Bogotá- Un nombre se repite con fuerza en esta 15ta. edición de la Feria Internacional de Arte de Bogotá, Artbo 2019: Eduardo Ramírez Villamizar, cuya impresionante obra escultórica está presente en varias galerías aquí, como por ejemplo la Nueveochenta (Colombia), León Trovar Gallery (Estados Unidos), entre otras, y que con orgullo la muestran. Y no es por azar, el célebre escultor y pintor colombiano, ya desaparecido, es junto con Edgar Negret una de las figuras más prominentes de la escultura colombiana y latinoamericana. Sus huellas en el volumen quedaron sembradas en muchas ciudades de nuestra América, en Estados Unidos, y también en Cuba.
Cuando uno se acerca a sus piezas de metal, donde predomina el acero, hierro y muchos otros, se respira un cierto aire arquitectónico, pues, según confesó a este periodista un día de mayo de 1988 en Baconao, durante el II Simposio Internacional de Escultura en Santiago de Cuba, él estudió arquitectura durante tres años, pero "no tuve la capacidad de construir nada", y añadió que era un admirador de la arquitectura, pues "me interesa la relación entre escultura y arquitectura, como la hubo en las obras precolombinas, en las pirámides de Chichen Itza, en Yucatán, en las de Egipto, en aquellas catedrales góticas que son esculturas por fuera y por dentro".
Sin saberlo, aquellas confesiones realizadas en los campos de Baconao donde erigía una importante pieza: Entrada a las piedras sagradas, el célebre creador dejaba en claro su testamento artístico: su amor ilimitado por las obras latinoamericanas realizadas por sus predecesores y que le llenó el alma a la hora de crear.
La pieza cubana de Ramírez Villamizar fue concebida en láminas de acero soldadas y está inspirada en las ruinas de Machu Picchu como muchos de sus trabajos. Desde que visitó un día Perú, el artista quedó enamorado de Machu Picchu, el misterio de aquel lugar, pues recordaba en sus palabras en aquella entrevista que cualquier persona con sensibilidad debía ser marcada por esa experiencia. A partir de aquel momento creó muchas obras que denominó: Recuerdos de Machu Picchu. Su obra Entrada a las piedras sagradas, no lleva color como casi toda su creación en metal, pues el hierro oxidado, decía, no es más que la textura y el tono de la naturaleza sometido al control que proporcionan una sensación de fuerza y complementan el sentido arquitectónico de sus trabajos. Del Cuzco hizo una comparación con sus inspiraciones creativas: los acueductos, cascadas y terrazas salen beneficiadas por la belleza colorística del óxido, así como sus estructuras, que solo son estructuras y No transposiciones de elementos particulares de Machu Picchu, quiso especificar, porque la Naturaleza es sagrada.
Cuando le pregunté por la inspiración, el maestro dijo muy rápido: "En realidad, mi obra, a pesar de parecer pensada y fría, siempre ha salido de la intuición y la sensibilidad. Luego se añade el pensamiento y el control matemático. Todo surge espontáneamente. Contrariamente a otros artistas que dicen voy a hacer una escultura con tales elementos y condiciones y de pronto hacen el trabajo y les resulta plástico. En mí, la escultura sale y luego puedo controlarla un poco. Son como IMPERATIVOS DEL INSTINTO."
La forma continua e infinita en sí misma fue uno de los temas que desarrollaría en diferentes etapas de su obra escultórica. Y él notó que entre todas las formas geométricas integradas había insistencia en el rombo, que aparecía con más frecuencia que el cuadrado, el rectángulo, el triángulo u otra forma geométrica, y decidió "de manera pensada que todas sus obras estuvieran basadas en la forma de diamante".
¿Y no se repiten las piezas? Pregunté asombrado: "Estoy contento -dijo entonces- de ver lo que se puede hacer utilizando un solo elemento. Siempre pensé que esto podría empobrecer el trabajo, pero se pueden decir maravillas con una sola forma."
Observando sus esculturas en ArtBo 2019 vienen a mi mente los recuerdos de un joven frente al maestro, cuando aún no tenía conciencia del alcance de su creatividad, y uno se emociona de poder ver aún después de su desaparición física, acaecida hace pocos años, la impronta dejada para sus predecesores, una obra imaginativa, misteriosa, que habla de nuestras raíces latinoamericanas, de la fuerza de los hombres que habitan estas tierras, y donde uno encuentra asidero para soñar. Pues en la aparente frialdad de las obras de Eduardo Ramírez Villamizar se esconden la poesía y las memorias de las más remotas épocas. Como constante se sometió siempre a la forma, a la construcción, la geometría, los módulos de acoplamientos continuos... Y como expresó aquella vez en la Isla caribeña dejando sus sueños y el alma en las palabras: "YO HAGO SONETOS, ES MI DESTINO. Con mi escultura solo quiero decir una cosa y que se entienda rápidamente, que el espectador la lea y casi inmediatamente la comprenda. Como un poema japonés, que en una sola frase lo dice todo".
Una feria es un almacén de sorpresas, un lugar donde podemos dialogar con las almas y los sentimientos más internos de muchos artistas, encontrar respuestas a emociones, sueños, anhelos, y sobre todo sentir mirando sus creaciones, que es el mejor regalo a quien las crea.
Eduardo Ramírez Villamizar, el célebre escultor, quien en su vida recibió importantes premios y reconocimientos en su Colombia natal y en muchos otros, como en la Bienal de Sao Paulo en 1969, sencillo y amable, como lo conocí en aquel Simposio en Santiago, vibra hoy en sus obras en ArtBo 2019, en cualquier espacio donde yacen esas piezas repletas de sensibilidad y sobre todo de amor por lo nuestro Latinoamericano. Un regalo más de la feria que recién comienza...
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