Marco Levario Turcott
El arte siempre implica un esfuerzo intelectual y se despliega debido a la necesidad de comunicar razones y emociones. Intentemos decirlo mejor: el arte resulta del pensamiento y la sensibilidad para comunicar desde inconmensurables formas estéticas. Por eso comprende un desafío inagotable y una fuente de interpretación y goce incalculable.
Si el arte es un esfuerzo intelectual y surge del deseo de comunicar, entonces comprende un lenguaje. El que sea. Y su señorío depende de esa labor. Vale decir: si alguien dibuja a una mujer y dice que ella “Me la pela”, como ocurrió con un grafiti dedicado a Avelina Lésper, podría considerar que eso es arte junto con varias otras personas e incluso decir que el pastelazo que le aventaron en el rostro a Lésper pudo dibujar ondulaciones multicolores que, vistas en conjunto, podría ser considerado una obra maestra de la cromática. Y cuando buena parte de la sociedad igualitaria ignora esa agresión y en algunos resquicios sociales se festeja, entonces la consideración es que ese tipo de lenguaje retrata la estupidez del hombre porque no requiere el mínimo esfuerzo más que en todo caso insultar, como gruñeron o gritaron antes los homínidos que no sabían liberar su frustración más que de esas formas.
Pero si el arte es creación intelectual y deseos de comunicar según una determinada estética (que define la propia creatividad del artista), entonces el arte, más allá de sus calidades -porque en el arte siempre debemos hablar de calidad- es un diálogo permanente con el otro y mientras mantiene ese diálogo o esa vigencia, entonces permanece. No me refiero, por ejemplo, sólo a la pintura que ha permanecido desde siglos precisamente por esa capacidad de comunicar -la del Renacimiento o también la de los siglos XV y XVI del oriente europeo -Francia, Bélgica, España, igual que nuestro muralismo posterior, por citar otro ejemplo-. Por eso también tienen sentido los críticos de arte, coincidamos o no con ellos, porque evalúan y estudian calidades y porque exigen diálogo, saber lo que el artista quiere comunicar e interpretarlo también, desde luego. De ahí mi respeto, en el margen claro de las diferencias que puedo tener con Avelina Lésper, y mi admiración también.
Conozco los principales museos del mundo (también las calles donde los graffitis son arte) y sin duda hay países donde cada vez existen menos resistencias a los críticos de arte al mismo tiempo que dan su lugar al arte moderno y contemporáneo (no nada más al de tiempos aún más remotos). Así pasa en Francia y en Suiza, y en Berlín y Frankfurt, donde se miran obras fastuosas y también, por ejemplo, en Frankfurt, bolas de estambre de colores que se presentan como arte igual que cajuelas de carros desvencijadas. Esto último a mí me parece una farsa y que ésta tiene tantos vericuetos como sucede con otras expresiones artísticas del hombre, pero hay a quien no, con la misma legitimidad con la que puede creer que Og Mandino es un gran escritor.
El tema creo es que aceptemos como sociedad en exigir mayor calidad a las expresiones artísticas, menos demagogia también (el arte no es arte nada más por el ser denuncia) y rechazar las agresiones como la que recibió Avelina Lésper. Eso no es razonar, eso además de misoginia es manifestarse como primates.
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