Valencia, por fin, vuelve a tener un Museo de Bellas Artes
Quisiera comenzar este texto acerca del Museo de Bellas Artes de Valencia aclarando que no soy un profesional de los museos. Soy solo un historiador del arte y profesor universitario, condición que, sin embargo, me permite valorar la situación con una cierta distancia y acredita, de alguna manera, mi imparcialidad. Quisiera articular mi discurso en torno a dos puntos: el presente del Museo de Bellas Artes de Valencia y su futuro plan museológico. Mi exposición reflejará, en el fondo, cuál es mi idea de este museo. Un museo como el valenciano es el custodio de las obras de arte que reflejan la historia de un pueblo y, como tal, es responsable de conservarlas, de que se estudien de manera científica y de transmitir el conocimiento que de ellas se desprende a la sociedad. Un museo, como una biblioteca, alberga lo mejor que de sí mismo puede dar el género humano y su responsabilidad, por lo tanto, es muy grande.
Creo que todos estaremos de acuerdo en que los dos pilares hacia los que debe orientarse la institución son la autonomía del museo y la dotación del mismo con recursos económicos suficientes para convertirse en lo que debe ser. Ambos pilares son fundamentales si queremos que el antiguo San Pío V cumpla con rigor, independencia y solvencia su obligación de custodiar, estudiar y difundir el arte y la historia que alberga. Considero que, en este sentido, la situación es esperanzadora. Los poderes públicos parecen mostrarse sensibles a las necesidades del museo y el apoyo económico promete revertir la tendencia observada durante los últimos años.
Esta actitud positiva exige, sin embargo, una acción decidida que subsane la carencia de capital humano de la institución y que garantice y dote las plazas necesarias. Es necesario apoyar la organización de exposiciones que hagan brillar al museo y que atraigan al público a conocerlo. La comunidad científica ha de encontrar allí su casa y contribuir, con su investigación, a relanzar un contenedor vacío de vida durante años. Para convertir el Museo de Bellas Artes de Valencia en aquello que debe ser hay que apostar por él. Solo de esta manera podrán llevarse a cabo exposiciones, conferencias, publicaciones o seminarios de verdadero calado que sirvan a todos y que coloquen al museo, a Valencia y a la Comunitat Valenciana en el mapa.
Buena parte del reciente dinamismo del museo es responsabilidad de la nueva dirección y los técnicos que trabajan con ella. La manera de elaborar el plan museológico de la institución, sobre cuyo contenido hablaré brevemente, es una clara muestra de una manera de hacer las cosas. Para debatirlo y configurarlo se convocó a medio centenar de miembros de la academia valenciana que pudieron expresar sus recomendaciones, dudas y sugerencias. Por ello, esta propuesta no es solo la del Museo de Bellas Artes de Valencia, es la de representantes, entre otros, de las universidades valencianas. Tal como ha demostrado, la intención del nuevo director es recurrir en cada caso específico a los mejores especialistas y eso, señoras y señores, es dirigir un museo.
Por fin el Museo de Bellas Artes de Valencia dispone de un plan museológico, algo que no es solo deseable, sino obligatorio para cualquier institución de estas características. Un plan museológico es la construcción del relato que un museo y sus colecciones quieren transmitir. Sin él no se puede hacer nada. Ni adquirir nuevas obras para la colección, ni estructurar una política de exposiciones, ni decidir qué cuadros se muestran y cuáles deben conservarse en un almacén.
La línea argumental del plan museológico del Museo de Bellas Artes de Valencia es la historia del arte valenciano y para valorar la oportunidad de este hilo narrativo es necesario reflexionar acerca de las obras que alberga. Este museo no es El Prado. El más importante de los museos españoles y uno de los más importantes del mundo se nutre, fundamentalmente, de las riquísimas colecciones heredadas de la monarquía hispánica. Por suerte para todos, reyes como Felipe IV fueron ávidos acumuladores de obras maestras de las principales escuelas artísticas del continente y, a partir de ellas, el Prado puede articular desahogadamente un magnífico discurso en torno a la historia del arte español y universal. En sus salas dialogan Velázquez y Tiziano, Goya y El Bosco, Rubens y Rafael. ¿Puede el Museo de Bellas Artes de Valencia articular una narración parecida? La respuesta es un rotundo no.
Las colecciones del antiguo San Pío V tienen un origen muy distinto: las incautaciones de obras de arte derivadas de las sucesivas desamortizaciones eclesiásticas y las colecciones de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. Tanto una como otra fuente hacen que los fondos del museo estén compuestos, en más de un 90 %, por obras realizadas por y/o para valencianos. Es cierto que, además, posee joyas singulares como el autorretrato de Velázquez o algunas buenas pinturas italianas del Barroco, pero estas no son suficientes para articular un plan museológico. Tan extraño como bautizar a un espacio como sala Velázquez con solo un par de obras del pintor sevillano, sería dedicar otra de las salas del edificio al Renacimiento italiano con solo un Antoniazzo Romano y un Pinturicchio. Esta pretensión se convertiría en un rotundo fracaso.
El único discurso coherente para el Museo de Bellas Artes de Valencia es narrar, a través de sus obras de arte, la historia de la ciudad y la comunidad que lo albergan. Nombres como Gonçal Peris, Gherardo Starnina, los Hernandos o José Vergara adquieren sentido solo con una propuesta de este tipo. Sin embargo, tal como recoge el documento del plan museológico, esta articulación promoverá la puesta en valor de la colección propiciando el diálogo del arte valenciano con las joyas artísticas procedentes de otros territorios. Además, la adopción de este planteamiento permitirá delimitar las lagunas y orientar las futuras adquisiciones. Probablemente, al museo nunca le interesará adquirir un Rubens, pero deberá poner todo su empeño en incluir a Sebastiano del Piombo en su colección permanente, pues solo mediante la presencia de sus cuadros en Valencia podrá entenderse el desarrollo pictórico de Vicente Macip o Juan de Juanes. Aunque nadie lo hubiera dicho antes y sin necesidad de que un plan museológico lo pusiera por escrito, el Museo de Bellas Artes de Valencia ya era un museo de la historia del arte valenciano.
Fuente
http://www.levante-emv.com
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