El Perú acaba de perder a dos artistas extraordinarios. Quienes tuvimos el privilegio de ser sus amigos hemos sentido sus muertes con gran pesar. Me refiero tanto al lamentable fallecimiento de Fernando de Szyszlo, ocurrido el 9 de octubre, como al del gran escultor peruano Alberto Guzmán, el 2 de noviembre en Nogent–sur-Marne, Francia.
Sobre Szyszlo se han escrito muy justificados reconocimientos a los que me adhiero plenamente. Hoy toca hacerlo por Guzmán, quien desde 1959 ha vivido permanentemente en Francia, pero que, como solía decir y así lo reseñó Marcela Robles: “nunca se fue del Perú”. Guzmán recibió en nuestra patria, entre otros premios, el Nacional en 1958, como escultor, y la condecoración de la Gran Cruz en octubre del 2010. Asimismo, el Estado Francés le concedió el honroso título y la condecoración de Caballero de Artes y Letras en 1989.
Sobre Szyszlo se han escrito muy justificados reconocimientos a los que me adhiero plenamente. Hoy toca hacerlo por Guzmán, quien desde 1959 ha vivido permanentemente en Francia, pero que, como solía decir y así lo reseñó Marcela Robles: “nunca se fue del Perú”. Guzmán recibió en nuestra patria, entre otros premios, el Nacional en 1958, como escultor, y la condecoración de la Gran Cruz en octubre del 2010. Asimismo, el Estado Francés le concedió el honroso título y la condecoración de Caballero de Artes y Letras en 1989.
Guzmán nació el 4 de setiembre de 1928 cerca de Piura. Al morir su madre fue a vivir con su abuela Dalia López en la hacienda Huaynas. En ella, conforme contaba con emoción, moldeaba sus primeros juguetes con tierra. A los 11 años viajó a Lima para ayudar a su progenitor en su labor como soldador en la empresa de aviación Faucett. Allí Guzmán aprendió a realizar trabajos en metal. Radicado en Lima, estudió en el colegio Guadalupe, fue militante aprista y trabajó como conductor de camiones.
En 1949 obtuvo la beca que le permitió estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes y, al terminar sus estudios en 1956, se le concedió la medalla de oro en dibujo y escultura. Así comenzaron los reconocimientos a su arte. En 1957 la Universidad de San Marcos de Lima le otorgó el premio La Marinera por una escultura del mismo nombre. En 1958, el Estado Peruano le dio el Nacional de Escultura, y en 1959, el ministro de Cultura francés, André Malraux, le otorgó una beca para viajar a Francia, donde en 1967 ganó el galardón a la joven escultura André Susse. Finalmente, en 1971, obtuvo el afamado premio Antoine Bourdelle.
Durante su permanencia en Europa fue invitado a numerosas exposiciones en Francia y otros países. En 1982 participó en la gran muestra en el Grand–Palais de París sobre “L’Amerique Latine”. Posteriormente, participó en la FIAC con la galería Fórum de Lima. En la actualidad sus esculturas figuran en importantes colecciones de arte, como la Fundación Peggy Guggenheim en Venecia. Además, sus obras están en Europa, América y Asia en parques, edificios y museos. Entre ellas destacamos la fuente de la plaza Jeanne d’Arc en el Distrito XII de París. Asimismo, la escultura de acero pulido que estuvo ubicada en el frontis del Banco Continental en Lima, Perú, y que ahora merecería estar ubicada debidamente. Igualmente, debe mencionarse la estupenda escultura de la compañía Veritas de Oslo, Noruega, así como la existente en el parque de Seúl, Corea del Sur, ejecutada con motivo de los Juegos Olímpicos de 1988.
Numerosos críticos –entre otros muchos, Jean Lassaigne y los peruanos Juan Acha, gran apreciador de su trabajo, y Alfredo Bryce Echenique– han destacado sus valores de “luz” y “transparencia” en su “arte grande”, como lo califica el escritor. Estas cualidades singulares de sus esculturas en mármol y bronce le dan –como dice– “un aura de espacios míticos”.
Otro aspecto a destacarse de Guzmán es su obra sobre papel y cartón. Esta merece un elogio especial al ser producto de la fuerza de voluntad que caracterizó a Guzmán, quien al verse imposibilitado por un problema muy serio de salud de realizar esculturas en piedra, acero, bronce y mármol, no se amilanó. Más bien, superando las dificultades de su estado físico, descubrió con genialidad mediante el trabajo de la superficie del cartón y el papel que podía crear nuevos lenguajes de expresión artística… a través de fascinantes relieves. Estas singulares obras se han hecho acreedoras de un reconocimiento pleno en el mundo del arte. Igualmente, ha efectuado con gran éxito bellos monotipos. En toda esta difícil etapa Brita Compard, su mujer y gran orfebre, ha cumplido una tarea admirable y digna del mayor elogio.
El Museo Nacional de Arte, al igual que el Museo de Lima (MALI) y el Museo de Arte Contemporáneo de Barranco (MAC), en cuyo instituto realizó Guzmán en 1965 su primera exposición, deben efectuarle ahora una magnífica retrospectiva. Sería una justa respuesta al prestigio que nuestro artista ha aportado al Perú con su espléndida obra.
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