Imagen cedida por el DDR Museo que forma parte de la exposición "Años 90. Berlín"
BERLÍN- La caída del muro de Berlín desató una eclosión artística sin precedentes en una ciudad dividida y culturalmente amordazada. Ahora, poco queda de la creatividad de los años 90 -con las casas ocupadas por artistas como Tacheles, los clubes de música techno como el Eimer y revistas alternativas como Frontpage, el de las primeras Loveparade- que ha venido a menos por la mercantilización.
Por esto, se ha recogido ese espíritu en la exposición Años noventa. Berlín, que se inauguró ayer y se podrá visitar hasta febrero. En la muestra se trata de explicar cómo era aquella ciudad en ebullición, cuáles fueron sus escenarios y protagonistas, así como qué ha sido de la capital alemana.
“Lo que pasó aquí en los 90 fue único, no tiene paralelos. De la noche a la mañana surgió una ciudad con millones de personas, libre y nueva”, rememoró Jörn Kleinhardt, uno de los comisarios.
Para explicar esto se pueden encontrar paneles que muestran la reestructuración intraalemana, que ofreció oportunidades que muchos supieron aprovechar.
Asimismo, la muestra cuenta con cinco salas en las que se recorren los principales escenarios de aquella época, acompañados con ambientación musical coetánea como el Born slippy de Underworld, que saltó a la fama con la película Trainspotting, donde repasan algunos de los rostros más significativos de la época.
Además, en trece pantallas se suceden, relatando en primera persona sus vivencias, personajes clave como el propietario del Eimer, Ben de Biel, el político izquierdista Gregor Gysi, el okupa Andreas Jeromin, la cofundadora de la Loveparade Denielle de Picciotto y el policía Andreas Schlüter, de guardia la noche que cayó el muro.
EL INICIO DE UN MITO El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de la capital de forma inesperada y, menos de un año después, tras un proceso mucho más rápido de lo que se había previsto, se consumó la reunificación.
El Berlín del Este fue tomado por la juventud alternativa que se había congregado en la zona occidental, y por cientos de curiosos y aventureros venidos de todo el mundo.
El Parlamento decidió, en junio de 1991, que Berlín volvería a ser la capital, pero hasta 1999 permanecerían en Bonn el Legislativo y gran parte del Ejecutivo.
“Las viejas jerarquías habían caído y las nuevas no se habían establecido aún. Era el momento de las casas ocupadas, de las galerías alternativas y los actos culturales espontáneos”, dijo Kleinhardt.
“Sin la caída del muro no hubiera podido producirse esta fase de anarquía que fueron los años 90”, aseguró Sören Marotz, otro comisario.
Aunque parece que dista una eternidad, poco menos de treinta años separan el antes y el ahora de Berlín, en el que la capital ha cambiado por los altos funcionarios del Gobierno alemán, los directivos de internacionales que se han mudado a la capital y la multitud de locales importados que pueblan sus barrios de moda.
Actualmente, la ciudad ya no es tan pobre ni tan atractiva como aseguraban entonces sus defensores, cuando la chispa rebelde y el potencial infinito de la ciudad ejercía un magnetismo irresistible para cientos de artistas y espíritus alternativos.
“Es todo más comercial”, está “más reglado” y “más estandarizado”, lamentó Kleinhardt, aunque subrayó que Berlín sigue siendo diferente, más “abierta” y “cosmopolita” que cualquier otra ciudad alemana.
Aunque, agregó, la “influencia” de aquellos años no se ha ido, ya que la actualidad “se aúpa en los hombros de lo que supusieron los años 90. Berlín vive aún en parte de su nombre de entonces”, valoró.
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