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lunes, 15 de octubre de 2018

Eduardo Arroyo Rodríguez



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Eduardo Arroyo Rodríguez (Madrid26 de febrero de 1937-Madrid, 14 de octubre de 2018)1​ fue un pintor español de estilo figurativo, clave de la figuración narrativa como de la Neofiguración (o nueva figuración) española y vinculado al pop art. Refugiado en París desde 1958 por causa de su antifranquismo, Arroyo cobró protagonismo en el circuito artístico nacional tardíamente, a partir de los años 1980, tras un alejamiento de dos décadas forzado por el régimen franquista. Actualmente, sus obras cuelgan en los más reputados museos de arte moderno españoles y extranjeros y su creatividad se extiende a las escenografías teatrales y las ediciones ilustradas.


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Arroyo nació en Madrid, de raíces leonesas. Tras finalizar la carrera de Periodismo (1957), se trasladó a París (“como muchos otros”, según él) huyendo del ambiente asfixiante del franquismo. Dejó atrás una primera etapa de caricaturista con incipientes coqueteos en la pintura, aunque su primera vocación fue escribir, tarea que prosigue hasta hoy.

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Simultaneó la escritura con la pintura, pero ya en 1960 vivía de su labor como pintor. Su actitud crítica ante las dictaduras, tanto las políticas como las artísticas, le empujó a iniciativas controvertidas. Optó por la pintura figurativa en unos años de aplastante dominio de la pintura abstracta en París, y sus primeros temas recordaban a la “España negra” (efigies de Felipe II, toreros, bailarinas) pero en clave cáustica y nada romántica. De un uso matérico del color, Arroyo pasaría a una técnica más propia del “pop art”, de colorido vivo y pincelada más lisa. Temprano ejemplo de ello es “Robinson Crusoe”, de 1965 (Lausana, Museo Cantonal de BB.AA.).

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Arroyo expuso en una colectiva en París ya en 1960 (“Salón de la Joven Pintura”), pero su primer impacto público se produjo tres años después, al presentar en la III Bienal de París del políptico Los cuatro dictadores,2​ una serie de efigies de dictadores, que provocó las protestas del gobierno español. Igualmente en 1963, Arroyo preparó una muestra en la galería Biosca de Madrid, que se inauguraría sin su presencia, ya que debió huir a Francia perseguido por la policía; la exposición se censuró y cerró a los pocos días.

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En julio de 1964 participió en la muestra Mitologías diarias, fundadora del movimiento de la figuración narrativa al Museo de Arte Moderno de París con Bernard RancillacHervé TélémaquePeter KlasenAntonio RecalcatiJacques MonoryLeonardo CremoniniJan Voss y Öyvind Fahlström y el año siguiente en la muestra epónima La figuración narrativa en el arte contemporáneo, donde presentió con Gilles Aillaud y Recalcati el políptico Vivir y dejar morir o el fin trágico de Marcel Duchamp, hoy día conservado en el Museo Reina Sofia,3​ que constituye el manifiesto de este movimiento.

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La opción figurativa de Arroyo tardó en ser aceptada en París. Su primera clientela más o menos estable fue italiana; gracias a sus ventas en Italia pudo subsistir en Francia.
Características de muchas de sus obras son la ausencia generalizada de profundidad espacial y el aplanamiento de la perspectiva.
Arroyo rechazaba la devoción incondicional por algunos vanguardistas (Marcel DuchampJoan Miró), que consideraba impuesta por modas. Pero aunque le han etiquetado de reaccionario, es doblemente rebelde en realidad: desmitifica a los grandes maestros y defiende el papel del mercado como protector y termómetro del arte, frente a la red de museos e influencias sufragada con el dinero público.

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Arroyo ridiculiza y “reinterpreta” los tópicos españoles con toques surrealistas. Ejemplo de ello es el lienzo “Caballero español”, donde el protagonista posa con un vestido de noche (1970; París, Centro Georges Pompidou). En 1974, Arroyo fue expulsado de España por el régimen, y recuperaría su pasaporte tras la muerte de Franco, en 1976. Sin embargo, su despegue crítico en España no fue inmediato y se demoraría hasta principios de los 80; en 1982 se le otorgó el Premio Nacional de Artes Plásticas de España, un desagravio por el olvido sufrido hasta entonces. Ese mismo año, el Pompidou de París le dedica una retrospectiva. Dicho museo posee otra pintura relevante: “Dichosos quién como Ulises I” (1977).

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Su actividad como escenógrafo arrancó con el cineasta Klaus Grüber, y tuvo uno de sus hitos en 1982, con La vida es sueño de Calderón de la Barca, bajo dirección de José Luis Gómez. En 1999 montó con Grüber la ópera Tristán e Isolda, de Wagner, en el Festival de Salzburgo. También ha producido esculturas e ilustra libros.
Arroyo cuenta actualmente con presencia en muchos importantes centros de arte mundiales. El Museo Reina Sofía de Madrid expone tres de sus 11 lienzos entre 13 obras, destacando Carmen Amaya fríe sardinas en el Waldorf Astoria, donde el personaje se representa simbólicamente con un mantón andaluz, Los cuatro dictadores de 1963 y Vivir y dejar morir de 1965. El Museo de Bellas Artes de Bilbao, que le dedicó una muestra, posee “El camarote de los hermanos marxistas”, que mezcla cine y comunismo, dos de sus temas recurrentes. Obras de Arroyo se encuentran también en el IVAM de Valencia, el MACBA de Barcelona, el Museo Municipal de Madrid, el Museo de la Colección Berardo de Lisboa, el Museo Cantonal de Bellas Artes de Lausana o la Nueva Galería Nacional de Berlín, con los tres lienzos General Resfriado N°1 a N°3 de 1962. En la colección del Museo nacional de arte moderno de París están 13 obras incluyendo 4 lienzos y un lienzo en la del Museo de Arte Moderno de París, perteniendo a la ciudad, y la del MOMA de Nueva York. En 2013 gana el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural.

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Eduardo Arroyo, cáustico modernizador de la pintura española, muere a los 81 años

Eduado Arroyo posa con algunas de sus obras en el Museo Bellas Artes de Bilbao. /Efe
Eduado Arroyo posa con algunas de sus obras en el Museo Bellas Artes de Bilbao. / EFE

Escritor, escultor, escenógrafo, ceramista, y polemista, se exilió en París a finales de los cincuenta y regresó en los setenta como un desconocido

Pintor cáustico y radical, como Goya, vivificador, crítico y decisivo modernizador de la figuración española del último medio siglo, Eduardo Arroyo murió este domingo a los 81 años, víctima de la enfermedad contra la que batallaba desde hacía tiempo. Artista autodidacta y corrosivo, antifranquista declarado, exilado en París desde los últimos 50, recuperó su presencia en la España del tardofranquismo confirmándose como uno de los grandes de la pintura española contemporánea. Adscrito a la llamada 'figuración narrativa', fue además periodista, escritor, escenógrafo, escultor, ceramista, cartelista y siempre lúcido polemista. Su obra está en los grandes museos españoles europeos.
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«Al menos en lo plástico, España va bien, como nos dicen los más altos responsables del país, porque en este país siempre se pintó muy bien», ironizaba Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) cuando el Museo Reina Sofíainauguraba la más extensa e intensa exposición dedicada por una institución española a su singular e irónica obra. Él aspiraba a sentirse parte de esa rica tradición que va de Velázquez a Picasso y dedicó casi toda su vida «al proyecto de ser pintor», aunque tocara otros muchos palos.
«Nunca he hecho nada por mi obra», decía ante la muestra del 'Reina' con casi doscientas piezas titulada 'Orgullo y pasión' y «demostrativa» de su tardío afán de ser pintor por encima de todo. «Las antológicas tienen un intenso tufo funerario», aseguraba en otro alarde de ironía, pero afirmándose en su empeño de defender su «proyecto de pintar»: «Espero me acompañe hasta el final de mis días».
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Obsesión española

La vida creativa era para Arroyo «una desesperada conquista del lenguaje pictórico». Una obsesión constante, como lo fue su afán por saber y estar al día sobre España en los tiempos en que era un refugiado político en París, hacia donde partió casi como apátrida en 1958. En la capital gala se inició como periodista y se autoformó como pintor. Aquel alejamiento produjo en él «una obsesión por España» que se puede rastrear en su pintura. Tras la muerte de Franco vinieron «los años difíciles» en los que su obsesión se trasmuta en interés por otros exiliados como José María Blanco White, Angel Ganivet o Lluís Companys.
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La censura clausuró su primera exposición española en 1963. Cuando años más tarde fue nombrado comisario de la Bienal de Valencia, fue detenido en Italia y reclamado por el Tribunal de Orden Público. Gracias a la presión internacional se logró que sólo fuese expulsado. Su primera gran muestra española fue la antológica que en 1982 le dedicó la Biblioteca Nacional.
«Hay un aspecto literario en mi obra al que no renuncio», reconocía un pintor que pasaba más horas en las librerías que en los museos y que publicó ensayos, memorias y un sinfín de artículos, muchos dedicado al boxeo. Defensor de la tauromaquia, para este heredero de Goya El Prado era «una presencia constante y definitiva». «Mi verdadera isla de libertad cuando adolescente, y una demostración de que en este país siempre se pintó bien», decía el artista, que expuso sus grabados en la casa de Velázquez y Goya en 1991.
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Velázquez fue siempre otra obsesión, «el ejemplo de la perfección absoluta y de lo que ya no se podrá hacer». En lo pictórico se sentía «más próximo y más de acuerdo con mis bisabuelos que con mis primos carnales». Entre sus admirados «bisabuelos» citaba a Picabia, De Chirico, Max Ernst o André Derian, además de Picasso, «de quien me interesa sobre todo su comportamiento, su manera de demostrarnos lo que debe ser un pintor».
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«Los que siempre hacen obras maestras no me interesan mucho», decía el autor de piezas clásicas del siglo XX como 'Vivir y dejar morir, o el final trágico de Marcel Duchamp', realizada junto a Gilles Aillaud y Antonio Recalcati, y que expuso en París con enorme escándalo en 1965. Con Aillaud y Recalcati había firmado el mismo año el 'Manifiesto Pictórico'contra el informalismo imperante en la época.
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Su interés literario nació de la convicción de que «además de haberse pintado bien, en este país se ha escrito medianamente bien». Su primer texto, 'Treinta y cinco años después', una denuncia contra el franquismo, se publicó en 1974. En 1986 estrenó en Múnich su primer drama, 'Bantam'. En 1989 editó en Francia su autobiografía, 'Sardinas en aceite', que generó un escándalo a ambos lados de los Pirineos por sus acusaciones contra personajes de la vida política y cultural de ambos países. 'Minuta de un testamento', su libro de memorias, apareció en 2009.
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Realizó escenografías para teatro y ópera, como 'Off limits', de Adamov (1969 y 1972); 'Wozzeck', de Alan Berg (1971); 'En la jungla de las ciudades', de Brech (1973); 'La vida es sueño' (1981); 'Pálida madre, tierna hermana', de Jorge Semprún para el Festival de las Artes de Weimar de 1995 o 'La casa de los muertos', de Leos Janeck, que inauguró el festival de Salzburgo.
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«Vivo muy bien con los cuadros de los demás, mientras que mis pinturas me producen choques complicados», decía un Arroyo comprometido con su critica pintura, pero de difícil convivencia con sus cuadros. No los disfrutaba en su casa y los que tenía en su taller permanecían embalados o de cara a la pared.
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«El deber de todo pintor es tratar de vender sus obras y las que yo conservo es porque no he podido venderlas», aseguraba. «Vivo intensamente con ellas mientras las realizo, pero una vez que están firmadas por delante y tituladas por detrás, no quiero saber nada de ellas».
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Entre sus muchos reconocimientos figuran el Premio Nacional de Artes Plásticas y la Medalla de Oro al Mérito de Bellas Artes. Era caballero de las Artes y de las Letras por el Gobierno francés y recibió el premio de la Fundación Simone y Cino del Duca-Instituto de Francia.
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                                              Falleció el 14 de octubre de 2018 en Madrid.
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