciones del Bosco, que centran cada uno de los seis apartados temáticos en que Pilar Silva ha dividido la exposición. A modo de prólogo, una sala dedicada a Hertogenbosch. Su único retrato conocido (un grabado de Cornelis Cort) cuelga junto a una imagen de la plaza del mercado de la ciudad, donde se hallaban su casa y su taller. La primera joya con la que nos topamos es el tríptico «La Adoración de los Magos», del Prado, que se exhibe por vez primera tras su restauración y luce espléndido. No es su obra más conocida, pero los expertos coinciden en que es la de mayor calidad, aparte de su extraordinario estado de conservación. Se la considera la «piedra Rosetta» bosquiana, pues su estudio ha servido para modificar la cronología del pintor. Se ha adelantado la fecha de ejecución de sus creaciones más relevantes, como «El Jardín de las Delicias» (se rinde homenaje a su comitente, Engelbrecht II, conde de Nassau, con un retrato y su Libro de Horas) o la propia «Adoración de los Magos», que se sitúan ahora en la década de 1490.
Pero es tal la concentración de obras maestras que es fácil acabar la visita con síndrome de Stendhal. Demasiada belleza para asumir en tan poco tiempo. Es lo que ocurre con «La coronación de espinas», de la National Gallery de Londres; «Las visiones del Más Allá», de la Academia de Venecia –puro Kubrick–, o el maravilloso tríptico «Las tentaciones de san Antonio Abad», cedido excepcionalmente por el Museo de Arte Antiga de Lisboa. Declarado tesoro nacional, para su salida ha sido necesario que el Consejo de Ministros diera luz verde. Como contrapartida, el Prado ha prestado el «Autorretrato» de Durero. Otra joya, «El carro de heno», ha vuelto al Prado, tras una gira de seis meses por Holanda. Muy emotivo, el reencuentro de varios fragmentos que formaron un tríptico hoy desmantelado, «El camino de la vida»: «La nave de los necios», del Louvre; «Alegoría de la intemperancia», de Yale; «El vendedor ambulante», de Róterdam, y «La muerte y el avaro», de Washington. Entre los dibujos, destaca especialmente «El hombre-árbol», de la Albertina de Viena.
Ha sido tal la generosidad en los préstamos que Patrimonio Nacional ha descolgado de una exposición en El Escorial su espléndido «Cristo de camino del Calvario» y el Museo Lázaro Galdiano ha tenido que incluir una reproducción de su «San Juan Bautista en meditación» en su nueva exposición. Este es uno de los numerosos santos que pueblan la muestra: santa Wilgefortis crucificada, san Jerónimo en oración, san Juan Evangelista en Patmos (en el reverso luce una increíble Pasión de Cristo en grisalla)… De forma muy sutil, se ha recreado en algunos trípticos cómo es la composición exterior con las puertas cerradas. No faltan obras de seguidores y de taller para mostrar originales perdidos. Tampoco, recientes atribuciones, como «Las tentaciones de San Antonio Abad», de Kansas, y «El Juicio Final», de Brujas.
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